Un Amor para Sanar (2)

CAPITULO 6

ALEJANDRO.

*

Al abrir la puerta me encuentro con Sofía. ¿Qué hace aquí tan pronto? Su sonrisa no es la de siempre; parece diferente, ¿Parece que está triste? Trato de no mostrar mi sorpresa, pero la tensión que destila en el aire es palpable.

—Esperaba que llegaras más tarde a por Allan. Acabo de llamar a la pizzería, pasa —le digo, intentando mantener un tono casual, aunque la inquietud se filtra en mis palabras.

—Ha sido rápido —responde Sofía, pero no me mira a los ojos. —No. Solo me llevo a Allan —dice de repente, con una firmeza que no coincide con su actitud anterior. Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago.

Algo está mal. Sus manos juegan nerviosas con el borde de su bolso, como si buscaran un ancla en medio de una tormenta.

Los niños siguen riendo y jugando en el fondo, ajenos a nuestra conversación.

No puedo evitar fruncir el ceño, sorprendido y un poco dolido por su actitud.

—¿Por qué no lo dejas quedarse a cenar? Las pizzas están de camino.

—No, Alejandro. Me lo llevo.

—Pero, Sofía...

—Es mi hijo, Alejandro. Lamento haberlo dejado aquí. Fue un error cargarte con él, disculpa me lo llevo a casa.

La frustración y la molestia comienzan a hervir dentro de mí. Respiro hondo, intentando mantener la calma. Su actitud me desconcierta y me duele al mismo tiempo. Pero no la contradigo, se nota que ella no está bien.

—Está bien, si eso es lo que crees, llévatelo. —Sofia suspira y yo la tomo suavemente del brazo. —Pero quiero que sepas que, no se lo que te ha pasado, pero sea lo que sea, no es mi culpa.

Sofía se queda callada. Sus ojos finalmente se encuentran con los míos, y veo una mezcla de dolor y arrepentimiento. Mis palabras la han golpeado, lo sé. Pero también veo algo más, una tristeza profunda que no entiendo del todo. Parece al borde del llanto, y eso me desarma, así que la dejo ir.

—Cuando acabe la cena Alejandro, me avisas. Mi madre vendrá a por Allan.

Se da la vuelta y se marcha rápidamente, dejándome en la puerta con una sensación de vacío y desconcierto. ¿Qué demonios le ha pasado? ¿Por qué ha venido del bar tan afectada?

Cierro la puerta lentamente, tratando de procesar lo que acaba de ocurrir. Los niños siguen jugando y riendo, sus voces llenan la casa con una alegría que ahora me parece distante y casi cruel por su inocencia.

Me dejo caer en el sofá, mirando el espacio donde Allan está jugando, con Denis desde hace un rato. ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?

Espero que las pizzas lleguen sin dejar de pensar en Sofía.

Necesito saber por qué me ha tratado así, pero sobre todo, necesito entender por qué Sofía está tan herida y qué puedo hacer para ayudarla, si es que puedo hacer algo.

*

SOFIA.

*

Llego a casa y cierro la puerta tras de mí soltando un largo y pesado suspiro.

La presión por todo lo que estoy sintiendo y por haber contenido mis emociones durante mi encuentro con Alejandro se vuelve insoportable. ¿Por qué le he hablado así?

Sin poder evitarlo, me dirijo a mi habitación, sintiendo cómo las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos. Entro en el baño, me desnudo y abro la ducha, dejando que el agua caliente corra libremente antes de meterme debajo. Una vez dentro, el ruido del agua amortigua mis sollozos mientras dejo salir mi llanto, sintiendo que cada lágrima se mezcla con el agua que cae sobre mi rostro.

¿Por qué le hablan mal de mi a Alejandro? Y… ¿Por qué me importa tanto la opinión de Alejandro? Me hago esta pregunta una y otra vez mientras el agua corre por mi piel. No debería afectarme tanto. Pero lo hace. Las palabras de Bea en el bar resuenan en mi mente: "No deberías dejar que Alejandro se acerque tanto. La gente del pueblo va a empezar a hablar. No lo merece."

Después de un rato, cuando el agua ya no puede consolarme más, y parece que el disgusto pasa un poco, me seco y me pongo ropa cómoda. Estoy sentada en el borde de la cama, todavía sacudida por el mal rato que he pasado, cuando oigo la puerta principal abrirse. Es mi madre, que ha llegado.

—Sofía, ¿estás aquí? —La voz de mi madre se escucha cerca de mi habitación.

—Sí, mamá, estoy aquí —respondo, tratando de controlar mi voz, para que no note nada.

Mi madre aparece en la puerta del dormitorio, y al verme su expresión alegre cambia a una preocupada.

—¿Por qué parece que has llorado? ¿Dónde está Allan? —me dice con suavidad. Luego, acercándose, añade—: ¿Tienes que ir a por él a casa de Alejandro? —asiento. —¿Qué te pasa, hija? No te veo muy bien.

Sacudo la cabeza, intentando mantener la compostura.

—Nada, mamá. No me pasa nada.

Pero ella insiste, sentándose a mi lado en la cama y tomando mi mano.

—Sofía hija, te conozco. Dime qué te pasa.

Siento como las lágrimas amenazan con regresar de nuevo.

Aguantando las lágrimas, le explico con la voz temblorosa.

—No debí dejar que Alejandro se acercara tanto a mí y a Allan. La gente del pueblo habla y no quiero eso para mi hijo, tampoco para Alejandro él... es alguien importante, respetable…

Antes de que mi madre pueda responder, mi teléfono vibra. Es un mensaje de Alejandro: "Ya hemos cenado. Puedes venir a por Allan."

Es un mensaje seco, y me incomoda, debe estar molesto por mí actitud, pero tal vez sea mejor así.

Mi madre me da un apretón en la mano, tratando de ofrecer consuelo.

—Hija, no pienses así. Alejandro es un buen hombre. Se preocupa por ti y por Allan. Tal vez a él no le…

Niego con la cabeza, mis ojos llenos de una tristeza profunda.

—No, mamá. No quiero complicaciones. No quiero que Allan sufra por los chismes del pueblo, ni que tú te ilusiones por algo que no pasará con Alejandro. Parece que hasta vosotros habéis malinterpretado las cosas.

—Hija, eres joven y bonita… Es normal...

—No sigas. Hay que ir a por Allan. ¿Puedes?

Mi madre me mira con comprensión, aunque con cierta tristeza. Finalmente, se levanta y se dirige a la puerta.




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