Un amor para Nebraska

Capítulo 8: Zeke

Llego a casa de April, que ahora es casa de las hermanas Adams, golpeo la puerta, Adelaila me abre con su peculiar sonrisa idéntica a la de su hija y me hace pasar.

—Siempre es un gusto ver, Zeke.

—Traje unos papeles para que las hermanas firmen.

—Mi hija y Arizona están con resaca. Nebraska salió a comprar unas cosas que necesita. Puedes esperarla en la sala o en la cocina conmigo y Angie. En un momento estará listo el almuerzo y despertaré a las fiesteras. Tú te quedas.

—No, yo…

—No era pregunta.

Río y la sigo a la cocina sin refutar. Adelaila cocina muy bien y no puedo negarme a comida casera.

No me sorprende que las dos hermanas menores estén con resacas. Anoche bebieron bastante y terminaron yéndose con los turistas.

Dejé a Nebraska aquí y me fui sin volver a pensar en las dos hermanas con los turistas. En Nebraska no dejé de pensar hasta que me dormí.

Todavía me cuesta creer que fuimos juntos a la escuela y nunca la haya registrado. Y ahora ella no deja de quedar en ridículo conmigo y eso solo provoca que despierte mi interés. El problema es que no sé que hacer.   

Me siento peor que un adolescente virgen.

—¿Así está bien, laila? —dice la voz infantil de Angie.

—Sí, perfecto.

—Hola, Angie. —saludo.

Ella sonríe.

—Hola, señor.

—Puedes decirme Zeke.

—Muy bien—sonríe—. ¿Quedes ayudar?

—¿Qué estás haciendo?

—Galletas. Yo te deseño. Es fácil. Debes agarrar esto—me enseña el molde—, polerlo sobe la maza y sale la forma, lo ponemos en la bandeja y Laila los mete al horno.

Sonrío.

Laila me pide que vigile a Angie mientras ella va a despertar a las hermanas con resaca y yo lo hago con gusto.

Me gusta pasar tiempo con mi sobrina cada vez que puedo, solo que ella siempre tiene una actividad o amiga que visitar o planes con los padres, lo que hace más difícil socializar, sin embargo, de vez en cuando la llevo al cine, a comer o a tomar un helado.

—¿Cómo has estado? ¿Te gusta Cork?

—Yo bien. Mami dijo que nos quedaremos aquí un tiempo para adular a la tía April y me gusta.

—¿Tu mamá te dijo que tengo una sobrina de casi tu edad que quizás pueda ser tu amiga?

Niega con la cabeza.

—No. Me gustan los amigos—le da la forma a las galletas y las acomoda con mucho cuidado sobre la bandeja—. ¿Tú tienes hijos?

Dejo de sonreír, agarro uno de los moldes y hago una galleta de forma de estrella.

—No.

—¿Po qué no?

—El destino me ha dado ninguno.

—La tía Ari dice que los niños secan el cebrero y yo no porque soy una santa. ¿A ti también te secan el cebrero?

Suelto una carcajada.

—Imagino que quieres decir cerebro—ella afirma—. No, no es por eso, me gustan los niños. Me gustaría tener hijos. Necesito una esposa para eso.

—¿Mis tías te agadan?

—Sí, me agradan.

—Una de ellas puede convemtirse en tu esposa y tener hijos. La tía Ari no quede esposo, pero la tía April sí.

—Tu tía Ari no creo que esté lista para tener hijos, pues piensa que los niños secan el cerebro. April y yo somos buenos amigos, no podría ser mi esposa.

—Mi mami no puede ser poque ella me tiene a mí y tenías que quererme como hija para eso.

—¿Acaso no crees que pudiera quererte?

Se encoge de hombros.

—Si mi papá no me quede. ¿Po qué tu sí? No tenemos la misma sangre.

Trago con fuerza. Algo dentro de mí se rompe por esa afirmación.

Ella cree que otro hombre no podría quererla como hija si ni su propio padre la quiere. Es doloroso ver que una niña tan pequeña y dulce como ella sea consciente de ese hecho.

—Yo estaría encantado de tener una hija maravillosa como tú. Tu padre es un imbécil y él es quien pierde a una hija como tú. Lo entenderás cuando seas un poco mayor.

—¡Hola! —la voz de Nebraska se hace presente.

Angie suelta el molde y baja de un salto.

—Mami—dice tirándose a los brazos de Nebraska en cuanto cruza el umbral de la cocina—. Hago galletas.

Ya veo, tus manos de harina acaban de quedar marcadas en mi ropa.

—Lo siento. —Angie ríe y sacude la harina de la ropa de su mamá.

—Hola, Zeke.

—Hola, Nebra. Espero que no te importe que use tu diminutivo.

Niega con la cabeza.

—Mami, ¿tú te quedes casar?

—¿Por qué me preguntas eso?




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