Un amor para Nebraska

Capítulo 16: Nebraska

Los labios de Zeke son suaves y tibios. Su beso comenzó siendo desesperado e intenso, ahora me besa con suavidad y ternura manteniendo sus manos quietas que pasaron de mi rostro a mi cintura en algún momento.

Llevaba demasiado tiempo sin besar a nadie. El último fue mi ex esposo y eso fue desde que nació Angie, pues aún no estábamos divorciados, mas el distanciamiento estaba presente. No teníamos relaciones, cuando me levantaba él no estaba o se iba saludando a distancia o dejaba un beso en mi frente. Y no recuerdo que besara tan bien como Zeke.

Nos apartamos al mismo tiempo al escuchar un ruido, mi corazón está acelerando y mi respiración entre cortada.

—Lo siento—exclama April con cara de pena—. No quise molestar, solo… No importa, es obvio que les da igual lo que iba a hacer y solo quieren que me vaya para seguir besándose.

April sale corriendo de la sala y espero que no le cuente a Arizona.

—¿Comprendes la diferencia entre ser amigos y no serlo? Yo no besaría a una mujer que quiero de amiga. —pregunta Zeke sacándome de mis pensamientos.

Dibujo una sonrisa.

—No por completo, tal vez deberías volver a besarme para entenderlo mejor.

Él me devuelve la sonrisa y se acerca al mismo tiempo que la voz de mi hija que nos obliga a guardar la distancia.

Realmente deseo besarlo de nuevo y más ahora que hemos aclarado el mal entendido que él causó porque fue su culpa y no diré lo contrario.

—Mami…

—Dime, Angie.

Ella se detiene cerca del sofá y nos observa.

—¿Po qué tienes la boca inflada y roja?

Me llevo la mano a los labios a la vez que comparto una mirada con Zeke.

—Yo debería irme… —dice este.

Angie corre hacia él y agarra su mano.

—¿Cuándo vamos al castillo de la pincesa?

—Bueno, el sábado si a tu mamá le parece. —me mira.

—Claro, el sábado. —repito deseando que ella se olvide de preguntar por mis labios.

—Pasaré por ustedes a las diez y luego iremos a almorzar. ¿Te parece? —pregunta a Angie.

Mi hija asiente con una sonrisa y abraza la pierna de Zeke.

—Edes bueno. No luces como tuga.

—¿Cómo qué? —pregunta Zeke desconcertado.

—Una tuga.

—Nada, cosas de Angie. —interrumpo antes de que descubra el sobrenombre que le puso Arizona, aunque fue tanto para él como para mí.

Lo acompaño a la puerta y Angie me sigue de cerca, así que adiós a la idea de despedirlo con un beso en los labios. No quiero que Angie nos vea y cree falsas esperanzas.

Una vez en la puerta él dice que me escribirá, afirmo con la cabeza y lo saludo con la mano al igual que mi hija. Me quedaría observándolo como idiota babosa, pero a Angie le parecerá extraño y no estoy lista para dar explicaciones. Me olvido de babearme por él y regresamos a la sala.

—¿Te duele la boca, mami?

—No, está bien. Me apreté mucho los labios, pero en un rato se me pasa.

Angie mueve su dedito pidiendo que me ponga a su altura, en cuanto lo hago se arrima y besa mi mejilla.

—Para que se cude rápido—ríe. Yo suelo hacer con ella—. ¿Falta mucho para el sábato?

—Unos días. Si no piensas en ello, llegará más rápido. Y se dice sábado.

—Voy a contale a mis amigas muñecas. —dice esta y sale corriendo a la habitación que compartimos.

—¡Despacio, Angie!

Busco a mis hermanas en la cocina, quienes están de pie frente a la ventana con una taza de café en la mano cada una. Las dos están en silencio y muy concentradas.

No pregunto que miran, me ubico al lado de Arizona y observo el exterior, encontrando el punto de atención de ambas.

El detective está en la piscina nadando y desde acá podemos observar como se marcan sus músculos con las brazadas y las patadas. Vaya, gran cuerpo.

Si bien él mostró cierto interés en mí y me levantó el ego, no siento que sea mi tipo de hombre, además él está de paso y Zeke apareció antes para revolucionar mis hormonas. Aun así, no puedo negar que es guapo y bueno para la vista.

Nada un par de metros, luego sale de la piscina como en una película de guardianes de la bahía, solo que en vez moverse en cámara lenta con sus músculos marcados y mojados por la arena, lo hace saliendo de la piscina de la casa.

—Qué vista. —exclamo.

—Qué abdominales. —menciona April.

—Qué paquete—dice Arizona y ambas la miramos—. Vamos, no se hagan mojigatas. Se le marca todo en el bañador.

Reímos.

—¿En qué momento se sacó la ropa y se puso el bañador?

—Hace unos minutos. Como tiene su maleta aquí, preguntó si podía nadar y se cambió en el baño del exterior. —responde April.




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