El sonido de mi teléfono me obliga a abrir los ojos, o por los menos intentarlo. No es el sonido de la alarma.
Me doy la vuelta tratando de ignorarlo, pero vuelve a sonar.
Me incorporo de mala manera y enciendo la luz tratando de buscar el teléfono como vampiro con miedo al sol y caigo de la cama.
Me apoyo en una mano, hago el cabello a un lado y miro la pantalla con un ojo abierto y otro cerrado.
¡Rayos! Son las tres de la mañana y el número que asoma en mi pantalla no lo tengo agregado.
Respondo.
—Si es un pervertido buscando sexo telefónico, llame en otra persona a la que le guste, yo no soy de esas. Y si vende algo, no me interesa.
—April…
Arrugo el ceño.
—¿Max?
—Soy yo. No sé a quien más llamar. Ni Troy ni Arizona responden y mis padres tampoco. Estoy al borde del pánico.
—¿Qué sucede? ¿Le pasó algo a Blue?
—Se despertó asustada y se ha puesto a llorar llamando a su mamá. No sé que hacer. No quiero acercarme y no sé que decir. Le dije algo y creo que no ayudó en nada, al contrario. Estoy a dos minutos de ponerme a llorar con ella.
Refriego mis ojos.
—Quédate con ella, hazle saber que estás ahí y no digas nada si no sabes que decir. Voy para allá.
—Gracias.
Salgo de la cama, me visto, agarro mis cosas y dejo la posada procurando no hacer ruido.
Nunca imaginé que Max me pediría ayuda y tampoco que yo estaría ayudándolo. Eso es lo de menos, lo que importa es la pequeña Blue que perdió a su madre y está pasando por grandes cambios a su corta edad y le ha tocado un padre que no sabía de ella y que no tiene idea que hacer.
Mi debilidad son los niños y los muffins de arándanos.
En cuanto llego a su casa, él abre la puerta y su rostro refleja alivio al verme. Lleva puesto pantalones de pijama y está sin remera dejando a la vista su cuerpo firme y marcado de gimnasio.
Una sensación extraña recorre mi cuerpo al verlo así porque es guapo. Podrá ser insoportable, mujeriego y rencoroso, pero es guapo y está en buena forma.
—¿Puedes admirar mis abdominales en otro momento y ayudarme con Blue?
Aparto la mirada de su pecho y la dejo fija en su mirada.
—Yo no es—estaba mirando… Olvidalo. ¿Dónde está Blue?
—No te avergüences. Estoy acostumbrado a que las mujeres admiren mis músculos.
Con comentarios como esos, recuerdo por qué me cae mal.
—¿Qué pasó?
—Se durmió, apagué la luz y luego la escuché llorando. La madre en la carta me dijo que no le gustaba dormir con la luz apagada, pero pensé que una vez que se dormía no pasaba nada.
Me indica la habitación de huéspedes, camino hasta ahí tratando de no sentir vergüenza por haber mirado su pecho y que me descubriera haciéndolo.
Él me sigue de cerca cuando entramos y encontramos a la pequeña Blue abrazada a sus piernas en medio de la enorme cama.
Me siento a su lado muy despacio y con voz suave le pregunto si está bien. Ella no responde ni levanta la mirada.
—Sabes, Blue, llorar no es malo. Es normal que extrañes a tu mami y te pongas un poco triste. Me pasaba con mi padre.
—Mami dijo…Mami di-dijo que tenía que ser fuerte y no llorar. Lo intenté.
Comparto una mirada con Max que está como estatua cerca de la puerta.
—¿Estás triste porque lloraste por extrañar a tu mami?
Ella alza la mirada y asiente.
—Lo pomentí. Y estaba oscuro.
Suspiro y extiendo la mano hasta acariciar su cabecita.
—No debes estar triste ni ponerte mal por extrañar a tu mami. Estoy segura que cuando ella te dijo que fueras fuerte se refería a que no te quedaras todo el tiempo llorando por ella, sino que disfrutaras de tu vida. Llorar y extrañar de vez en cuando a las personas que Dios se llevó, es normal. Yo perdí a mi papá hace mucho tiempo y por ahí lo extraño y lloro, y eso que soy adulta.
—¿De verdad? —se seca las lágrimas con el puño de la mano—. ¿Por qué Dios se la llevó? La señora amable que se quedó conmigo hasta que Max vino por mí me dijo que mami era muy especial y Dios necesitaba de su ayuda para cuidar personas.
Sonrío.
—Así es y ella te está cuidando a ti también, asegurándose de que seas feliz y crezcas bien.
—¿Entonces está bien que la estañe y llore de vez en cuando? Es confuso.
Suelto una carcajada.
—Está bien y cuando te sientas triste, puedes acercarte a la ventana, mirar el cielo y hablar con tu mamá. No podrá responderte, pero te aseguro que te escuchará y te sentirás mejor. ¿No tienes una foto de tu mamá? —niega con la cabeza—. Bien, conseguiremos una. ¿Te parece bien?
—Tu voz me recuerda a la voz de mami, solo que tu cabello es rojo y el de ella era como el mío castaño.