Un amor oscuro y perverso

37 Un paso más a la verdad o ¿no?

AUDREY CAMPBELL

"En tu amor encontré el placer del dolor, la excitación de mi propia humillación."

Contra todo pronóstico, aquí estoy: dentro del cobertizo. Este no es un simple cobertizo; la oscuridad que lo impregna se siente casi tangible, como una presencia que se aferra a la piel y susurra advertencias al oído.

Mis ojos, aún adaptándose a la penumbra, captan una mesa grande en el centro del cobertizo. Sobre ella, un arsenal de herramientas reposa en un orden macabro, una colección de instrumentos de tortura dispuestos con la precisión fría y calculada de un cirujano. Algunas, corroídas por el óxido, parecen clamar por ser usadas de nuevo; otras, relucientes y afiladas, prometen un dolor exquisito; y las peores, las que ostentan manchas carmesí, guardan el silencio elocuente de la sangre derramada.

Comienzo a caminar, tratando de ver todo. Mi mano roza las frías superficies de las herramientas. No confío en nada de este lugar. De repente, las palabras del señor del bar resuenan en mi mente: 'Hay algo oscuro en este pueblo...'. ¿Será que estas personas están relacionadas con las desapariciones, con las muertes? 'Quién sabe...', susurro, mientras mis dedos trazan el contorno frío y afilado de cada herramienta. Un presentimiento gélido se instala en mi estómago: este lugar no es un refugio, sino la antesala de una pesadilla.

(Flashback: De repente, un recuerdo me asalta: mis manos temblorosas sosteniendo una de esas herramientas, el olor acre del metal inundando mis fosas nasales, una sombra que se cierne sobre mí, un jadeo ahogado en la noche...)

En un rincón, una carta negra sellada con lacre reposa sobre un montón de polvo. Una corriente helada me recorre la espina dorsal al verla, como si la carta irradiara una energía oscura, un presagio de calamidades inminentes. La tomo entre mis dedos y la abro con cautela.

El papel en su interior está escrito con sangre. Su aroma, inconfundible, me golpea como un latigazo. Un suspiro escapa de mis labios, cargado de frustración y una oscura fascinación. ¿Por qué me siento irremediablemente atraída hacia esta danza macabra?

Despliego la carta y leo: 'Estabas esperando encontrar esta carta, lo sé. Felicidades, cada vez estás más cerca. Sé cada cosa de ti, como nadie. Tu ingenuidad es mi mayor aliada. Me muevo en tu sombra, respiro tu aliento, soy el espectador invisible de cada uno de tus actos. Y, por cierto, se me había olvidado decirte algo... espero que no te desagrade saber que dentro de ustedes hay otro enemigo.'

El carmesí incandescente del odio arde en mis venas. La balanza de la justicia pende sobre tu cabeza, más cerca de lo que imaginas, lista para caer con todo su peso.

Frunzo el ceño, incapaz de entender el significado de esas palabras. Es un rompecabezas infernal, cuyas piezas solo encajan en la oscuridad. El cabello rojo... la justicia... ¿Qué significa todo esto?

Creían que no lo lograría, pienso, pero aquí estoy. Sin embargo, este cobertizo no es un refugio, sino la antesala de algo mucho más siniestro.

Comienzo a caminar de un lado a otro, tratando de descifrar el acertijo. El rojo como el fuego... ¿Por qué el fuego no es rojo? A menos que... No, no puede ser. La justicia... ¿La policía? ¿Alguien que nos está siguiendo de cerca?

De repente, me detengo en seco.

— ¡Claro! El rojo... el cabello rojizo de Heiner, teñido con la sangre de sus víctimas. La justicia... ¡Él! El verdugo disfrazado de salvador.

Mis ojos se abren de golpe. Un escalofrío de comprensión me paraliza.

— Si la persona de la carta está aquí, si sabe todo... ¡Maldición! Cada palabra es una daga, una confesión velada de su omnipresencia.

Doy media vuelta con brusquedad, impulsada por un pánico visceral, y corro hacia la puerta del cobertizo. Si Heiner... si él es parte de esto, entonces él...

Escucho pasos. Un tropel de pisadas irrumpe en el silencio, un eco fantasmal que se multiplica en mi cabeza. ¿Dónde se esconde?, pienso, mientras el latido de mi corazón amenaza con delatarme. Me detengo un momento, mirando a mi alrededor. El silencio se rompe con el crujido de las hojas bajo los pies de alguien que se acerca... alguien que no debería estar ahí.

Me detengo en seco al escuchar unos pasos, a la vez rápidos y pesados. La desconfianza se instala como un veneno, un presagio de calamidades inminentes. Observo la cabaña: silencio absoluto, ninguna señal de vida. Lentamente, retrocedo hacia el cobertizo, sintiendo el frío de la madera contra mi espalda. Permanezco allí, inmóvil, debatiéndome entre la necesidad de salir y la certeza de que el peligro me acecha. '¿Es este el final?', me pregunto, mientras las pisadas se convierten en un cerco invisible, una jaula de sonido que me aprisiona.

De repente, un crujido rompe el silencio dentro del cobertizo. Pasos furtivos me rodean, acercándose cada vez más. Conteniendo la respiración, me oculto tras la puerta, lista para enfrentarme a lo que sea que esté por entrar. El corazón me late con fuerza, preparándome para la batalla.

La puerta se abre con un chirrido lento y amenazante. Me abalanzo hacia la abertura, lista para desatar mi furia, pero la visión que me recibe me petrifica.

Es Jackson.

Con un gesto urgente, él me indica que guarde silencio. Acercándose a mí, susurra con voz apenas audible:

— Nos encontraron. Están aquí'.

La incredulidad me golpea como un mazazo.

— ¿Cómo es posible?, murmuro, sintiendo que el mundo se derrumba a mi alrededor. ¿Dónde está Alexander? ¿Y los demás? La semilla de la traición ha germinado entre nosotros, envenenando nuestra confianza.

Clavo mis ojos en Jackson, escudriñando su rostro en busca de la verdad oculta. Él, pienso, la policía. La culpa me invade al recordar que yo fui la que propuso para sacarlo de ahí.
Si tan solo hubiera....

Jackson interrumpe mis pensamientos con una voz helada, desprovista de emoción.




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