Un amor por recuperar (3)

CAPITULO 6

BIANCA.

Me sirvo el café y me siento. En la cocina hay un silencio que me pone nerviosa. Mi madre, que está sentada frente a mí, revuelve su té con una calma que sé que no es real. La conozco bien; ese golpeteo que se trae con la cucharilla es su manera de prepararse antes de hablar.

—¿Cómo estás, hija? —pregunta al fin, con esa dulzura cargada de preocupación que siempre me desarma.

—Bien, mamá. ¿Y tú?

—Bien, lo normal... —Responde encogiéndose de hombros, aunque su tono no convence a nadie. Tras una pausa, añade—: Hoy viene Harry a revisarme.

Levanto la vista de mi café. Henry es el médico que la ha tratado desde que mejoró y salió del hospital para descansar en casa.

—¿El doctor Harry? ¿Por qué no me habías dicho nada? ¿Qué pasa?

—No es nada grave, no te preocupes. Es que Henry prefiere venir a casa, no quiere que salga con este frío, y la verdad, se lo agradezco.

Algo en su voz me hace fruncir el ceño. No sé si es que no quiere preocuparme o si hay algo más detrás de esa "amabilidad" del doctor. Sin embargo, no tengo fuerzas para indagar más porque mi mente está en otra parte.

Ella, por supuesto, lo nota.

—¿Qué te pasa? Te veo distraída.

Intento disimular, pero su mirada me obliga a contestar.

—Ayer vi a Tom.

Mi madre deja la cucharilla en el plato.

—¿Ah, sí?

—En la panadería. Estaba con su madre. Ella me saludó como siempre, tan cariñosa. Pero él... —Respiro hondo, recordando su mirada—. Me miraba como si quisiera atravesarme con los ojos.

—¿Por qué te miraba si? —pregunta con curiosidad.

Me remuevo incómoda en mi asiento.

—Porque no puede ni verme, mamá. Creo que me odia. Le rompí el corazón.

La tensión en el ambiente aumenta, y sé que tengo que soltarlo, aunque me cueste.

—Nos encontramos hace como dos semanas, una noche y discutimos bajo la lluvia. Él me dijo cosas horribles, yo le respondí igual y al final... —Hago una pausa, como si decirlo en voz alta pudiera empeorar las cosas—; nos besamos.

—¿Os besasteis en medio de una discusión? —La sorpresa en su voz es evidente.

—Fue... intenso. —Admito, mirando mi taza de café como si allí pudiera encontrar una salida—. Luego nos fuimos juntos. Pasamos la noche sin hablar de nada, solo... bueno, ya sabes…

No hace falta que termine la frase. Mi madre me observa, esperando la parte importante.

—¿Y? —pregunta expectante.

—A la mañana siguiente me fui antes de que él despertara.

—Pero… ¿Por qué hiciste eso?

—Porque sabía lo que iba a pasar. Tom al despertar habría dicho algo para hacerme sentir mal, o peor, me hubiera dicho que fue un error. Y si me lo hubiera dicho, no hubiera podido soportarlo, mamá.

Ella suspira, como si estuviera procesando todo lo que acabo de contarle.

—Bianca ¿Y qué ha pasado después?

—No hablamos más. Ayer fue la primera vez que lo vi desde esa noche. Y ahora... no sé qué hacer. ¡No quiero discutir más!

Mi madre me observa fijamente.

—¿Bianca, qué es lo que sientes por Tom?

—No lo sé, mamá. Pero no puedo seguir así. No quiero seguir escondiéndome y tener ese miedo constante a qué cada vez que me cruce con él, discutamos. No quiero seguir sintiendo esto, siento que lo amo… —No puedo creer que lo haya dicho en voz alta.

—Bueno, está claro que si él te besó en medio de una discusión él también siente algo por ti. Pero si no habláis no sabrán el qué.

—Mamá, él me tiene odio y no puedo lidiar con eso, por eso ahora que ha vuelto, he estado pensando en pedir un traslado.

—¿Un traslado?

—Si, a un pueblo cercano. Tengo que hablarlo con Sofía. No es definitivo, pero necesito espacio.

Ella se queda callada un momento. Y cuando por fin habla, lo hace en un tono tranquilo, pero seguro.

—Bianca, irte no va a arreglar lo que sientes. Ni por Tom, ni por ti misma. Yo no te he criado como una cobarde.

Sus palabras me golpean porque sé que tiene razón. Pero quedarme tampoco me parece una solución. No cuando cada encuentro con él parece arrancarme un pedazo de alma.

TOM.

La primera ronda llega justo cuando empiezo a pensar en cuánto ha cambiado este bar desde la última vez que estuve aquí.

Alejandro, que está sentado frente a mí, abre la botella y me la pasa con un gesto que no necesita palabras. Lo que sigue igual en el bar, es ese aroma a madera vieja y el ambiente del lugar, pero nosotros... nosotros no somos los mismos.

—En general, ¿cómo llevas estar de vuelta? —pregunta Alejandro mientras bebe de su cerveza.

Me encojo de hombros.

—Es raro. Es como si todo estuviera igual, pero diferente a la vez. Supongo que aún me estoy acostumbrando.

Alejandro asiente, pensativo. Él entiende lo que quiero decir. En este lugar, las cosas cambian tan despacio que parecen inmutables, aunque las personas como nosotros... cargamos con las marcas de todo lo que dejamos atrás.

—Denis me preguntó por ti el otro día —dice de repente con una sonrisa—. ¿Sabías que todavía guarda ese camión rojo que le regalaste?

Sonrío, pero la mención de Denis me encoge el estómago.

—¿En serio? No sabía que aún lo tenía.

—Lo adora. Dice que se lo diste para que lo cuidara, que como se lo regalaste tú, no lo puede perder. Y que cuando le preguntes por el camión verás que lo tiene muy cuidado.

Desvío la mirada hacia la botella, dándole vueltas entre las manos. Denis. Solo pensar en él me remueve algo dentro, es nostalgia y culpa.

—Era un buen crío. Todavía lo es, quiero decir. Aunque tenía sus días no te creas... como nosotros. —Intento bromear, pero mi voz se rompe un poco.

Alejandro sonríe más fuerte esta vez, irónicamente, entiende perfectamente lo que quiero decir. Ninguno de los dos está pasando por un buen momento.

—Hiciste mucho por él, Tom. Por los dos. No sé si te lo he dicho lo suficiente.

—No lo hice para que me agradezcas. Lo hice porque os quiero, porque... —Me detengo, sintiendo que estoy a punto de decir demasiado. No quiero mostrar como me afecta y me obligo a reír—. ¿Sabes? no era fácil. ¿Te acuerdas antes de que te dieran de alta? de aquella vez en la que él no quiso irse a dormir porque quería esperar a ver si veía a Papá Noel..?




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