Un Amor para Sanar (2)

CAPITULO 8

ALEJANDRO.

*

Después de dejar a Denis en el colegio y reflexionar un poco sobre la situación con Sofía, decido que lo mejor sería posponer el café. Pensándolo bien, quizás lo mejor es darle algo de espacio. Sin embargo, mientras estoy camino a la oficina, algo dentro de mí me empuja a ir a la biblioteca. Necesito aclarar las cosas y asegurarme de que no quede ningún malentendido entre nosotros.

Entro en la biblioteca con paso firme, pero no puedo evitar sentir una ligera incomodidad al ver a Sofía y Bianca de pie en una esquina, claramente sorprendidas por mi llegada.

—¡Ohh, qué bien que estés aquí! A ti te quería ver —dice Bianca, rompiendo el silencio con una sonrisa que no logro descifrar del todo.

—¿Qué pasa? —pregunto, notando la tensión en el aire. —¿He hecho algo?

Blanca se cruza de brazos y me lanza una mirada directa.

—Alejandro, necesitas controlar a tus trabajadoras… —dice acercándose y tocando mi hombro con la punta de su dedo índice. —Si, no me mires así, esa estúpida se ha portado fatal con Sofía.

Mi corazón se acelera. Esto no me lo esperaba. ¿De qué habla?

—¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?

Blanca me lanza una mirada significativa y, con un tono que no deja espacio para dudas, empieza a contarme lo que ha sucedido.

—Ayer, la tal Bea, tú secretaria, le dijo a Sofía que la gente del pueblo iba a empezar a hablar de ella y de ti, que no era lo mejor para ti ni para Denis, que estuviera tan cerca. Básicamente, le hizo creer que mantener una amistad contigo era un error. Y te perjudicaba. Y te voy a decir algo, si vuelve a meterse con mi amiga, le arrancaré el pelo.

Las palabras de Bianca me golpean como un balde de agua fría. No puedo creer que alguien haya tenido el valor de decirle algo así a Sofía. Miro a Sofía, que parece querer desaparecer en este mismo momento, con la cabeza gacha y el rostro teñido de rojo vergüenza.

—¿Eso es cierto, Sofía? —le pregunto, en un tono de voz mucho más serio de lo que pretendía. Necesito saber si todo esto es verdad.

Ella asiente, sin levantar la mirada.

La ira comienza a crecer dentro de mí. No puedo creer que alguien haya tratado de interferir de esa manera en nuestra amistad. No puedo permitir que esto se quede así.

—Sí... Ella me lo dijo en el bar... —murmura. —Pero…

—Eso es inaceptable —la corto sintiendo cómo una mezcla de frustración con molestia crece en mi pecho—. Sofía, ven conmigo. Vamos a ir a tomar un café ahora mismo.

—Alejandro, yo... no puedo. Tengo que trabajar —responde, intentando mantenerse firme, pero su voz es débil.

No le doy opción. Me acerco y suavemente la tomo del brazo, ya estoy decidido a no dejar que esto quede así.

—No me importa si tienes trabajo o no, Sofía. Esto es importante. Necesitamos hablar ahora mismo, así que te vienes conmigo, si el alcalde tiene algún problema que me llame.

Ella me mira sorprendida por mi determinación, pero no hace nada para resistirse.

Bianca, que ha estado observando toda la escena, interviene antes de que Sofía pueda protestar.

—No te preocupes por la biblioteca, Sofía. Yo me encargo de todo. Anda, ve a hablar con Alejandro. Es mejor que lo arreglen de una vez.

Sofía me mira un momento más, como evaluando si debería seguirme o no. Finalmente, asiente, resignada.

—Está bien —dice, casi en un susurro.

La guío hacia la puerta, aún sosteniéndola del brazo, dispuesto a aclarar todo esto de una vez por todas.

No pienso dejar que nadie más se entrometa entre nosotros ni que Sofía siga creyendo esas tonterías.

Mientras salimos de la biblioteca, siento que esto es solo el principio de una conversación que cambiará muchas cosas, y estoy listo para lo que venga.

*

SOFÍA.

*

Cuando Alejandro me toma del brazo y me saca de la biblioteca, el silencio que se cierne entre nosotros es denso e incómodo. Subimos al coche sin que él diga una palabra, y el ambiente se vuelve aún más tenso. Su furia es palpable, y no tengo ni idea de qué esperar. Mientras conducimos, intento pensar en cómo explicar la situación, pero las palabras se me escapan.

Al llegar al café, Alejandro aparca con brusquedad y me hace un gesto para que entre antes que él. El local está tranquilo, y al entrar, la camarera nos recibe con una sonrisa cálida. Nos sentamos en una mesa apartada, lejos del bullicio. Alejandro se acomoda y me mira con una intensidad que me hace sentir aún más incómoda.

—Sofía, ¿por qué no me dijiste quién fue? —su voz es firme, casi cortante. El enojo en sus ojos es evidente, pero también hay una herida profunda que me duele.

Me estremezco ante su tono y busco las palabras correctas.

—No quería causarte problemas, Alejandro. Solo... no quería que esto afectara nuestra amistad.

La camarera llega justo a tiempo para interrumpir, preguntando si deseamos algo. Alejandro pide dos cafés con un tono que no deja lugar a dudas sobre su malestar. Una vez que ella se va, Alejandro regresa su atención a mí, su mirada penetrante sin abandonar mi rostro.

—Para mí jamás será un problema, Sofía —dice con una determinación que me sorprende—. Eres una bella bendición en mi vida, y nada de lo que digan los demás cambiará eso.

Sus palabras me llegan profundamente, y siento un nudo en el estómago. La sinceridad en su voz me hace cuestionar por qué permití que las opiniones de otros nos afectaran tanto. Alejandro continúa:

—Lo que me duele más es que te hayan hecho sentir que deberías alejarte de mí. No mereces eso. No quiero que nadie, ni siquiera Bea, interfiera en lo que tenemos.

Me muero por hablar, pero el peso de sus palabras me deja sin aliento. Mi corazón se acelera mientras pienso en lo que podría haber sido nuestra conversación sin las interferencias de terceros.

Finalmente, el silencio se vuelve más pesado, y el café llega a nuestra mesa. Mientras la camarera se aleja, Alejandro toma un sorbo de su bebida y me mira con una mezcla de determinación y ternura.




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