Un amor para Nebraska

Capítulo 25: Nebraska

Arizona está sentada en los escalones de la casa mientras April mantiene la atención en su teléfono. Apenas hemos hablado sobre nuestra visita al esperma fallido y ambas hermanas se alegraron cuando les dije que Zeke conduciría y nos acompañaría.

Arizona no es fan de conducir vehículos, April está nerviosa y yo prefiero a Zeke, más después de ayer de disfrutarnos mutuamente en su oficina. Lamentablemente, quedó ahí porque tenía que llevar a Angie a su clase de baile y le prometí ir por un helado. Zeke se reunió con nosotras para el helado, luego fuimos a comer y a pasear y nos despedimos cuando nos dejó en casa.

—¿No están nerviosa? —pregunta April.

—No, solo ansiosa por cantarles unas verdades al esperma—respondo Ari con desinterés—. No quería que hicieran esto sin mí.

—Prefiero no pensar en ello, al menos de momento. —respondo.

Arizona se pone de pie y se arrima.

—¿Qué onda contigo?

—¿A qué te refieres?

—Tienes una mirada brillante y tu semblante es otro. ¿Zeke y tú…?

—No sé de que hablas. —desvío la mirada.

No me molesta que sepan que abordé a Zeke en su oficina, solo que ahora no es el momento.

Arizona no es la persona más discreta del mundo y tenemos un par de horas de viaje con Zeke.

—Claro que sabes—ríe—. Oye April, parece que nuestra tortuga evolucionó a liebre o puede que a lobo.

—¡Ari!

—¿Qué? No necesitas expresarlo con palabras. Desviar la mirada fue tu error. Te conozco como si te hubiera parido.

—¿Zeke y Nebra se acostaron?

—Sí que lo hicieron—me señala con el dedo—. No lo niegues y danos detalles.

Ruedo los ojos.

—No es el momento.

—Siempre es el momento para hablar de esas cosas, incluso en una misa está permitido, pues no soy religiosa. Habla o le preguntaré a Zeke.

Ari se cruza de brazos y April espera que hable. Y lo peor de todo es que sé que Arizona le preguntará a Zeke si yo no respondo.

—Bien, fui a la oficina a preguntarle si podía acompañarnos al viaje, dijo que sí, nos besamos y las cosas se dieron. Estuvo bien—April arquea una ceja—. Bien, más que bien. ¿Felices?

—Vaya, en la oficina, eso es inesperado. —musita April.

—Muy cliché genial. Ya era hora que limpiaras las telas de araña—menciona Arizona y me abraza—. Estoy muy orgullosa de ti.

—No es para tanto.

—Claro que sí. Que tú tengas un orgasmo es como si yo lo tuviera—rompe el abrazo y me toma de los brazos—. Lo tuviste, ¿verdad?

Suelto una carcajada.

—Sí, nada de reproches.

El ruido de un vehículo rompe el momento. Zeke estaciona y baja.

Verlo me da un poco de calor, pues recordar lo que hicimos en la oficina me produce eso y no puedo esperar para estar juntos de nuevo.

Zeke saluda con una sonrisa y pregunta si estamos listas.

—Sí, lo estamos—responde April arrimándose al vehículo—. Me alegro por ti. Te apoyaba como tortuga y ahora como liebre o lobo también. —le dice la pelirroja con una palmada suave en su hombro.  

Arizona también se arrima. Lo repasa con la mirada y asiente.

—Ya me contaron que estás bien equipado y sabes usar el equipo. Bien por ti y gracias por desmomificar a mi hermana.

—Esa no es una palabra real. 

Zeke se queda de boca abierta sin saber que decir mientras mis hermanas suben al vehículo como si no hubieran dicho.

Me acerco con una mirada de disculpas.

—No les conté nada, se dieron cuenta.

—Es un poco incómodo que tus hermanas sepan detalles.

—No lo saben. Arizona solo le gusta ponerte incómodo. Lo siento. No solo vengo con una hija, sino con dos hermanas y una de ellas sin filtros con algunas neuronas falladas.

Zeke sonríe y me besa.

—Adoro a tu hija y puedo lidiar con tus hermanas, en especial con la de neuronas fallidas. Tú lo vales.

Sus palabras me derriten por completo y llegan a lo más profundo de mi corazón.

Tal vez Zeke las dijo sin pensar y sin darle importancia, pero para mí son especiales y me hace sentir bien escucharlas.

Lo abrazo y vuelvo a besarlo.

—Oigan, ya, vámonos. Pueden tener todo el sexo en público que quieran a la vuelta. —dice Arizona.

Nos apartamos riendo.

Vuelvo a disculparme por eso y él le resta importancia.

Estamos por subir al vehículo cuando la voz de mi pequeña nos detiene. Me quedo justo donde estoy y espero que ella llegue hasta mí y se tire a mis brazos.

—¿Segura qué no te importa que te dejemos con Adelaida? Tal vez…




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