Un amor para Arizona

Capítulo 9: Arizona

—Esto de estar embaraza apesta. Ser bulímica es horrible. No puedo creer que existan personas que lo hacen al propósito. —exclamo bebiendo el té que Adelaida me preparó.

Ella ríe.

—Hay, cariño, ya pronto pasarán las náuseas y dejarás la bulimia atrás.

—Comenzarán a hincharse los tobillos y mi vejiga comenzara a odiarme. Recuerdo a Nebraska salir corriendo hacia el baño. Una vez se hizo pis encima.

Ella ríe.

—Todo eso queda atrás cuando nace el bebé y lo tienes en tus brazos.

Asiento.

—¿No volviste a enamorarte y a desear tener más hijos luego del bígamo del esperma fallido?

Ella ríe. Lo siento, no puedo llamarlo padre aunque lo haya perdonado y esté muerto. Que Dios lo tenga  en su gloria, yo no.

Lo más seguro es que esté en el infierno.

—No, me enfoqué en mi hija y en el trabajo. Me sentí muy traicionada y herida al punto de cerrarme a conocer otros hombres. Ahora el tiempo pasó y soy feliz justo como estoy—toma mi mano—. Nebraska y tú son como mis hijas y me encanta tener una nieta tan adorable como Angie. Ama las flores como yo. ¿Qué más puedo pedir?

—Mi madre vivía amargada quejándose de todo. Salió con dos hombres y ninguno la aguantó mucho tiempo. Creo que papá la hizo desconfiada.

—No la juzgues, Ari. Imagina estar casada con un hombre, formar una familia con él y de un día para el otro descubrir que tiene otra familia.

—Eso decía Nebraska—me encojo de hombros—. Ni modo. Me voy a una clase de yoga. El doctor dijo que eso ayudaría.

—Es una excelente idea. Ve y pásala bien. Yo terminaré de preparar el desayuno para los huéspedes.

Dejo saludos para April que salió a hacer unas diligencias y salgo de la casa.

No estoy segura que el yoga sea una buena idea porque eso de mantenerme en silencio y meditando no va conmigo, pero vale la pena intentarlo si ayuda a que mi embarazo sea más llevadero y el parto… Mejor no pienso en el parto.

Reviso el celular y encuentro un mensaje de un número desconocido. Es la madre de Troy invitándome a almorzar con ella hoy en un restaurante.

La mujer tiene buen gusto para el arte y la decoración, aun así hay algo que me dice que no confíe en ella y mi instinto rara vez se equivoca. Se puede equivocar, no es perfecto, como esa vez que me gustó el hijo de la vecina de Nebraska y resultó que era gay, no lo vi venir.

Digamos que en cuestión de hombres mi instinto falla, pero no en otras cuestiones.

Tal vez la madre de Troy pretenda casarme con su hijo con tal que no se case con la novia de Troy y eso no va a pasar. El matrimonio no está en mis planes ni con el padre de mi bebé ni con nadie. Me da urticaria de solo pensar en ello.

No soy buena en las relaciones y no importa que Troy me parezca guapo y desee hacerle muchas cosas indebidas a los ojos de los católicos. Él ama a otra y no me interpondré en medio de eso. No soy una rompe pareja.  

Dejo de pensar en el cuerpo de Troy, acepto almorzar con la señora y me estaciono frente al estudio de yoga.

Bajo del vehículo, guardo el celular y entro en el pintoresco lugar. El olor a incienso me recibe junto a un enorme buda que me mira como si fuera una pecadora del más allá. Probablemente lo soy, pero como el budismo no es mi onda, no me importa.

La recepcionista me saluda con una sonrisa, le digo mi nombre, ella me entrega una tarjeta y me pide que pase al salón, agarre un mat y me ubique en un lugar hasta que entre el profesor.

—Disculpe, ¿qué agarre un qué?

—Un mat.

—¿Se supone que debo saber que es eso?

Ella ríe, me acompaña y me entrega una colchoneta informándome que se llama mat de yoga. Agradezco la ayuda y me siento al final en el primer lugar libre que encuentro.

Hay dos señoras mayores hablando en voz baja, un hombre con un gusto horrible en remera y otro hombre con un buen gusto, también una mujer de mi edad que está sentada como el buda de la entrada haciendo cosas raras con las manos.

Hay no, espero que esto no sea una secta y quieran sacrificar a mi hijo. A mí no pueden porque de virgen solo tengo las orejas.

Un hombre bastante guapo con apariencia de hippie que no se ha bañado en varios días entra en el salón, pide a todos comenzar. Como no sé que hacer, imito lo que hacen los demás, que es la pose del buda y colocar mis manos sobre mis rodillas.

El instructor dice que respiremos profundamente por la nariz y exhalemos por la boca con fuerza sacando las tensiones del cuerpo. Pide que cerremos los ojos para que sea más relajante.

Hago lo que me dice y la verdad mis hombros se sienten más livianos. Luego hace movimientos para entrar en calor empezando por hacer círculos con el cuello, luego con las manos, las muñecas, las caderas y los pies. Se siente bastante bien y no es algo raro.

—Bien, ahora vamos a comenzar con las asanas.

Levanto la mano. El instructor me da permiso de hablar.




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