BIANCA.
Hoy el tiempo es fresco y nublado, un reflejo perfecto de mi estado de ánimo. He decidido almorzar con mi amiga Samantha en la cafetería donde solíamos quedar antes de que ella se divorciara. La idea de pasar tiempo con ella me anima, pero no puedo dejar de pensar en lo que pasó anoche en casa de Sofí. Tampoco logro desprenderme de la sombra de lo que dejé atrás.
Cuando llego, Samantha ya está sentada junto a la ventana, con su habitual y radiante sonrisa iluminando el ambiente. La saludo con un abrazo, y enseguida comienza a bombardearme con preguntas sobre mi vida. Intento responderle, pero mis pensamientos se desvían hacia lo ocurrido con Tom la otra noche. Desde ese día no nos hemos vuelto a cruzar, pero sé por Sofía que está ayudando a Alejandro en el bufete. Y precisamente estoy aquí porque no quiero hablar de él. Ni con Sam.
—¿Y cómo va tu trabajo en la biblioteca? —pregunta Samantha, inclinándose hacia mí con interés.
—Todo bien, solo un poco ocupada organizando los eventos para las autoras que esperamos esta semana —respondo, esforzándome por sonar entusiasta. Esta semana vienen Alexandra Torres, “la mariposa”, y la reina de lo erótico, Delicias G. La temática de la semana es “Romance & Erotismo” y ellas son de lo mejor en ese campo.
—Me gustan ambas. Las leí en digital muchas veces…
Justo cuando empiezo a relajarme hablando de lo que me apasiona, veo a Tom entrar por la puerta y mi corazón da un salto.
Al cruzar nuestras miradas, su expresión se apaga, como si deseara no haberme visto. Su mirada, fría como el hielo, me atraviesa.
Detrás de él está una chica que no reconozco; no es del pueblo, y si lo es, debe llevar poco tiempo viviendo aquí. ¿Tal vez sea su pareja, que ha venido de la ciudad? Ella se sienta en la barra, y al instante reconozco el tipo de sonrisa que le dedica. Un retortijón en el estómago me recuerda que su vida sigue adelante, como la mía debería hacerlo.
Mientras estoy con Samantha, mi mente no puede dejar de distraerse. Tom está en la barra, bromeando con esa chica. La risa de Samantha es cálida y familiar, pero la de Tom se siente como un golpe. Es doloroso ver cómo intenta que todo parezca tan fácil.
—¿Te pasa algo? —pregunta Samantha, notando mi distracción—. No me has contado que Tom había vuelto, pero imagino que es porque no deseas hablar de él. No insistiré.
—No, no me pasa nada. Estoy bien —digo, aunque sé que no es cierto. Suspiro y miro hacia la barra otra vez, viendo cómo Tom se inclina hacia la chica, coqueteando de manera descarada. ¿Está intentando demostrar que me ha superado? Se le nota perfectamente. No hace falta que me lo demuestre. Me siento incómoda, triste, atrapada en una película de la que no puedo escapar.
La frustración burbujea dentro de mí al ver cómo Tom coquetea. No sé por qué me molesta después de tanto tiempo, pero no puedo evitarlo. ¿Qué tiene él que me afecta así? Me doy cuenta de que aún siento algo por él, y eso me aterra.
—Creo que tengo que irme. Debo abrir la biblioteca en un rato —le digo a Samantha, intentando sonar convincente. La incomodidad es demasiada.
—¿Ya? Pero estábamos pasándolo bien —protesta.
—Lo sé, pero necesito un poco de espacio —mi voz tiembla, y Samantha se preocupa.
—Está bien. Para lo que necesites, llámame —dice, cubriendo mi mano con la suya.
Me levanto, evitando mirar a Tom, aunque siento su mirada en mí. Al salir, mis ojos se cruzan con los suyos y acelero el paso. Fuera, me inunda una mezcla de alivio y tristeza. Quizás sea el momento de dejarlo ir. Pero no puedo evitar preguntarme si algún día entenderá lo que realmente ocurrió.
TOM.
Al entrar en la cafetería, me siento bien, hasta que la veo. Bianca está sentada en una mesa, y su rostro se ilumina al verme. Eso me provoca una sensación extraña. No quiero pensar en ella, no más. La chica que me acompaña es Marisa, una clienta de Alejandro a la que estoy ayudando con algunos problemas legales en su nuevo negocio.
Marisa no deja de sonreír y coquetear. Al principio me resultaba incómodo tratar con ella, pero ahora, después de ver a Bianca aquí, me alegra que Alejandro me haya encomendado este caso.
Me acerco a la barra, haciendo un esfuerzo por no mirar a Bianca, aunque siento su mirada fija en mí. Decido que es momento de mostrarle que he seguido adelante, que estoy bien.
Ignoro su mesa hasta que una voz conocida me llama. Es Samantha, una vieja amiga del instituto, sentada con Bianca.
La saludo con un breve gesto de la mano y vuelvo mi atención a Marisa.
—¿Te gusta el café? —le pregunto, disfrutando de la chispa en nuestra conversación mientras ella me mira curiosa—. Yo suelo venir aquí solo por el espresso.
Bianca nos observa. Su expresión cambia de sorpresa a una mezcla de tristeza y frustración. Eso me da un pequeño impulso. Quiero que sepa que no la necesito, que he encontrado a alguien más con quien disfrutar. Tal como ella quiso hacer tiempo atrás.
Me doy cuenta de que Bianca nos está mirando. Aunque intenta disimular, la tensión en el aire es palpable. Coqueteo un poco más con Marisa, hablando de sus proyectos y haciéndola reír. Quiero que Bianca sepa que estoy bien, que he seguido adelante.
—¿Qué tal si nos tomamos una copa en otro lugar? —le sugiero a Marisa, sabiendo que no me atrae y que no pasará nada entre nosotros. Solo quiero que Bianca nos vea salir.
Ella intenta ocultar su seriedad, pero no puede. Debería sentirme satisfecho, pero no lo estoy. Si realmente creyera que fui algo para ella... pero no fue así. Nunca más seré su juguete.
La sonrisa se me congela cuando veo a Bianca levantarse. La sensación de vacío es abrumadora. Ignorarla no es fácil. Aunque intento concentrarme en Marisa, mi mente sigue volviendo a Bianca.
Cuando ella me mira, noto la vulnerabilidad en sus ojos. Eso me desarma.
—¿Todo bien? —pregunta Marisa, notando mi distracción.
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Editado: 04.01.2025