TOM.
Entro a la casa de Alejandro con la idea de pasar una tarde tranquila. No espero mucho más que una charla amena y una buena comida. Estoy aquí para ver a mi viejo amigo y celebrar su compromiso con Sofía, una mujer encantadora a la que siempre he respetado. Todo parece normal, hasta que la veo.
Mi cuerpo se queda rígido al instante, como si todo a mi alrededor se congelara. Ahí está, sentada en el sofá, despreocupada, como si nada hubiera pasado. Como si no hubieran transcurrido seis malditos años. Se levanta al verme, y su sonrisa ilumina su rostro de una forma que, en otro tiempo, habría hecho que mi corazón latiera más rápido.
Pero ahora, lo único que siento es cómo mi pecho se contrae. Todo lo que intenté enterrar, cada pedazo de dolor que reprimí, regresa de golpe. Esa mujer, la que me rompió en mil pedazos, está aquí, frente a mí, en la casa de mi mejor amigo, como si fuéramos simples conocidos que se cruzan por casualidad.
Sofía se adelanta primero, ajena a la tormenta que empieza a formarse en mi interior.
—¡Tom! —exclama con su habitual calidez, envolviéndome en un abrazo.
Me quedo tenso. Mi mente no está en Sofía ni en la conversación trivial que esperaba tener. Está en ella. Bianca. La mujer que fue todo para mí, la que me dejó sin aviso, sin explicación. La que convirtió mi vida en un caos que me costó años ordenar.
Después de unos segundos que se me hacen eternos, respondo al abrazo de Sofía. No quiero parecer grosero.
—Es bueno verte, Sofía —murmuro, intentando que mi voz suene normal, aunque siento cómo me tiembla un poco. Pero no puedo apartar la mente de lo que sé que viene.
Y entonces sucede. Ahí está, Bianca, de pie, justo frente a mí. Mi corazón se detiene un segundo. No puedo respirar. No puedo moverme. Todo lo que había dejado atrás —o creía haber dejado atrás— regresa con una intensidad que me deja paralizado. El tiempo parece detenerse, y lo único que soy capaz de hacer es mirarla. Esa misma sonrisa, ese mismo brillo en sus ojos. Pero ahora, lo único que veo es una traición que nunca logré entender.
Bianca da un paso hacia mí, su sonrisa permanece intacta, como si este fuera un reencuentro casual, como si no hubiera sucedido nada, como si los seis años no hubieran dejado huella.
—Tom... —su voz atraviesa el aire y llega a mis oídos, pero no siento nada más que un vacío desgarrador. ¿Cómo puede actuar así? ¿Cómo puede pretender que todo está bien?
No respondo de inmediato. No puedo. La rabia y el dolor me consumen por dentro, pero trato de mantenerme en control. No puedo perder la compostura aquí, no frente a Alejandro y Sofía.
—Bianca... —finalmente logro pronunciar su nombre, pero apenas es un susurro. Ni siquiera estoy seguro de si me ha oído.
Ella da otro paso hacia mí y, antes de que pueda detenerla, extiende los brazos para abrazarme. Yo no me muevo. No puedo. Me quedo ahí, con los brazos colgando a los lados, como si mi cuerpo no respondiera. Solo la miro, incapaz de reaccionar, incapaz de procesar que, después de todo este tiempo, la tengo frente a mí, como un maldito fantasma.
Siento su cuerpo contra el mío, pero no hago nada. No levanto los brazos. No le devuelvo el abrazo. Todo lo que puedo hacer es mirarla, y cada segundo que pasa me recuerda lo roto que me dejó. Todo lo que me quitó con una sola decisión. Me dijo que no me amaba lo suficiente, y eso me destruyó.
Ella se aparta, pero mantiene esa sonrisa, aunque ahora parece forzada. Tal vez lo sabe. Tal vez se da cuenta de que ya no soy el mismo, de que nunca pude ser el mismo después de lo que hizo.
El ambiente en la habitación se vuelve pesado. Alejandro y Sofía notan la tensión, pero nadie dice nada. Todos lo sentimos, pero nadie se atreve a romper el silencio.
Me quedo quieto, mirándola. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que nuestras miradas se encontraron, pero todo dentro de mí sigue gritándome: ¿por qué? ¿Cómo puede estar aquí, actuando como si nada?
BIANCA.
Mi corazón late con fuerza en cuanto lo veo. Han pasado seis años, pero aquí está, justo frente a mí. Tom. El hombre al que destrocé, el hombre que nunca logré olvidar.
Me quedo inmóvil por un momento, intentando controlar los nervios que empiezan a apoderarse de mí. Lo saludo como si nada hubiera pasado, como si aún fuéramos los mismos de antes, pero él... él no me devuelve ni una sonrisa.
—¡Tom! —exclamo, tratando de sonar alegre mientras me acerco. Le rodeo con los brazos en un abrazo que no tarda en volverse incómodo.
Se queda rígido, distante, sin decir nada. No me responde, y de repente, el silencio entre nosotros se siente insoportable. El Tom que conocí nunca habría sido así. Él habría respondido con una sonrisa cálida, habría bromeado... pero ahora parece otra persona, y sé que es mi culpa. Me aparto de él lentamente, mi sonrisa todavía en el rostro, pero siento que se me está desmoronando por dentro.
No sé qué decirle, no sé cómo empezar a reparar todo lo que hice. Pero antes de que pueda siquiera intentar algo, Amanda aparece en la puerta.
—¡Tom! —exclama con esa energía suya que parece llenar la habitación—. Qué alegría verte de nuevo. ¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros?
Intento aferrarme a esa invitación como una salvación, esperando que él acepte, que la tensión se disipe al menos un poco. Pero Tom duda, y sé lo que va a decir antes de que las palabras salgan de su boca.
—Lo agradezco, Amanda, pero realmente tengo que marcharme. Hay algo que necesito hacer.
El rechazo me duele más de lo que quiero admitir, y no solo porque rechace la cena. Es a mí a quien está evitando. Lo sé. Es a mí a quien no quiere tener cerca. Bajo la mirada por un segundo, tratando de recomponerme, pero mi corazón se siente como si se estuviera rompiendo de nuevo.
Denis, el hijo de Alejandro, corre hacia él, rogándole que se quede. Tom se agacha para hablarle con una dulzura que no tiene para mí, y el contraste es desgarrador. Sonrío, o al menos lo intento, mientras veo cómo abraza al niño, pero por dentro estoy hecha pedazos. Cada gesto suyo me recuerda que ya no soy parte de su vida, que fui yo quien lo apartó.
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Editado: 04.01.2025