SOFÍA.
Acabo de llegar del trabajo en la Biblioteca Municipal; el cansancio se siente en mis hombros, pero la vista del parque siempre me llena de una calma especial. Allí, entre los árboles y los risueños juegos de los niños, veo a mi hijo Allan corriendo con energía inagotable. Es mi rayo de sol en los días más oscuros, la razón por la que sigo adelante desde que me convertí en viuda de Darren.
—Mamá, ¿quieres que prepare la cena? —mi madre ha sido mi único punto de apoyo. Viuda al igual que yo, decidió mudarse conmigo cuando mi esposo Darren, uno de los tres médicos de este pueblo, murió.
—No, ya la tengo en el horno. Llama a Allan, ya es tarde y todavía se tiene que bañar —dice, acercándose a mí y limpiando sus manos con un paño.
Desde la muerte de Darren, los días han sido difíciles. Cada mañana me despierto con una sensación de vacío en el pecho, y aunque la rutina me mantiene ocupada, el dolor persiste, agazapado en cada rincón de nuestra casa. Mi madre, también viuda, entendió mejor que nadie mi desolación. Su apoyo ha sido fundamental; sin ella, no sé cómo habría logrado mantenerme en pie.
Mientras salgo y me acerco al parque, noto que Allan no está solo. Está jugando con otro niño que nunca antes había visto. Este niño es rubio, al igual que mi hijo, y parece que se llevan de maravilla. Sonrío al ver la alegría en sus rostros mientras corren y saltan.
—¡Allan! —lo llamo, levantando la mano para saludarlo.
Allan gira la cabeza y, al verme, su rostro se ilumina con una gran sonrisa. Sale corriendo hacia mí con su amigo siguiendo de cerca.
—¡Mamá! —grita mientras se lanza a mis brazos, abrazándome con fuerza.
El niño rubio se detiene a su lado, mirándome con curiosidad y una sonrisa bastante tímida.
—Mamá, este es Denis —dice Allan, señalando a su amigo—. Es mi nuevo amigo.
—Hola, Denis —digo, agachándome para estar a su altura—. Encantada de conocerte. ¿Te estás divirtiendo con Allan?
Denis asiente con entusiasmo, y es entonces cuando veo a un hombre acercándose lentamente desde la distancia. Es alto, rubio y guapo, con una expresión seria pero amable y tranquila. Se nota que es el padre de Denis, pues comparten la misma sonrisa y los mismos ojos azules.
—Hola —digo antes de que llegue a mi lado.
—Hola —dice cuando llega a donde estamos—. Soy Alejandro Brox, el padre de Denis. Nos acabamos de mudar a la casa de al lado.
Le extiendo la mano, y él la estrecha con firmeza pero con suavidad.
—Encantada de conocerte, Alejandro. Soy Sofía, la madre de Allan. Brox… ¿Eres quien va a sustituir al viejo Tomás? —pregunto, sorprendida.
—Sí, así es. Soy el nuevo abogado del pueblo. Tomás ha decidido retirarse y me ofrecieron su puesto. Parecía una buena oportunidad para empezar de nuevo —responde Alejandro con una sonrisa.
—Es bueno saberlo —digo con una sonrisa—. Tomás era muy querido aquí. Tendrás unos zapatos grandes que llenar.
—Eso me han dicho. Intentaré estar a la altura —responde Alejandro, y noto una sinceridad en su voz que me reconforta.
—Bueno, señor Brox, si necesitan cualquier cosa, estaremos en la casa de al lado —digo, tomando a Allan de la mano.
Allan no se conforma y me pide que lo deje diez minutos más. Sus ojitos suplicantes me convencen como siempre.
—Está bien, pero solo diez minutos —cedo.
—En diez minutos nos pasaremos también nosotros, ya es tarde —concuerda él.
Los niños salen corriendo de nuevo, dejando a Alejandro y a mí de pie, observándolos jugar.
Hay una comodidad inesperada en este hombre. Tiene facilidad en la conversación y parece que no tiene segundas intenciones al hablarme, lo que me hace sentir un poco más segura. Desde que enviudé de Darren, casi todos los hombres del pueblo que se me han acercado han sido amables, pero tenían segundas intenciones. La mayoría quieren una cita, pero para tener una noche de sexo. Muchos no creen que una mujer joven como yo haya decidido continuar su vida sola, por lo que se ofrecen a ser mi nueva pareja, alegando que Allan necesita un padre. Claro que lo que buscan, por desgracia, no puedo dárselo; tengo un hijo que no necesita a nadie más que a mí, lo que hace que mi rechazo los moleste y no hablen muy bien de mí.
—Entonces, ¿se mudaron recientemente? —pregunto, rompiendo el silencio.
—Sí, recién llegamos hoy —responde Alejandro—. Quería un cambio de ambiente, un lugar tranquilo para Denis y para mí. Este barrio parece perfecto.
—Lo es —digo con una sonrisa—. Es un lugar muy amigable. Allan y yo hemos vivido aquí desde siempre.
—Es bueno saberlo —responde Alejandro.
Mientras seguimos conversando, observando a los niños jugar, siento que este encuentro es el comienzo de una posible amistad.
—Bueno, parece que los chicos están disfrutando mucho —dice Alejandro, riendo mientras Denis y Allan intentan subirse juntos a una estructura de juego.
—Realmente lo están pasando bien —respondo, riendo también—. Pero ya es la hora, han pasado los diez minutos.
—Sí, yo también debo pasarme a organizar las cosas para la escuela mañana —digo a mi nueva vecina.
—Entiendo. Hasta luego —me sonríe.
—Hasta luego.
Mientras baño a mi pequeño sol, me siento agradecida; él es la pequeña chispa de alegría que me da vida cada día. Me alegro de que tenga un nuevo amigo. Parecen buena gente.
*
ALEJANDRO.
*
Me recuesto en la cama después de un largo día de mudanza y acomodamiento. Los recuerdos del día me traen una sonrisa: conocer a Sofía y a Allan ha sido un buen comienzo. Hay algo en Sofía que me hace sentir cómodo, su amabilidad y la dulzura con la que trata a su hijo es conmovedora. Miro el techo, pensando en cómo será nuestra vida en este nuevo pueblo.
De repente, escucho unos pasos ligeros en el pasillo. Volteo la cabeza y veo a Denis asomarse nervioso por la puerta de mi habitación, sus pequeños ojos fijan su tímida mirada en mí.
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amor y amistad dolorosa, segundas oportunidades de amor, perdón hijos y desamor
Editado: 20.10.2024