Un amor oscuro y perverso

40 ¡Que se desate la masacre!

LECTOR OMNISCIENTE

"¿Qué nos diferencia de los monstruos? Solo la oportunidad y la justificación."

El estampido de las balas les mordía los talones. Audrey y Jackson huían a la deriva, con el corazón martilleando un ritmo de pánico en sus oídos. Cada bocanada de aire era un préstamo de la Parca. El pueblo, un dédalo de sombras y silencios preñados de peligro, se abría ante ellos como las fauces de un monstruo.

De súbito, una aparición espectral emergió de la bruma. Una joven, con el rostro consumido por el miedo y la melena rojiza convertida en un nido de serpientes, se abalanzó sobre ellos con la mirada desorbitada por el terror. Era Rose, un fantasma del pasado.

— ¡Por favor, ayúdenme!, imploró Rose con un hilo de voz, como si la vida se le escapara a borbotones. Audrey y Jackson frenaron en seco, atenazados por la duda. ¿Podían permitirse el lujo de confiar en un alma perdida? Los ojos de Audrey, sin embargo, reconocieron en ella un eco familiar.

—¿Quiénes son...?, balbuceó Rose, aferrándose a sus rostros como si fueran la última tabla de salvación.

— No hay tiempo para presentaciones, zanjó Audrey, con la voz tensa como una cuerda de violín. 'Si quieres sobrevivir, síguenos. Aunque una sombra de recelo nublaba su juicio, Audrey sabía que Rose era un eslabón crucial en la cadena de Terry.

Rose asintió, entregándose a su destino con la fe ciega del náufrago.

— Confío en ustedes, susurró, sellando un pacto de sangre. Juntos, se sumergieron en las entrañas del pueblo, donde las sombras danzaban al son de los disparos lejanos, como una macabra serenata.

—¿Qué... qué está pasando?, tartamudeó Rose, con la voz quebrada por el pánico. ¿Por qué nos quieren muertos?. Audrey y Jackson cruzaron miradas, conscientes de que la verdad, como un veneno, pronto correría por las venas de Rose.

— Alguien nos quiere muertos, sentenció Audrey, con la voz cargada de presagios. El rostro de Rose se desangró. ¿Quién?, susurró con un hilo de voz. ¿Por qué tanto odio?

Mientras huían, Audrey sintió el peso de una mirada sobre su nuca. Se giró bruscamente y se topó con los ojos de Rose, una máscara de emociones contradictorias.

— ¿Qué ocurre?, inquirió Audrey, con la desconfianza arañándole la garganta. Rose negó con la cabeza, con una sonrisa forzada.

— Nada... solo tengo miedo. Un escalofrío helado recorrió la espina dorsal de Audrey. La verdadera identidad de Rose se ocultaba tras un velo de misterio.

A lo lejos, divisó a Elise y Ayden, aguardándolos con desesperación. Pero la ausencia de Alexa era un puñal en el corazón de Audrey. ¿Dónde se había metido su amiga? Un presentimiento funesto la atenazó.

De repente, la voz atronadora del Coronel, un rugido de victoria, destrozó la calma.

— ¡Están acorralados!. Un escalofrío de pánico puro se apoderó de Audrey. El Coronel, rodeado de un ejército de sombras armadas, les había tendido una trampa mortal.

Jackson agarró a Audrey del brazo, arrastrándola hacia el laberinto de callejuelas. Las balas, como avispas furiosas, zumbaban a su alrededor. Rose, pegada a sus talones, exhibía una expresión enigmática. En un instante fugaz, Audrey captó una mirada cómplice entre Rose y un desconocido entre la multitud. Una mirada que destilaba alivio... y una traición inconfesable.

De repente, un alarido desgarrador emanó de la garganta de Rose. Audrey se giró sobre sus talones y la visión la dejó petrificada: Ayden, con el rostro bañado en sangre y una sonrisa grotesca, acechaba a Rose. Se lanzó tras Elise, que huía despavorida hacia una tienda cercana, buscando refugio en la oscuridad.

—¡Ayden!, dijo Audrey, con la voz estrangulada por la incredulidad y el horror.

Rose, presa del pánico, aferró el brazo de Audrey con fuerza sobrehumana y la arrastró hacia una tienda cercana.

— ¡Escóndanse!, jadeó Audrey, con la voz temblorosa como una hoja al viento.

— ¡Me han engañado!, escupió Rose, con la mirada inyectada en furia. ¡Me juraron que eran inocentes! ¡Me mintieron en la cara!

— ¿Y eso qué importa ahora?, replicó Audrey a la defensiva, con la adrenalina bombeando en sus venas. ¡Esta es la realidad! ¡Si no te gusta, lárgate!

— ¡Basta de discusiones!, interrumpió Jackson con voz firme. "¡Ya es suficiente! ¡Estamos juntos en esto, nos guste o no!

De repente, la voz del Coronel, amplificada por los altavoces, resonó como un trueno en todo el pueblo.

— ¡No tienen escapatoria! ¡Están rodeados! ¡Entréguense o mueran!

Un silencio de tumba se abalanzó sobre ellos. El sudor frío, como un río helado, serpenteaba por la frente de Audrey. Estaban atrapados en una ratonera, sin escapatoria posible.

La mente de Audrey, un torbellino de sombras y dudas, giraba sin control. ¿Alexa? ¿Terry? Sus nombres eran un eco fantasmal en su memoria. El corazón, un tambor de guerra, amenazaba con reventar su pecho. Debía aferrarse a la cordura, pero el abismo del pánico la llamaba con fuerza.

Henry... Ayden... Sus nombres eran puñales en su alma. Los nervios, como alfileres, la torturaban sin piedad. Pero no podía ceder, no ahora. Jackson, a su lado, era una estatua de hielo, con la mirada fija en el horizonte, buscando una rendija en el muro de la fatalidad. Debían escapar, desafiando al destino.

— Vamos a morir..., gimió Rose, con la voz quebrada por el miedo. Yo no pertenezco a este infierno.

La mirada de Audrey, como un rayo, fulminó a Rose.

— Al menos tu miserable existencia tendrá un propósito', escupió con el veneno de la desesperación.

Los ojos de Rose, como los de una fiera acorralada, se clavaron en Audrey. La tensión, densa y palpable, presagiaba una tormenta inminente.

Audrey, impulsada por la adrenalina, se puso en pie, decidida a desafiar a la muerte. Debía pensar, debía actuar, debía sobrevivir.

— ¡No te muevas!, siseó Jackson, con la voz cargada de peligro. ¡¿Qué demonios crees que haces?!.




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