Un Amor para Sanar (2)

CAPITULO 7

ALEJANDRO.

Aunque es temprano, ya debo enviar algunos correos a Tom antes de llevar a Denis al colegio.

Mi peque y yo nos hemos tomado el tiempo para disfrutar del desayuno juntos, saboreando ese instante de tranquilidad antes de que mi día empiece a acelerarse.

Mientras conduzco hacia el colegio, no puedo evitar que mi mente regrese a lo que sucedió ayer con Sofía. Denis, ajeno a todo, se entretiene feliz en el asiento trasero, jugueteando con su mochila.

Al llegar, el bullicio habitual de niños y padres en la entrada me envuelve. Estaciono el coche y, apenas bajo, Denis me da un beso rápido antes de salir corriendo hacia la entrada, ansioso por encontrarse con sus amigos.

Mientras camino hacia la entrada, mis ojos, casi por instinto, comienzan a buscar a Sofía. Finalmente, nuestras miradas se cruzan mientras ella despide a Allan.

Sus ojos están ligeramente enrojecidos, y hay una tristeza notable en su expresión, aunque alguien que no la conozca podría no darse cuenta.

La observo junto a Allan; le susurra algo al oído mientras acomoda su mochila. Sin embargo, hay algo en su postura, en la manera en que sus hombros están ligeramente caídos y su mirada parece perdida, que me preocupa. Está tan absorta en sus pensamientos que no nota mi presencia hasta que estoy a solo unos pasos de ella.

Me duele verla así, pero hoy no pienso dejar que esa tristeza permanezca sin una respuesta.

—Buenos días, Sofía —le digo, sonriendo para romper el hielo.

Ella se sobresalta un poco, como si no me hubiera visto llegar. Luego, su expresión se suaviza y me devuelve una sonrisa, aunque algo tímida.

—Buenos días, Alejandro. ¿Cómo estás? —responde, su voz suave pero cargada de una tristeza que no logra ocultar.

—Estoy bien. —Hago una pausa, observándola detenidamente—. Sofía, ¿podemos hablar un momento?

Sus ojos se ensanchan ligeramente, una mezcla de sorpresa y algo que podría ser temor. Tal vez esperaba que evitara el tema después de cómo se comportó anoche, pero necesito saber qué está pasando. No quiero perder a mi única amiga en este pueblo.

—Claro —responde, intentando mantener un tono casual mientras aparta la vista.

Nos alejamos un poco del bullicio y nos situamos en un rincón más tranquilo del patio. Los niños corren y juegan alrededor, pero nosotros quedamos en una burbuja de silencio incómodo.

—Sofía —comienzo, tratando de sonar relajado—, quiero saber si he hecho algo que te haya molestado. Tú eres mi hada madrina, la que ha hecho que todo vaya bien para Denis y para mí en este pueblo. No quiero perderte como diría en el colegio, mi hada mejor amiga.

Ella se ríe, aunque su risa es un poco forzada.

—No me llames así —dice, sacudiendo la cabeza, pero no puede evitar sonreír un poco ante el apodo.

—Es la verdad. —Le devuelvo la sonrisa—. Eres la persona que ha cumplido mi deseo de que todo vaya bien aquí. Sin ti, no sé qué habría hecho.

Sofía vuelve a apartar la vista, mordiéndose el labio. Puedo ver que está luchando con algo, y quiero ayudarla a sacarlo a la luz.

—Sofía, eres la única amiga que tengo aquí, y no quiero perderte. Si he hecho algo mal, al menos merezco saberlo.

Ella suspira profundamente, como si se estuviera preparando para algo difícil.

—No es tu culpa, Alejandro. Anoche, alguien me dijo cosas que... no fueron agradables. Me afectaron, y creo que te traté injustamente. Lo siento.

—¿Qué cosas te dijeron? —pregunto, preocupado.

—Cosas sobre nosotros, sobre lo que la gente podría pensar... —dice, su voz apenas un susurro.

—Sofía, a mí no me importa lo que diga la gente. Me importa Denis, tú y Allan. Y quiero que sepas que no suelo hacer caso a las habladurías. Juzgamos por los hechos. Y eres especial para nosotros.

Finalmente, Sofía levanta la mirada y me mira directamente a los ojos. Hay gratitud y algo de alivio en su expresión.

—Gracias, Alejandro. Realmente necesito escucharlo. A veces, es difícil lidiar con todo esto sola.

—No estás sola, Sofía —le digo, apretando su mano suavemente—. Estamos en la puerta de al lado.

Nos quedamos así por un momento, compartiendo un entendimiento silencioso. Aunque la mañana sigue su curso y el bullicio del colegio no se detiene, siento que hemos dado un paso importante. No sé qué nos depara el futuro, pero sé que no quiero perder esta amistad.

—¿Vamos a tomar un café después de recoger a los niños? —le propongo, sonriendo.

Ella asiente, y por primera vez en días, su sonrisa parece genuina.

—Me encantaría.

*

SOFÍA.

*

Desde esta mañana, parece que mi día va bien. La biblioteca está tranquila, apenas perturbada por el suave murmullo de las hojas de los libros mientras Bianca y yo colocamos los nuevos volúmenes en las estanterías. El aroma a papel y madera me resulta reconfortante, pero hoy no logro encontrar la paz que usualmente me brinda este lugar.

—Bianca, necesito contarte algo —le digo, rompiendo el silencio.

Bianca levanta la vista de un libro que estaba colocando en su lugar, su mirada curiosa y atenta.

—¿Qué pasó, Sofía?

Tomo aire, tratando de ordenar mis pensamientos.

—Ayer me molesté con Alejandro por Bea, lo que dijo, esas cosas que me hicieron sentir mal y terminé siendo injusta con él. Esta mañana, cuando llevé a Allan al colegio, Alejandro me enfrentó, preocupado por si había hecho algo que me molestara. Me disculpé, y él fue tan comprensivo... me sentí fatal por cómo actué.

Bianca sigue trabajando en silencio, escuchando cada palabra con atención. A medida que le cuento, noto que se va tensando ligeramente, pero no dice nada hasta que termino.

Finalmente, dejo escapar un suspiro y me giro para mirarla.

—¿Qué piensas?

Blanca cierra el libro que tiene en las manos y me mira con una expresión seria.

—Sofía, me parece fatal lo que has hecho. ¿Realmente vas a hacer caso a la estirada de Bea? Se ve a leguas que esa chica está celosa. Deberías de haber arrancado todos los cabellos de su perfecta coleta.




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