Un amor por recuperar (3)

PRÓLOGO

Aquel día, el último en que vi a Tom, algo en mí ya estaba roto. Pensar en dejar a mí madre solo seis meses después de perder a mi padre me destrozaba.

Habíamos pasado horas juntos, riendo y besándonos bajo el sol, como si el mundo fuera un lugar perfecto. Recuerdo su risa resonando en el aire mientras planeábamos nuestra vida en Nueva Yess, soñando con los días que vendrían. Cada beso era un pacto silencioso de amor, de esa preciosa relación que teníamos y todavía me aferro a esos momentos, como si pudieran salvarme de la tormenta que todavía vive en mí.

—Te prometo que será increíble —dijo Tom, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Me tomó de la mano y me miró a los ojos, con esa chispa de entusiasmo que siempre lograba calmar cualquier tormenta interna que tuviese.

Nos detuvimos frente a la puerta de mi casa, y sin necesidad de palabras, nos miramos sonriendo, envueltos en esa complicidad tan nuestra, como si nada más existiera.

La noche había sido perfecta: una cena sencilla, con lo poco que teníamos de paga y muchas risas compartidas. Un mundo reducido a un solo espacio, el nuestro.

Tom me miró con ternura, y al sentir su mano rozar mi mejilla, me invadió ese amor que crecía sin medida en mi pecho. Esa tarde me había hecho suya, en su cama, en su casa y para mí fue el mejor momento que viví con él, dos críos inexpertos entregándose al amor.

—Bésame —me susurró, en voz baja y llena de deseo, pero con esa dulzura que tanto me estremecía.

No pude evitar sonreír, y sentí mis mejillas arder recordando lo que había pasado horas antes. Cerré los ojos y me acerqué, nuestras bocas se encontraron en un beso suave, prolongado, que encerraba, todos los sueños que habíamos compartido y que aún teníamos por vivir. Al separarnos, él me miró como si quisiera retener este instante para siempre.

—Eres la mujer más inteligente y bonita que he visto en mi vida —murmuró, con una sinceridad que me desarmaba. Como era posible que lo amase tanto.

Sus palabras me hicieron sentir como si flotara. Traté de contestarle con alguna broma, pero el peso de lo que acababa de decirme llenó mi pecho de una calidez indescriptible. Con Tom me sentía en casa, segura, completamente amada. Desde el primer momento en que lo vi, supe que era el amor de mi vida. Entré a casa aún sumida en ese sentimiento de felicidad, como si nada pudiera romperlo.

Sin embargo, al cruzar la puerta y llegar a la cocina, encontré a mi madre sentada a la mesa, con las ojeras más profundas que había visto jamás en ella. La expresión de preocupación en su rostro me paralizó; no se parecía en nada a la mujer fuerte que siempre había sido mi pilar, imaginé que la muerte de mi padre meses atrás en un accidente de tráfico era lo que la tenía en ese estado, pero nunca imaginé lo equivocada que estaba.

—Bianca, no voy a mentirte. El tratamiento es caro. No sé si voy a poder pagarlo… Quiero que te hagas a la idea. No sé si voy a poder con esto, —dijo con una voz que me resultaba ajena, quebrada.

Me invadió un frío que subió por mi espalda y un nudo en la garganta me dejó sin palabras. Todo se paralizó. Mi madre tenía cáncer. Las palabras resonaban en mi mente una y otra vez, como si se negaran a encontrar un sentido.

—Pero, mamá... —logré susurrar, aún sin comprender lo que acababa de escuchar—. ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No quería preocuparte, hija —me respondió con un susurro—. Me enteré una semana después de que tú padre falleció, intenté afrontarlo sola, que no sufrieras por los dos, pero ya no puedo ocultarlo. No puedo esperar más. El tratamiento es costoso... mucho más de lo que puedo cubrir, intentaré hipotecar la casa, tal vez así…

Cerré los ojos e intenté calmar el torbellino que arrasaba mi mente. Hacía unas horas, celebrábamos con Tom, soñábamos con nuestra vida juntos en New Yess, donde mi beca por fin me había abierto una puerta. Pero ahora…

"¿Cómo voy a dejarla sola?" pensé, sintiendo el peso de la realidad aplastarme.

—No puedo irme —murmuré, más para mí que para ella, sin apartar la vista de su rostro cansado, mientras una lágrima caía por mi mejilla.

Mi madre me miró con tristeza, comprendiendo lo que quería decir, y yo pude ver en sus ojos el miedo, la súplica. Aunque me acercó una mano, sabía que lo hacía con dolor.

—Bianca, tienes que seguir con tu vida. No puedes dejar tus sueños por mí. Es ley de vida.

Pero ¿cómo podía hacerlo? ¿Cómo dejarla cuando ella me necesitaba más que nunca? El tratamiento no solo era costoso, sino largo y complejo. Si me iba, estaría tan lejos que no podría cuidarla, que no podría sostenerla cuando me necesitara. Toda mi vida ella había estado ahí, fuerte, presente, dándome todo. Y ahora ella me pedía que pensara en mí, cuando yo solo podía pensar en quedarme con ella.

Mi corazón latía tan fuerte que sentía que se rompía. Me debatía entre dos amores, ambos irremplazables. Mi madre y Tom, dos partes de mí que no podía dividir. Y sabía que si le contaba a Tom, él lo entendería y se quedaría junto a mi. Lo dejaría todo, y yo no podía permitir que sacrificara su futuro. Él era así, contaba conmigo para todo, como yo lo hacía con él.

—Lo siento, mamá —murmuré, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos—. No voy a hacerte caso está vez, no puedo dejarte sola. No me voy.

La noche se alargaba interminablemente, colmada de dolor mientras mi mente daba vueltas a decisiones imposibles. Me atormentaba la idea de despedirme de Tom, de intentar encontrar las palabras adecuadas para hacerle comprender que debía marcharse sin mí. Recuerdo con claridad aquel momento tras la muerte de mi padre, cuando casi retrasé mi propia partida y él se ofreció a quedarse a mi lado sin opción a replica. Sabía que al optar ahora por esta decisión de quedarme junto a mamá, lo estaría perdiéndolo a él también. Y lo perdería de la forma más desgarradora. Porque no tenía opción.




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