ALEJANDRO.
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Estoy en la cocina, preparando el desayuno y el almuerzo para Denis. Hoy es su primer día en un colegio “normal” y está nervioso, más de lo que me gustaría admitir.
Desde siempre ha tenido tutores privados que iban a casa, y en ocasiones esporádicas, asistía a campamentos y a un internado. Nunca ha tenido que enfrentar la rutina diaria de un colegio convencional, y puedo ver el miedo en sus ojos. Su madre decía que no podía arriesgar su seguridad, que ingenuo fui.
—Papá, ¿es de verdad un colegio normal? —pregunta Denis por tercera vez esta mañana, con la voz temblorosa.
—Sí, cariño, es un colegio normal —respondo con la mayor calma que puedo fingir, aunque por dentro también estoy nervioso.
—¿Volverás a mediodía por mí? —insiste, con sus grandes ojos azules llenos de preocupación.
—Te lo prometo, Denis. A mediodía después de comer, estaré ahí para recogerte. No tienes nada que temer —le digo, y me arrodillo a su altura para darle un abrazo.
Denis me abraza con fuerza, y puedo sentir su pequeño cuerpo temblar. Quiero tranquilizarlo, pero sé que las palabras solo llegan hasta cierto punto. No sé cómo transmitirle la seguridad que quiero que tenga a mí lado, solo espero que con el tiempo, la vaya adquiriendo.
—Papá, ¿y si no me gusta? ¿Y si no hago amigos? —pregunta, lleno de miedo.
—Te gustará, lo sé. Y sé que harás muchos amigos. Eres un niño maravilloso, y todos querrán conocerte. Además, Allan estará allí contigo y él es tu amigo —respondo, acariciando su cabello.
Finalmente, estamos listos para salir. Denis tiene sus ojitos rojos, como si estuviera a punto de llorar. Camino con él hasta la puerta, tratando de mantener mi voz firme y tranquilizadora.
—Te aseguro que todo va a ir bien.
Realmente espero que le vaya bien el día. No me gustaría que tenga que enfrentar otro trauma.
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SOFIA.
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Dejo a Allan en el colegio, asegurándome de que entre sin problemas.
Lo veo correr hacia la puerta con su mochila balanceándose alegremente en su espalda, y sonrío al verlo tan emocionado.
Hoy es el primer día de clases, siempre es un momento especial, y es normal que con el nuevo curso, se ponga un poquito de nervioso.
En la biblioteca trabajo de jornada intensiva para poder llevar y traer a Allan sin problemas, al principio fue difícil estar sola hasta que me adapte y mi madre se mudo conmigo, tal vez por eso admiro a Alejandro y esa seguridad que aparenta tener con Denis. Digo aparenta porque alguna vez noto en sus ojos, el temor que yo sentía cuando Allan me hacía preguntas que no podía responder para no dañarlo.
Mientras me doy la vuelta para marcharme, veo a Alejandro también dejando a Denis en la entrada.
Se despiden con un abrazo y una sonrisa, al darse la vuelta, nuestros ojos se encuentran.
—Hola, Alejandro —le digo, acercándome.
—Hola, Sofía. Parece que los niños están listos para su primer día —responde con una sonrisa que ilumina su rostro.
—Sí, Allan estaba muy emocionado por ver a Denis —le digo mientras caminamos juntos hacia la salida.
—Denis también estaba un poco nervioso, pero saber que Allan estará allí con él lo tranquilizó mucho —comenta Alejandro, mirando brevemente hacia la escuela.
—¿Y tú? ¿Lo llevas bien? —pregunto de repente sin darme cuenta que ha podido ser una pregunta indiscreta.
—No mucho mejor que él. —responde con una sonrisa sincera, lo cual me indica que no le ha molestado mi pregunta.
Llegamos a la acera y nos detenemos. Hay un momento de silencio cómodo, hasta que Alejandro lo rompe.
—Sofía, estaba pensando... Sería útil tener tu número de teléfono. Ya sabes, por si los chicos necesitan algo o surge alguna emergencia —dice, y noto que su tono es serio.
Miro a sus ojos y veo honestidad en su petición. Sin dudarlo, saco mi teléfono y le dicto mi número. Alejandro lo guarda en su móvil con una sonrisa.
—Gracias, Sofía. Estoy seguro de que me será útil. —guarda su teléfono y me mira de nuevo—. ¿Vas al trabajo ahora?
—Sí, me toca en la Biblioteca Municipal. Ya voy un poco justa de tiempo —le digo, echando un vistazo al reloj.
—Claro, no quiero hacerte llegar tarde. Gracias de nuevo por el número, y espero que tengas un buen día en el trabajo —dice, sonriendo sinceramente.
—Igualmente, Alejandro. Que tengas un buen día —respondo, devolviéndole la sonrisa.
Mientras me alejo, siento un ligero calor en las mejillas. Me encuentro pensando en la amabilidad de Alejandro, en su sonrisa cálida y sus ojos sinceros. "Es un hombre guapo", pienso sin querer.
Me detengo en seco y sacudo la cabeza, sorprendida por mis propios pensamientos. "¿Qué es lo que me pasa?", me pregunto a mí misma. "Lo conozco desde hace un día, y no debería estar pensando en él".
Suspiro, tratando de concentrarme en el camino hacia el trabajo.
No sé ni para qué pienso, yo no puedo permitirme distraerme de esta manera, me digo a mí misma. Tengo que mantener el enfoque en Allan y en mi trabajo.
No hay lugar para más complicaciones en mi vida. Pero, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo, la imagen de Alejandro y su sonrisa sincera permanecen en mi mente durante todo el camino, seguramente lo que me pasa es que no estoy acostumbrada a interactuar con hombres como él, que me ven con buenos ojos, sin segundas intenciones.
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ALEJANDRO.
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Suspiro al llegar a mi nueva oficina con el café aún caliente en la mano, observando el modesto pero elegante edificio.
El viejo Tomás, como le dicen aquí, ha dejado un legado considerable. No es solo un espacio de trabajo, sino una institución en el pueblo, la gente viene y deja sus problemas en tus manos con toda confianza, la mayoría de las veces dolor esperan una conciliación. Conozco a su hijo, mi amigo Tom desde hace años, y cuando surgió la oportunidad de ocupar su lugar y me la ofreció, no pude rechazarla.
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amor y amistad dolorosa, segundas oportunidades de amor, perdón hijos y desamor
Editado: 20.10.2024