Un amor por recuperar (3)

CAPITULO 4

BIANCA.

El viento frío me golpea la cara y voy mojándome bajo la lluvia, mientras camino hacia la biblioteca. Cada paso es un intento por apartar de mi mente el cruce de miradas con Tom en la cafetería. Su manera de coquetear descaradamente con esa chica frente a mí me revuelve el estómago. No debería importarme. Ya no somos nada, ¿verdad?

El sonido de un motor lento y constante a mi lado me saca de mis pensamientos. Giro ligeramente la cabeza y veo el coche de Tom poniéndose a mi altura. Su ventana está bajada y su rostro refleja una mezcla de burla y desafío.

—¿En serio no tienes a nadie que te lleve y traiga del trabajo? —dice, con un tono feo, cargado de sarcasmo.

Suelto un suspiro y mantengo la mirada al frente. No pienso darle el gusto de una reacción.

—¿Te parece bien ir andando sola por ahí con la que cae? —continúa, con su tono de voz, cada vez más provocador—. Parece que no tienes a nadie que se preocupe por ti. Eso pasa por desechar a quien si le importabas. Me das lástima.

Me detengo de golpe y me giro hacia él, plantándome frente a su coche para desafiarlo.

—Haz el favor de dejarme en paz, Tom. No tienes ningún derecho a entrometerte en mi vida —le digo, manteniendo la voz firme, aunque mi corazón late con fuerza.

Él sonríe, con esa sonrisa falsa llena de ironía, que me saca de quicio.

—¿Te molesta que alguien te diga las verdades a la cara, Bianca? —su tono tiene una mezcla de burla y resentimiento que me crispa los nervios.

Cruzo los brazos y lo miro con altanería.

—¿Sabes qué, Tom? Tenías razón cuando me dijiste que lo mejor era no cruzarnos más. Es mejor no cruzarnos. Haz el favor de ser el primero en cumplirlo, ¡no me sigas!... o es que todavía babeas por mis huesos. —Sonrío coqueta para molestarlo.

Mis palabras lo toman por sorpresa. Es un golpe directo a su ego. Lo noto en la forma en que su expresión cambia, por un segundo parece dolido, pero lo disimula muy rápidamente.

—¿Perdón? ¿Cómo dices? —pregunta, incrédulo.

—¿Qué te pasa? —lo encaro, acercándome un poco más al coche—. ¿Por qué me sigues? ¿Es que todavía estás enamorado de mí? ¿Soy irresistible cierto? —Sonrío con suficiencia, disfrutando del golpe que se, que acabo de darle.

La sonrisa de Tom se desvanece en un instante. Su rostro se endurece, y hay algo en sus ojos creo que es furia, que me provoca un escalofrío. Es Ira.

—¿Enamorado de ti? —dice con una risa seca—. Más quisieras, Bianca. Mírate. Por favor no significas nada.

Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba, pero me niego a mostrarlo. Me río para cubrir el dolor que se empieza a filtrar por las grietas de mi fachada.

—¿Entonces qué es esto, Tom? ¿Por qué sigues detrás de mí? Si no significo nada, ¿por qué no puedes simplemente dejarme en paz de una maldita vez?

—Porque no me fío de ti, Bianca —su respuesta es rápida y afilada—. Porque sé lo que eres capaz de hacer, y no voy a dejar que sigas jugando con la gente. Alejandro y Sofía son buena gente, y confían en ti, pero yo no.

—¿Ah, sí? —le respondo, con una sonrisa burlona—. Si tan poco me soportas, ¿por qué no sigues tu camino y me dejas seguir el mío tranquilamente?

Tom aprieta los labios, y por un momento parece que va a responder, pero se detiene. Me mira como si estuviera librando una batalla interna, y finalmente sacude la cabeza.

—Sube al coche, Bianca.

—Ni loca.

—No voy a dejar que camines sola hasta la biblioteca.

—¿Por qué no? ¿No era eso lo que querías? ¡Si no me soportas! Querías que yo desapareciera de tu vida. Pues eso hago.

—Bianca... —su voz suena irritada a la vez que cansada, pero también hay algo más, algo que no puedo identificar.

Lo miro durante unos segundos, con confusión. Luego doy un paso atrás molesta.

—Haz lo que quieras, Tom. Pero si tan mala soy déjame en paz.

Me doy la vuelta y sigo caminando, ignorando el coche que sigue avanzando lentamente a mi lado. Mientras el viento frío arrastra mis lágrimas al aire antes de que lleguen a caer.

TOM.

La lluvia cubre todo el cristal delantero de mi coche, como un velo que no deja ver con claridad, pero ahí está ella, caminando por la carretera. No le importa mojarse. Ni siquiera sé por qué me molesto en frenar. No debería importarme. No debería ni mirar a esa mujer que jugó conmigo sin importarle nada.

Pero lo hago. Bajo la ventanilla y dejo que el aire helado me golpee la cara.

—¿De verdad vas a caminar hasta la biblioteca bajo esta lluvia? —pregunto, intentando que mi tono no suene tan mordaz como me siento.

Ella ni siquiera voltea, como si estuviera acostumbrada a ignorar mi existencia.

—No es asunto tuyo, Tom.

Ese tono suyo... Siempre con esa maldita superioridad. Aprieto los dientes y miro al frente, pero no puedo evitarlo.

—¿No es asunto mío? —replico, subiendo la voz lo suficiente para que me escuche—. ¿Quieres hacerte la mártir frente a tus amigos?

—No les diré que te he visto. No te preocupes. —Habla, pero no la creo.

—¿Es que no tienes a nadie que te lleve y te traiga? ¿Tan sola estás?

Por fin se detiene y me mira. Su ropa está pegada a su cuerpo, y sus curvas se marcan tras el fino algodón de su camisa. Su pelo escurre agua por todas partes, pero no parece importarle. Eso sí, su expresión, en cambio, es puro fuego.

—¿Qué demonios quieres, Tom? —suelta, cruzándose de brazos—. Porque si estás aquí para recordarme lo patética que crees que soy, puedes ahorrártelo. Me quiero bastante y me conozco. No soy mala persona por más que te lo repitas y en el fondo lo sabes.

—¿Recordártelo? —me bajo del coche sin pensar, dejando que la lluvia me empape a mi también —. ¿Tú te has visto? Vas por ahí, como si el mundo te debiera algo, cuando eres tú la que vas lastimando a los demás.

—¡Eso lo dices tú! —Me apunta con el dedo, sus ojos ardiendo de rabia—. Eres tú el que no puede dejar las cosas en paz. ¿Qué haces siguiéndome ahora? ¿No me dejaste claro que no querías que me acercara a ti?




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