Un amor para Arizona

Capítulo 1: Arizona

Devuelvo todo lo que comí, el delicioso postre de Adelaida se va por el inodoro por completo. Es una pena, tan rico que estaba.

Tiro la cadena, me pongo de pie y enjuago la boca. A través del espejo diviso a mi hermana mayor Nebraska mirándome con el ceño fruncido.

—¿Ahora qué hice? Sea lo que sea, no fui yo.  

—¿Estás bien?

—Sí, solo no pude pasar el postre por el sistema digestivo—seco mis manos—. Como bulímica soy un fracaso. No entiendo como pueden hacer esto al propósito todo el tiempo.

Ella sonríe.

—April me dijo que ayer vomitaste también.

—El olor a cebolla me dio náuseas y ahora igual. Creo que la cebolla tiene algo en mi contra.

—¿Cuándo te bajó la menstruación la última vez?

—Fue…—pienso y pienso—. ¿El mes pasado? No estoy segura. Sabes que con pastillas anticonceptivas casi no me baja y ni presto atención. ¿Qué tiene que ver eso con mi bulimia forzada y que la cebolla me odie?

—Solo pregunto porque me recuerdas a mí cuando estaba embarazada de Angie. Mucho sueño, náuseas, vómitos y te quejaste del dolor de pechos.  

Río.

—No estoy…—dejo de reír y toco mis pechos. No los siento más grande, aunque duele un poco—. No, imposible. Siempre soy cuidadosa. Lo he sido durante veintiocho años… Bueno, durante la mitad del tiempo, un poco menos de la mitad porque perdí mi virginidad a los dieciséis, creo. Después dicen que el chico con quien tienes tu primera no se olvida, yo ya ni recuerdo quien era.

—Un tal Clark que jugaba al baloncesto.

—Oh… No, no me acuerdo. No importa, ese tal Clark no pincha ni corta aquí. Volviendo a la otra cuestión, es imposible que tenga un bebé en mi vientre.

—¿Es imposible?

—Hace como tres meses que no me acuesto con nadie y la última vez usó condón… Excepto una vez que estuvimos en la madrugada, pero fue una vez y yo tomaba pastillas. Me enojé porque no sabía si él podía tener alguna enfermedad. Me dijo que no y hasta ahora he estado bien y para el VIH debo esperar otros tres meses… ¿Y si tengo VIH?

Nebra rueda los ojos. Odio cuando hace eso porque no sé que significa.

—No lo creo. Creo que deberías hacerte una prueba de embarazo.

—Hay no, mejor no. Si da positivo no sabré que hacer.

—¿Y si lo estás? Te comenzará a crecer la panza y llegará el parto.

—Algunas no se han enterado de que estaban embarazadas hasta el día que fueron a tenerlo. Tal vez me pase a mí—sacudo la cabeza—. De todas maneras tomo pastillas.

—Y sé que no siempre las tomas como corresponde. Recuerdo el día que llegaste hablando de un tal Troy. April te dijo que tomaras la píldora del día después y a mí me pareció buena idea sabiendo que eres un desastre con los anticonceptivos. Nos dijiste que no era necesario.

—No empieces a echarme en cara cosas que no recuerdo.

Quiero negarme a la posibilidad de un embarazo, no es posible que lo esté después de catorce años evitándolo con éxito.

Solo puede ser del desconocido guapo que me sacó del bar como un costal de papas y me dio una de las mejores noches de mi vida demostrando que sabe como complacer a una mujer. Con él estuve varias veces en la noche y una vez sin condón.

Mierda. ¿Por qué me pasa esto a mí? Tantas mujeres que desean tener un hijo y el destino me manda uno a mí.

¿Cómo voy a cuidar un bebé si apenas puedo conmigo misma?

«No te adelantes, Ari, aún no sabes si estás embarazada».

Le pido a Nebra que vaya a comprar pruebas de embarazo, varias por las dudas, y una hora después estoy sentada con ella y April, mi hermana menor, esperando que las tres pruebas den negativo.

¿Qué haré si da positivo?

El ruidito de reloj avisa que es hora de mirar las pruebas. Nebraska agarra una de las pruebas, April otra y yo la que queda. No miro hasta que ellas lo hagan.

—No quiero saber—la extiendo hacia ellas. Ambas la miran, se miran entre ellas y no dicen nada—. Dígame. Ahora sí quiero saber.

—Positivo las tres.

Arqueo una ceja.

—¿La tres? ¿No hay una que haya dado negativo?

Ambas niegan con la cabeza.

—Lo siento, hermana.

—No puede ser. No puedo estar embarazada, chicas. No puedo lidiar con un embarazo y menos con un bebé—llevo la mano a mi vientre—. La semana pasada casi mato a Angie por columpiarla fuerte. Zeke la agarró antes de que se cayera.

Nebraska ríe.

—No seas exagerada. Eres buena tía y serás buena madre. Angie te pidió que la columpiaras fuerte sin saber que estaban flojos los tornillos. —menciona Nebra apretando mi mano.

—¿Y el padre del bebé? —cuestiona April—. ¿Sabes quién es?

—Un tal Troy que sabe complacer a una mujer en la cama y está firme por donde lo mires.




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