Un amor para Nebraska

Capítulo 29: Nebraska

Aliso el vestido con las manos antes de tocar el timbre de la casa de Zeke. Angie me observa y hace lo mismo con su vestido.

Zeke invitó a cenar y me preguntó si me parecía bien cenar en su casa luego de un día largo de trabajo y acepté porque después de la cena se pueden hacer otras cosas. A pesar de que Angie está conmigo, ella caerá rendida después de cenar, ya que pasó todo el día paseando con su tía Arizona.

Le he preguntado si quiere conocer a su abuelo y me ha hecho miles de preguntas para al final decirme que sí.

No sé que sucederá con mi padre. Hemos hecho las paces, pero preferimos guardar las distancias.

Permitiré que Angie conozca a su abuelo a través de videollamada, no personalmente. Me afecta verlo tan demacrado y prefiero mantener las distancias. Arizona está igual que yo y April sí quiere más contacto, aunque no estar pendiente de él.

Por lo pronto, decidimos aceptar el dinero y estamos con los trámites para convertir la casa de la abuela en una posada. Como al lado hay una cafetería/restaurante, pensamos que sería buena idea hacer una especie de convenio para los huéspedes. Si bien eso tendrá que esperar. Primero hay que hacer las reformas.

La puerta se abre y me saca de los pensamientos. Zeke viste informal con vaquero, remera blanca y zapatos deportivos. Dibuja una sonrisa para luego besarme y dejar un beso en la mejilla de Angie.

Mi hija extiende la botella de vino.

—Tajimos vino por educación.

Zeke agarra la botella.

—Gracias. Pasen. La cena está casi lista.

Entramos despacio. Yo observo la casa que se ve bastante espaciosa, decorada entre lo moderno y antiguo.

En la sala hay un juego de sofá con tapizado de color azul oscuro que hace juego con las cortinas del mismo color. Hay una hermosa chimenea de piedra antigua que se ha adaptado para que sea una estufa con fuego artificial encendiéndolo con un botón.

Hay algunos cuadros de paisajes que adornan las paredes. Todo muy monocromático y simétrico.

Zeke pide que lo sigamos al jardín donde comeremos para aprovechar que la noche está hermosa.

La cocina está muy equipada con electrodomésticos y se siente un delicioso aroma.

—¿Qué vamos a comer? —pregunta mi hija—. Tengo hambre.

—Chuletas de cerdo rellenas y ensalada. Todavía falta media hora para que estén listas, sin embargo, hice algunos pinches con queso, aceitunas y tomates cherry.

—Me gusta. —dice Angie aceptando una.

—Vayan al jardín, abriré el vino y podremos relajarnos un rato hasta que la cena esté servida.

Agarro la fuente de pinches y salgo al jardín con mi hija. Es bastante acogedor, lleno de flores y plantas de diferentes formas y colores.

Hay una pequeña piscina y una mesa blanca con cuatro sillas a juego que llaman la atención por estar rodeadas de luces.

Angie camina hacia las flores y las huele. Ama las flores y ha aprendido bastante con Adelaida. No solo le gustan las flores, sino trabajar con ellas.

No sé de quien heredó ese gusto porque a mí no me gustan mucho, a Daniel menos y Arizona mataría cualquier plata viva. Recuerdo que a mi madre no le gustaba tener que ocuparse de las flores.

Quizás lo heredó de April.

Zeke regresa con la botella de vino y una jarra de limonada, me apresuro a ayudarlo y a colocar la jarra sobre la mesa.

Las copas, el vaso para Angie y los platos están ya dispuesto en la mesa, así que solo queda servir y esperar.

—Zeke, las magitas se están mudiendo. Debes darles de comer.

—Riego las plantas siempre que puedo o me acuerdo. Comen luz solar.

Mi hija arruga el ceño y se acerca masticando una aceituna.

—No les está dando mucho la luz.

—No sabía que necesitaban mucha luz solar.

—Las magitas sí, dice la abu Laida.

—Ya pensaré en algo.

—¿Para qué tienes tantas flores y plantas? No pareces muy fan de estas.

Zeke sirve el vino.

—Vinieron con la casa. Si hubiera sido por mí habría pelado casi todo y aprovechado el jardín para poner una piscina más grande. Incluso habría pensado en poner una sección de juegos… Ya sabes—asiento—. Mi ex mujer quiso quedarse con las plantas. Ella se ocupaba de que comieran.

—Muy mal, Zeke, son seres vivos y hay que cuidarlas—exclama mi hija. Deja el pinche vacío sobre la mesa y bebe un poco de limonada—. ¿Puedo ir al baño?

—Claro que sí—señala la entrada de la cocina—. Apenas cruzas la cocina, lo encontrarás a la derecha.

—Gacias—se limpia con la servilleta—. Yo puedo sola, mami.

Angie ingresa a la casa y Zeke aprovecha para acercarse más a mí.

—¿Tienes plantas en tu casa de California?

—Algunas a las que no les presté mucha atención. Lo que me sorprende es que Angie le preste atención a las plantas cuando en casa jamás la vi acercarse a una. Nada más le gustaba el olor y los colores.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.