Un amor para Nebraska

Capítulo 12: Nebraska

La cita no va tal como esperábamos. Al principio estaba nerviosa y cometí el estúpido error de hablar sobre el clima, él respondió y me preguntó cosas sobre mi hija y fue fácil hablar de ella, podría pasar toda la noche hablando de mi pequeña Angie. Soy una madre que adora a su hija y le encanta presumirla. Creo que le sucede lo mismo a toda madre que ama a su hija.

Para cuando terminamos de cenar, volvió el silencio incómodo y finjo mirar la carta eligiendo algún postre cuando me da igual.

El restaurante que eligió es muy sencillo e informal, algo que me alegro porque en uno elegante con muchas copas y cubiertos habría quedado en vergüenza.

Me disculpo para ir al baño, él asiente y llamo a Arizona.

—¿Y ahora qué pasó?

—¿Tiene que pasar algo malo, Ari?

—Si porque si la estuvieras pasando bien, no estarías llamándome. No puedes usar a tu hija de excusa porque sabes que ella está bien. Si algo malo hubiera pasado te habríamos avisado y tu hija es una santa, incluso con la mini versión mía de amiga. April y su madre no les quitan los ojos de encima.

Suspiro.

—Todo va mal. Las conversaciones son forzadas, hay silencios incómodos y ha habido desastres durante la cena.

—¿Cómo qué?

—Luego te comento. ¿Qué hago? ¿Me disculpo con una excusa y me voy a casa? Tal vez la ilusión que tuve con Zeke quedó en el pasado, en la adolescencia, y simplemente ahora no hay ningún tipo de conexión por parte de ninguno. Puede que nuestro destino sea ser amigos.

—Habla con él, dile como te sientes. Estoy segura de que a él le sucede lo mismo, pues vi como te miraba cuando pasó por ti.

—Ari, me siento una fracasada. Soy una madre divorciada y fracasada. 

Mi hermana ríe.

—No te victimices conmigo y haz algo. La hermana que conozco es determinada y no deja que nada ni nadie acabe con ella.

—Excepto los hombres en relación plan romántico. Soy pésima para eso. Por algo estoy divorciada.

—Estás divorciada porque elegiste a un idiota como esposo. Lo único bueno que te dejó fue a Angie. Es culpa de él el fracaso del matrimonio, no tuya. Ahora voy a colgar, vas a regresar con tu cita ya la pasarás genial. ¿Qué más puede salir mal? Ya sabe que tienes un vibrador con nombre, le tocaste el paquete y…

—Casi asesino su ojo con una aceituna.

—Eso es algo que no esperaba. ¿Lo ves? Nada puede ir peor. Regresa y enfrenta la situación. Confío en ti.

—Gracias por confiar en mí cuando ni yo confío en mí.

—De nada. Regresa y consigue al menos un beso.

Finalizo la llamada, lavo mis manos, me retoco el maquillaje como para ganar tiempo y regreso a la mesa.

¿Qué consiga al menos un beso? Tendré suerte si salgo de esta sin que termine en el hospital.

Zeke está con su celular y estoy casi segura que opina igual que yo, que esta cita es un fracaso.

Tal vez deba aceptar que el destino me quiere sola sin hombres y que Zeke y yo estamos bien como amigos, después de todo no nos conocemos demasiado y esta cita no fue de gran ayuda para eso.

—¿Has elegido algún postre? —pregunto al regresar.

—No. ¿Qué vas a pedir?

—Me da igual—musito tomando asiento—. Es la cita más incómoda que he tenido—él alza la mirada—. ¿Dije eso en voz alta?

Suelta una carcajada.

—Sí y menos mal que lo dijiste—deja el menú sobre la mesa—. Hora de irnos.

Pide la cuenta, quiero pagar la mitad y se niega por completo. No insisto para no hacer la situación más incómoda, y abandonamos juntos el restaurante.

—Supongo que lo intentamos y no funcionó. —exclamo.

—¿De qué hablas?

—De la cita.

—No terminó la cita, sino la cena, al menos que quieras irte a tu casa.

Arrugo el ceño.

—¿A dónde podemos ir? Porque no quiero que tengamos más incidentes como yo haciendo volar una aceituna a tu ojo o tú derramando vino sobre la mesa. Ni mencionar los silencios incómodos.

—El error que estamos cometiendo es forzar demasiado la situación. Vamos a caminar y a hablar de cosas. Jugaremos al juego de diez preguntas no estando obligados a responder.

Lo sigo embobada por su sonrisa. Él me gusta y no quiero irme a casa como una fracasada madre divorciada.

No es mala idea la sugerencia de las preguntas.

Caminamos por el sendero que bordea el lago.

—¿Cuál es la primera pregunta?

—¿Cuál es tu mayor miedo?

—Esa es fácil, perder a mi hija o que algo malo le suceda. ¿El tuyo?

—Las arañas.

Enarco una ceja.

—Yo hablo de algo profundo y tú de las arañas.




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