Un amor por recuperar (3)

CAPITULO 5

BIANCA.

—¿Me estás diciendo que después de estar con él, la otra noche, no has vuelto a ver ni hablar con Tom? —pregunta Sofía, mirándome por encima del borde de la taza de café que sostiene entre las manos.

Niego con la cabeza y bajo la mirada hacia los papeles desordenados en mi escritorio. Estoy confundida. La forma en la que me tocó, cómo me besaba, cómo me hizo el amor (porque tengo claro que no fue solo sexo) me recordó al Tom de antes. Incluso su mirada era la de antes. Pero después, me marché mientras él dormía. Estoy segura de que, si despertaba y me veía a su lado, yo no iba a soportar el arrepentimiento en sus ojos.

—No, y es lo mejor —respondo con un tono firme para convencer a Sofía de mis palabras. O tal vez a mí misma—. Gracias por cubrirme. Mañana cierro yo y tú puedes ir con Alejandro y los niños al parque.

Sofía arquea una ceja, claramente dudando de mis palabras.

—¿Lo mejor? —repite, dejando la taza a un lado, haciendo caso omiso a lo demás—. Bianca, por favor. Ese hombre no puede sentir solo pena por ti, y menos por verte bajo la lluvia.

Me río. Bueno, más bien es una carcajada seca y sin emoción.

—Créeme, Sofía, si Tom siente algo por mí, es exactamente eso: lástima. Y lo entiendo, después de todo lo que le hice pasar.

Sofía se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—Yo no creo eso. Pero está bien, no hablaré más del tema. —Hace una pausa y me mira con seriedad—. Solo diré una cosa: deberías hablar con él. Contarle la verdad. Después de todo, él merece saberlo y tú también mereces que lo sepa.

La palabra “verdad” queda en el aire como una disimulada amenaza. Aprieto los dientes y me obligo a sonreír, aunque por dentro siento que se me revuelve todo.

—Tengo que trabajar. —Me levanto de golpe, alejándome de esta conversación y, sobre todo, de la mirada inquisitiva de Sofía.

Me dirijo hacia la chica que acaba de entrar con un par de libros en los brazos. La reconozco como una de las lectoras habituales de la biblioteca, Rebeca creo que se llama, siempre tranquila y educada. La atiendo con mi mejor sonrisa, recogiendo los libros que devuelve y ayudándola a buscar los que lleva en su lista. Todo esto, mientras trato de ignorar la punzada de ansiedad que no me abandona desde que he escuchado ese nombre: Tom.

Mientras la chica ojea uno de los ejemplares, Te esperé una eternidad, de Valeria Carolina Caraballo, dejo escapar un suspiro. Podría ser un título para mi historia con Tom, perfectamente. Pero yo ya no espero nada de él. Me odia. Aunque cueste creerlo, la otra noche no parecía que él...

¿Por qué no puedo olvidar sus caricias sobre mi piel? ¿Sus besos, tan salvajes y tan suaves a la vez? ¿Por qué no puedo olvidar cómo me miraba mientras me entregaba a él de nuevo después de tantos años?

¿Por qué soy tan tonta? No debí caer en sus brazos. No debí dejar que su cercanía me confundiera, que sus besos me hicieran olvidar todo lo que he luchado por olvidarlo y dejarlo atrás.

No es su culpa. Es mía. Por pensar, aunque fuera solo por un segundo, que podría volver a él, que las cosas serían diferentes.

¿Cuántas veces lo he repetido?

Tom y yo no tenemos un futuro. Lo intentamos, y no se pudo. Y ahora, justo cuando empezaba a aprender a vivir sin él, aparece y desordena todo mi mundo.

¿Por qué tuvo que volver al pueblo?

Anoto el último libro que me pide la chica y se despide con una sonrisa amable, encantada con lo que ha podido leer. Yo le respondo automáticamente, aunque apenas me doy cuenta.

Miro hacia la mesa donde Sofía sigue sentada, ojeando un libro, aparentemente concentrada. Pero sé que está esperando. Esperando que le diga algo, que le confiese lo que realmente siento, o lo que realmente temo.

No va a suceder. No ahora. Porque si hay algo que tengo claro, es que no puedo permitir que Tom vuelva a entrar en mi vida.

TOM.

Me dirijo hacia el despacho de Alejandro.

Camino ligeramente por el pasillo, donde solo se escucha el eco de mis pasos. Al llegar, Bea me saluda con su habitual sonrisa, una exageradamente dulce.

—¡Tom! Qué gusto verte. Siempre es un placer cuando pasas por aquí.

Le doy un leve asentimiento con la cabeza, sin siquiera detenerme. Su actitud no me sorprende, pero tampoco me interesa. Últimamente no me apetece hablar con nadie.

Entro directamente al despacho de Alejandro, dejando su voz chillona detrás de la puerta.

Él está sentado detrás de su escritorio, revisando unos documentos, pero al verme levanta la mirada.

—Te juro que un día de estos la mando a su casa para siempre —dice de inmediato, soltando los papeles con un suspiro de frustración—. No sé cómo se las arreglaba con tu padre, pero cuando tiene que trabajar conmigo dentro del despacho, agota mi paciencia. Me tiene harto. Me gustaría largarla de aquí.

Sonrío un poco, cerrando la puerta tras de mí. No es la primera vez que escucho esta queja.

—¿Por qué no lo haces entonces? —pregunto, cruzando los brazos.

—Porque sería darle el gusto de poder criticarnos y correr el riesgo de que arme un escándalo. Además de que tu padre me la presentó como si fuera una buena secretaria. —Me mira con resignación y fastidio, pero cambia de tema rápidamente—. ¿Y tú, cómo estás?

Su tono es casual, pero su mirada me perfora. Sé lo que quiere saber. Nos conocemos demasiado bien.

—Todo va bien, Alejandro —respondo, eludiendo el verdadero tema que está en el aire desde hace días. Me acerco al escritorio y me siento frente a él—. Ahora que tienes todos los papeles en regla, la custodia de Dennis es completa. Va a ser más fácil manejarlo todo.

Alejandro sonríe y asiente, satisfecho por mi ayuda.

—Me alegra oír eso. Muchísimas gracias por todo. Denis se merece esta estabilidad, y yo también.

—De nada —respondo con un leve asentimiento, aunque sé que sigue esperando algo más.

Entonces, se pone de pie y se estira, como si estuviera despejando la tensión acumulada durante la jornada.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.