BIANCA.
Llevo todo el día con un poco de dolor de cabeza, no he podido dejar de pensar en Tom.
Llevamos dos semanas sin vernos. El miércoles me crucé con él en la panadería. Nos miramos, lo saludé y de nuevo salí rápidamente para que no formulase todas las preguntas que me hacía con la mirada.
Sofía no deja de preguntarme cómo estoy, noto que está preocupada por mí, yo intento mantenerme firme y hablar lo mínimo, pero insiste hasta que Verónica entra en la biblioteca con esa sonrisa que siempre me ha parecido más falsa que un billete de Monopoly. Lleva un libro en la mano y, como de costumbre, su actitud me pone de mal humor antes de que tan siquiera llegue a hablar.
—Sofía, ¿podrías apartarme este libro para mañana? Vine a devolver este otro —extiende el libro hacia mi amiga, y entonces, con esa sonrisa intrusiva que tanto me irrita, añade—: Por cierto… ¡Qué calladito te lo tenías!
Levanto una ceja, ya anticipando el drama innecesario que va a soltar. Sofía frunce el ceño, claramente sin entender por dónde va la cosa.
—¿Calladito el qué? —le pregunta, en un tono irritante que declara que Sofía empieza a sospechar por dónde va la conversación.
Verónica se ríe, pero más que una risa es un sonido irritante que está lleno de insinuaciones, antes de soltar la bomba.
—Que estás con Alejandro. Parece que ya todo el mundo lo sabe —sisea como si acabara de anunciar el descubrimiento del año.
Tengo muchas ganas de intervenir, pero respiro hondo para no saltar. No debo, es un asunto de ella. Sofía mantiene la calma, aunque puedo notar la tensión en su postura.
—Verónica, no es ningún secreto, pero yo no tengo por qué ir explicando lo que hago o con quién lo hago. No le debo explicaciones a nadie, ¿O sí? —La firmeza en su tono me hace sonreír internamente. Esa es mi Sofía, siempre elegante, pero contundente.
Veo cómo Verónica duda por un momento, incómoda por la respuesta. Se ríe de forma nerviosa tratando de quitarle hierro al asunto.
—Claro, claro. No quería molestarte —balbucea, apresurándose a despedirse y salir de la biblioteca.
En cuanto la puerta se cierra, no puedo contenerme más y suelto un bufido de pura exasperación.
—Este pueblo es una castaña. No entiendo cómo la gente puede ser así, siempre metiéndose donde no los llaman —me molesta el atrevimiento de Verónica.
Sofía me mira, y por un momento ambas compartimos la misma mezcla de irritación y cansancio. Si algo sobra en este lugar, es gente como Verónica.
—¿Te apetece un café? Alejandro se va a llevar a los niños al parque, así que no pasa nada si llego un poco más tarde. —Inquiere, aunque es una afirmación, por lo que sonrío, ya que no puedo decirle que no.
—Claro, me vendría genial un café —sonrío.
Conduzco despacio hasta el local, solo está a dos calles y al entrar, el aroma del café me envuelve, pero no logra calmar el torbellino dentro de mí.
Me siento frente a Sofía, la cual ya ha pedido los cafés. Cuando llegan sin demora, remuevo una y otra vez el líquido con la cucharilla, como si ese movimiento pudiera ordenar lo que siento. Sé que ella me observa intentando descifrarme, pero no sé por dónde empezar.
—Gracias por el rato, Sofía —murmuro finalmente, soltando un suspiro que llevo demasiado tiempo guardando—. Necesitaba desconectarme un poco.
Ella me sonríe, esa sonrisa cálida y comprensiva que tanto admiro.
—Para eso estamos aquí.
Quiero ser fuerte, pero sus palabras me desarman. Antes de darme cuenta, las palabras empiezan a salir como si hubieran estado esperando este momento.
—Intenté ser amable con Tom. Intenté que todo fuera normal entre nosotros, ¿sabes? —Siento cómo mi voz tiembla, y bajo la mirada hacia mi taza, incapaz de sostener la suya—. Pero me ignora, Sofía. Es como si no existiera, como si nunca hubiera sido parte de su vida.
Las lágrimas amenazan con brotar, pero me las trago. No quiero llorar aquí, no quiero parecer más débil de lo que ya me siento.
»Eso… eso me duele más de lo que quiero admitir —mi corazón se encoge un poco más.
Sofía guarda silencio, y aunque no dice nada, su presencia es un consuelo.
—Por eso creo que lo mejor es poner más distancia; sin embargo, no encuentro la manera de hacerlo. No puedo seguir así.
No sé si lo que digo tiene sentido, no obstante lo único que comprendo es que me estoy desgarrando por dentro.
—¿Te vas a marchar? —me pregunta, con esa suavidad que me hace sentir cuidada, aunque también un poco expuesta.
—Sí —cada letra pesa más de lo que debería.
Ella asiente, tratando de encontrar algo que decir para hacerme sentir mejor, pero en realidad no hay nada que pueda solucionar esto. No cuando Tom ha dejado claro que ya no soy parte de su vida.
De repente, el sonido de pasos tambaleantes y risas groseras nos saca de nuestra conversación. Alzo la mirada, y ahí está Blas, “el carpintero”, como lo llaman aquí, claramente borracho. No tengo energía para esto, pero él no se detiene.
—¿Queréis unas copas? —pregunta con una sonrisa retorcida.
—No, gracias —respondo rápidamente, bajando la mirada.
Pero él no capta la indirecta. Sigue insistiendo, soltando comentarios que cada vez son más ofensivos. Mi pecho se aprieta con cada palabra, especialmente cuando se dirige a Sofía con una crueldad que no merece.
—Eres de Darren. ¿A quién le interesaría una mujer que ha pasado por otro como tú? —escupe, acercándose demasiado.
Cada palabra es un golpe, y aunque no soy la destinataria, siento el dolor como si lo fuera. Sofía intenta defenderse, pero Blas no se detiene. Hasta que, de repente, su atención se fija en mí.
—Y tú, Bianca… si estás con todos y con ninguno, ¿por qué no haces una excepción por mí? —Su tono es sucio, y cuando lanza esos billetes sobre la mesa, algo dentro de mí se rompe.
Me quedo paralizada, incapaz de procesar lo que acaba de decir. La humillación me quema por dentro, y siento las lágrimas luchando por salir. Pero antes de que pueda reaccionar, escucho un golpe seco que me saca de mi trance.
#210 en Novela romántica
#89 en Chick lit
verdades perdon amor, recuperar antiguo amor, perdón y reconquista
Editado: 04.01.2025