Un Amor para Sanar (2)

CAPITULO 4

ALEJANDRO.

Ya hace algunas semanas que estamos aquí y la vida en Winston ha tomado un ritmo bastante más cómodo para mí.

Ahora ya parece que no me siento un extraño en este pequeño pueblo. Conozco a muchos de mis clientes, y la mayoría son gente buena, trabajadora y discreta. Todos los días sigo la misma rutina: me levanto temprano, me preparo un café, dejo a Denis en la escuela y camino hasta mi despacho, disfrutando de la tranquilidad de la mañana.

Hoy, sin embargo, esa tranquilidad se ve interrumpida. Tengo una cita con Albert Vans, el joyero del pueblo. No tengo el mejor presentimiento acerca de este hombre. Hay algo en su manera de hablar y en la forma en que me mira que me desagrada.

Albert llega puntual, con su habitual aire de superioridad que me crispa. Apenas se sienta, comienza a hablar sobre una herencia que tiene que cobrar. Es un tema común en mi despacho, pero su manera de abordarlo es distinta. Sus ojos brillan con una codicia que me pone en alerta. No me fío de este hombre.

—Alejandro, se comenta que te han visto varias veces con la viuda Sofía Lennon —dice, con tono sugerente.

Lo miro con curiosidad, sin entender a dónde quiere llegar. O mejor dicho sin quererlo entender.

—Sofía es una buena amiga —respondo, intentando mantener la conversación en un terreno neutral.

Albert se inclina hacia adelante, bajando la voz como si fuera a compartir un secreto.

—Pierdes el tiempo con ella. Yo intenté seducirla, pero es una mojigata. No te la puedes coger en la primera cita y lleva demasiada carga, un crío rebelde e hipotecas. No merece la pena. Si quieres, puedo presentarte a mujeres hermosas y disponibles.

Siento que la sangre me hierve. Que hable así de Sofía me enerva; ella es una persona maravillosa que me está ayudando muchísimo y sus palabras son una falta de respeto que no voy a permitir. Mi voz se torna fría y duramente firme cuando le respondo a este sinvergüenza.

—Primero, quiero dejar claro que mi vida privada la comparto con mis amigos, y tú no lo eres, eres mi cliente. Segundo, Sofía es mi amiga y que no quiera acostarse contigo no significa que no merezca la pena, ella merece todo el respeto del mundo. No voy a tolerar que hables de ella de esa forma, al menos en mi presencia.

—Con todo el respeto Brox, parece que esa mujerzuela te ha comido el coco. No imaginaba que fueras así.

—Imagino que creías que era como tú, un hombre que deshonra a una mujer porque lo ignora. —Río. —No, no soy como tú.

Albert frunce el ceño, evidentemente molesto, pero no replica. Se levanta bruscamente y se marcha, cerrando la puerta con un golpe que resuena en el despacho.

Después de que salga por la puerta, miro el reloj y me doy cuenta de que, por primera vez, llego tarde a recoger a Denis.

Salgo del despacho con prisa, indicando a mi secretaria, Bea, que no trabajaré por la tarde y que puede tomarse la tarde libre.

—Gracias, Alejandro. Si necesitas algo más tarde, ya sabes dónde encontrarme —dice Bea, coqueteando abiertamente, algo que se está volviendo una costumbre.

Voy a contestar pero la ignoro completamente al recibir una llamada de Sofía.

Mi corazón se acelera al escuchar su voz.

—Hola Alejandro, estoy recogiendo a Denis y a Allan del colegio. No te preocupes, ya estamos saliendo de la escuela.

Siento un nudo en el estómago. Había prometido estar ahí para Denis y hoy he fallado.

Me siento fatal.

—Muchas gracias Sofía. Se me hizo tarde. Voy para allá.

Después de agradecer a Sofía cuelgo sintiendo una mezcla de alivio y frustración.

Salgo del despacho rápidamente, con la mente puesta en mi hijo y en cómo enmendar mi error.

Más tarde, al llegar a casa de Sofia, encuentro a Denis jugando en la sala junto a Allan, mientras ella los observa tranquilamente con una sonrisa en los labios y leyendo un libro de Roma Schwarz, titulado “Sin ti”.

Me siento un poco aliviado de verlos tan felices, aunque la culpa aún me pesa.

—¡Papá! —grita Denis, corriendo hacia mí y abrazándome con fuerza—. Sofía nos recogió del colegio y dijo que luego iríamos a comer helado. ¡Es genial!

—Me alegra oír eso, hijo —le digo, devolviéndole el abrazo—. Lamento no haber podido ir yo mismo.

—No te preocupes, Alejandro. Todos tenemos días complicados ¿Verdad Allan? —dice Sofía, acercándose y él nene asiente con la cabeza—. Denis y Allan se divirtieron mucho. Pero debes saber que te espera una revancha en el parque y después heladería.

—Te tomo la palabra, Sofía —respondo, sonriendo a pesar de todo.

—Hola, señor Alejandro —dice Allan, tímidamente, desde la sala.

—Hola, Allan. ¿Te divertiste hoy? —le pregunto, sonriendo.

—¡Sí! Denis y yo jugamos un montón —responde, con una gran sonrisa y empieza a explicarme emocionado su día.

Sofía se queda un rato más, conversando conmigo mientras los niños juegan. Hablamos un poco de todo y de nada, disfrutando de la compañía mutua.

Me alegro de haber encontrado una amiga, y me doy cuenta de lo mucho que aprecio tener a alguien como ella en mi vida.

—Gracias por todo hoy, Sofía —le digo finalmente cuando me despido—. No sé qué haría sin ti.

—Puedes contar conmigo, Alejandro. Eres un buen amigo y un gran padre —responde ella, antes de marcharse.

Después de irnos de casa de Sofía, paso el resto de la tarde con Denis y Allan. Jugamos, hablamos de su día y los llevo a tomar un helado.

Me siento mejor al haber pasado este tiempo con él, aunque el encuentro con Albert sigue rondando mi mente.

Antes de acostarme, recibo un mensaje de Bea. Me pregunta si todo está bien y si necesito algo para mañana. Respondo con un simple "Todo bien, gracias", intentando no dar pie a más coqueteos. Mis pensamientos sin darme cuenta se desvían nuevamente hacia Sofía, recordando cómo me apoya incondicionalmente.

Está decidido, mañana la invitaré a cenar para agradecerle todo lo que ha hecho por mí y por Denis.




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