Un amor prohibido

· 7. Blue II ·

Los ladridos miniatura de Pastor, el perro de Demián, son lo primero que oigo antes de abrir los ojos. Alto todo. No son ladridos, y definitivamente no son del perro de vecino, pues se escuchan justo al lado de mí. Miro a mi lado y veo a Blue jugar con trozos de mi sábana. Sonrío por la ternura que me causa ver la imagen de él jugando.

Blue es un pequeño perro blanco muy parecido a un Husky Siberiano. Tiene unos ojos azul cielo preciosos —supongo que de ahí su nombre — y una pequeña nariz negra. Parece un peluche de colección. Blue se percata que estoy despierta, por lo que corre emocionado hacia mí y empieza a sacudir su colita con fuerza mientras lame mi cara, haciéndome sonreír inconscientemente. Es una monada cuando se lo propone.

El momento tierno se acaba al instante cuando miro atrás de él, y me percato de que mi almohada, sábanas y cojín preferido —uno que tiene forma de corazón—, están destrozados y hechos jirones.

—¿Qué has hecho, Blue? Ya te estaba tomando cariño —Blue gira su cabecita a un lado mientras se sienta frente a mí, confundido. Claro que no entiende lo que ha hecho. Es un ser inocente hasta cierto punto.

Me siento en la cama, dispuesta a irme, pero Blue no tarda en subirse en mi regazo, negándose a dejarme ir al haberse hecho una bolita encima de mí.

—Bájate de... —al instante siento a través de mi pijama un área de la cama que está mojada. Miro a Blue mal, que extrañamente esta vez sí entiende la situación y se aparta de mí, escondiéndose entre los jirones a los que resumió mis cosas.

Asqueada, enojada y recién despierta —de mal humor, en otras palabras— me pongo de pie y me propongo ir a bañarme, claro, pero antes echo a la basura todas las cosas que ahora son basura gracias a cierto perro blanco al que le gusta hacerse el tierno.

Saco la ropa que tengo pensada ponerme del closet y la llevo al baño. Al salir, tomo una taza de té que había en mi escritorio, la enjuago, la seco y le echo un poco del alimento que le puso Dalia a Blue para luego dárselo a comer al can. Blue se acerca a la taza y la olisquea, pero no la ingiere.

—Blue, deja de hacerte la víctima y come.

El can no me hace caso, por lo que gruño, frustrada. Blue lleva desde que lo tengo sin querer comer lo que debería. A veces, casi milagrosamente, come un par de bocados, pero nada más. Llegue a pensar que quizás esta marca de purina no le gusta, así que de vez en cuanto le pido a Jen que me pase a escondidas un poco de carne cocida, y aunque tampoco se la come toda, al menos come un poco más que la purina.

—Seguro que Demián sabe qué hacer contigo —murmuro para mí misma.

La puerta es tocada dos veces, y la voz de mi tía suena del otro lado.

—Enya, ¿estás despierta?

Con cuidado de que no se vea Blue —porque solo Jen sabe de su existencia—, entreabro la puerta y saco la cabeza.

—Hola, tía.

—Hola, Preciosa. ¿Amaneciste bien?

—Si, si —asiento repetidas veces—. ¿Nessa y Rowan ya se fueron a la convención?

—Si, en la madrugada. Tu padre quería esperarte, pero tu madre estaba ansiosa por llegar temprano.

"Típico de ella", pienso. "Siempre tan apresurada".

Suelto un pequeño suspiro, cuando recuerdo que tengo un pequeño perro muy travieso en la habitación.

—Tía, iré a bañarme antes de bajar a desayunar. Por favor espérame, ¿sí?

—Está bien, Preciosa, pero date prisa. Jennifer y yo hicimos tocino de desayuno, y no me responsabilizo de lo que haga si me dejas mucho tiempo a solas con él.

Suelto una risita suave antes de decirle un "Okey" por lo bajo. Luego, cierro la puerta y apoyo mi espalda de la misma, sabiendo que tan pronto como pueda, debo terminar mis tareas diarias para poder reunirme con Demián a las once en punto en la puerta trasera de su casa, como lo acordamos en el backstage de aquel programa de televisión. Empiezo a moverme en dirección al tocador de mi habitación, para así quitarme las trenzas del cabello, cuando mis ojos viajan involuntariamente a la ventana, desde donde se ve la casa de los Kozlov. Aparto mi vista de ella y continuo en lo mío.

Ellos no me importan. Él no me importa. Solo necesito que tome a Blue y listo, jamás volveré a cruzar palabra con él.

· · ·

Ayudándome de la pared, subo la suave tela de la minifalda por mis piernas, y luego la abrocho. Me miro al espejo y sonrío. Hace meses que esta falda no me servía porque había subido de peso. A mamá le agradaría saber que por fin me cierra...

Algo dentro de mí se estruja cuando vuelvo a llamar a Nessa mamá, pero antes de poder darle rienda suelta a ese pensamiento, un grito en la planta baja me alarma, seguido de un gran estruendo.

—¡Una rata! —grita mi tía.

—¡¿Dónde está la rata?! —oigo gritar esta vez a Jen.

¿Ratas? ¿Aquí? Oh...Blue.

Me paso la primera blusa que veo por la cabeza, y sabiendo que mi tía podría asustarse bastante y tirarle algo en cima a Blue, apenas me permito ponerme las sandalias antes de salir corriendo en dirección a la primera planta mientras me pregunto cómo hizo para bajar ese endemoniado perro.

Al llegar al pie de las escaleras, me sorprendo de ver a mi tía Adara subida en el sofá, gritando y con una escoba en la mano. A su lado se encuentra Jennifer, intentándola hacer entrar en razón para que se baje de ahí. Me encantaría reírme, pero este no es el momento.

—Súbete en un lugar alto, Enya. Hay ratas gigantes... ¡Gigantes!

Hago lo posible por ignorar el hecho del drama que está montando y me dedico a buscar a Blue antes de que le hagan daño.

—Blue —le llamo—. Ven, cosita. Prometo ya no decirte bola de pelos si sales ahora.

El pequeño Blue sale de la cocina con su colita entre sus piernas y se echa a mis brazos a una velocidad impresionante, resguardándose del peligroso mundo exterior. Mi tía Adara baja del mueble, se ajusta su ropa y sonríe, aliviada.



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En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 06.05.2024

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