Un amor para Nebraska

Capítulo 30: Zeke

Coloco una canción lenta e invito a Nebraska a bailar, ella acepta riendo y nos movemos al ritmo de la canción mientras hablamos de cosas triviales.

Hablamos de muchas cosas durante la cena descubriendo tonterías del otro, como que ella desconfía de los hombres con bigotes, le dan pánico las arañas y ama comer fruta con helado.

Por mi parte le conté que odio las películas de terror, me gusta la música jazz y el blues y adoro cantar en la ducha aunque esta odie que lo haga.

Angie cayó rendida luego de comer postre, apenas terminó su porción de pastel de manzana comenzó a cabecear y la llevé a uno de los cuartos que es donde mi sobrina suele dormir cuando viene.

Cuando compré esta casa de cuatro habitaciones lo hice pensando que formar una familia, en tener al menos dos hijos y que cada quien tuviera su cuarto, dejando uno libre para invitados.

Luego me enteré de mi esterilidad, mi matrimonio se fue por la borda y pensé en vender la casa. Comprar algo más pequeño y olvidándome de la familia propia.

No sé por qué no lo hice.

En el acuerdo de divorcio, Inés dijo que no quería dinero de mi parte, solo se llevó el vehículo y sus cosas. La casa estaba a mi nombre, yo la compré, aun así a ella le correspondía por ser mi esposa, pero renunció a su parte diciendo que no quería nada y yo lo acepté. No iba a insistir.

Estar con Nebraska y Angie, compartir con ellas, me da la esperanza de reavivar mi deseo de tener mi familia propia.

Busco la mirada verdosa de Nebra, ella sonríe y me inclino para besarla.

Tengo muchas emociones que siguen desbordadas y desordenadas, pero tengo claro que Nebraska no es una mujer pasajera en mi vida, es mucho más y la idea de un futuro a su lado es cada vez más clara y real.

—¿Te quedas esta noche? Angie está dormida y pueden irse después del desayuno cuando yo me vaya a trabajar.

—¿Nos preparas el desayuno?

—Sí, ya demostré que soy buen cocinero.

—No te hacía un hombre de cocina.

Río.

—Aprendí luego del divorcio. Necesitaba algo para distraerme al regresar a casa y era cocinar o ahogarme en alcohol.

—Me alegra que eligieras la cocina.

—También yo.

Volvemos a besarnos, esta vez con ternura, sin prisas ni intenciones subidas de tono. Me aparto un poco apoyando mi frente sobre la de ella cuando el sonido del timbre nos saca a ambos de nuestra burbuja romántica.

—¿Esperas a alguien? —pregunta Nebra.

—No que yo sepa. Iré a abrir.

Le pido a Nebra que espere aquí, ella insiste en recoger y se lo permito mientras camino a abrir la puerta preguntándome quien es.

Mi hermana o mi cuñado habrían llamado antes de venir. Tengo mi celular sobre la mesa del jardín, así que lo habría escuchado.

Miro a través del rabillo de la puerta y tengo que mirar dos veces para saber si es real o no.

No puede ser.

Abro la puerta y ahí está a una persona que no esperaba ver.

—Hola, Zeke.

—Inés. —exclamo bajando la mirada al bulto azul que lleva en sus brazos. Imagino que es su hijo.

—Lamento venir así de la nada, pero no sabía a donde ir. Si iba a casa de mis padres me encontraría y también en lo de Aida.

Me quedo un momento congelado sin saber como reaccionar, en automático abro la puerta dejándola pasar y ella camina a la sala para acomodar a su hijo en el sofá.

—¿Qué sucedió?

—No has cambiado casi nada de la casa. Me halaga que dejaras la decoración que escogí.

—No soy fan de la decoración y no tenía sentido cambiarla.

Mi hermana me sugirió cambiar la decoración y me negué a hacerlo creyendo que era pérdida de tiempo y de dinero. No es que la decoración me recordara a Inés.

—Zeke, ¿quién era? —pregunta Nebraska saliendo de la cocina. Se queda de pie observando a mi ex mujer. Esta también la mira.

Rayos. Es un pésimo momento para que ambas se conozcan.

—Lo siento, no sabía que estabas acompañado—dice Inés en mi dirección—. Es solo que mi esposo no me buscaría en tu casa sabiendo que las cosas no terminaron bien entre nosotros.

Nebraska se acerca una vez que sale del asombro y le brinda una sonrisa amable a Inés.

—Hola. Soy Nebraska.

—Mi novia. —aclaro.

La rubia trata de no parecer sorprendida por ese título. No es algo de lo que hablamos o tocamos, pero no me parece apropiado decir que es la mujer que estoy conociendo.

—No sabía que estabas con alguien. No quiero molestar.

—No pasa nada—dice Nebraska—. Yo ya me estaba por ir. Mañana hay que madrugar.

Quiero pedirle que no se vaya, pero no digo nada, no estoy seguro como lidiar con esta situación.




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