Un amor prohibido

23. Recuerdos olvidados

—Vamos, tómala.

Enya me mira con recelo y luego hacia mi mano, donde sostengo dos de los analgésicos que le ha recetado su doctor para el dolor de la pierna enyesada.

—No quiero nada, gracias.

—Es un calmante.

—No lo quiero.

Suelto un suspiro. —Estás llorando de dolor, Enya —señalo lo obvio.

Ella se encoge de hombros. Su rostro está aún más rojo que antes, tanto que entre un jugoso tomate de la huerta de mi tía y ella no hay diferencias. Suelto un suspiro mientras veo cómo intenta disimuladamente limpiarse las lágrimas que caen constantemente de sus ojos y terminan mojando las sábanas.

—Por favor, Enya, terminarás inundando mi casa con tus lágrimas.

—Entonces sácame —dice con molestia un segundo antes de tener que apretar los labios cuando —estoy sumamente seguro— de que el dolor de la pierna se intensifica.

Esta vez no le ofrezco los analgésicos, sino que camino hasta ella y los coloco frente a su boca.

—Ábrela.

Resignada por el dolor, Enya entreabre los labios, permitiéndome colocar la pastilla allí. Cuando ya la tiene dentro, le ofrezco un vaso con agua. La dejo tomar todo lo que quiera —de algún lugar debe reponer todo el líquido que perdió— mientras espero a su lado. Cuando termina de tomar agua, me tiende el vaso.

Ya no parece estar avergonzada, pero sigue sin mirarme a los ojos.

—Te odio —murmura.

—¿Se puede saber por qué?

Ella no responde. Parece haberse quedado pensando en algo, así que aprovecho su viaje astral y salgo de la habitación a la cocina, donde dejo el vaso y recojo la sopa de pollo que Warrier ha hecho para ella.

Lo miro con desaprobación cuando veo que también le ha hecho una mini tarta de fresa, mientras que a mí, aunque me esté muriendo, ni me sirve un vaso de agua porque, según él, de niño hacía una cantidad exagerada de chistes sobre su temprana calvicie.

Ignorando que mi propio mayordomo me detesta, subo con la bandeja en la mano hasta mi habitación. Enya sigue en su viaje astral y hay un pequeño rasguño en su barbilla sangrando. Todo como lo dejé.

Aprovechando que está sentada, coloco la bandeja por encima de sus piernas, trayéndola de nuevo a la realidad. Cuando me ve, ella parpadea, como si no creyera lo que ha pasado en la última media hora. Está confundida, luchando contra algo, pero ella se ha vuelto un libro en otro idioma para mí desde hace mucho tiempo.

—No lo sé —murmura, mirando la tarta de fresa. Frunce el ceño y me mira directamente a los ojos por primera vez desde que está en mi habitación—. Yo no lo sé.

No entiendo de qué habla hasta que recuerdo la pregunta que le hice antes.

—No sabes por qué me odias. Ya lo sospechaba.

—¿A qué te refieres?

Me acomodo en la silla de mi escritorio y me giro hacia ella.

—De niños éramos amigos, pero de repente empezaste a odiarme. Fue un golpe duro para un pequeño niño enamorado de su vecina.

Puedo verla jugando con sus dedos debajo de la bandeja.

—¿Yo... te gustaba?

—Cuando éramos niños —aclaro.

—¿Y ahora?

Dudo. ¿A dónde quiere llegar?

Me pongo de pie y señalo la bandeja.

—Come antes de que se enfríe —y salgo de la habitación antes de que pueda responder.

· · ·

No sabe por qué me odia, pero lo hace. Ante los ojos de cualquiera, la idea podría parecer ridícula, pero conociendo el ambiente en el que creció, me sorprende que nunca me haya apuñalado o algo por el estilo.

Me paso las manos por el cabello, molesto. No me causa gracia nada de esto. ¿Por qué ahora duda sobre sus sentimientos? Justo ahora, después de que durante años intenté olvidarla, huyendo de ese amor de niños. Amor que pronto se convirtió en un odio que no entendía, pero al que terminé respondiendo de igual manera.

En la parte más alta de un estante de libros en la biblioteca, están los álbumes de fotos que mi madre saca con su cámara. Tomo el de un año en específico y lo hojeo hasta llegar al mes de abril. 18 de abril.

En la foto salimos Enya y yo tomados de la mano. Enya sonríe y yo le muestro la lengua a la cámara. Cierro el álbum de fotos cuando escucho un golpe bastante fuerte arriba.

· · ·

Pov's Enya Callahan.

Lo primero que hago después de despertar es caerme.

Parece que mi patosidad esta mañana está a mil.

Pienso que todo lo que ha pasado en las últimas horas es producto de haberme dormido con hambre, pero el fuerte dolor en mi pierna me confirma que todo es real.

Me hago un ovillo en el suelo y empiezo a llorar. Las lágrimas me llenan los ojos, pero no solo por el dolor que me causa la pierna, sino también por lo que pasó con mis padres.

La puerta se abre de golpe y el sonido de pasos fuertes que se dirigen hacia mí me distrae un momento de mi dolor. Por un instante pienso que es mi padre, pero en cuanto el sujeto se arrodilla ante mí y su aroma me embriaga, sé quién es.

—Oye, ¿estás bien? —pregunta el pelinegro, obviamente preocupado.

—¿Qué ha pasado? —logro murmurar.

—Estuviste en mi cama y yo en la primera planta. Un desperdicio de oportunidad.

—Tonto —murmuro.

Demián me toma en brazos y me coloca nuevamente en la cama. Me acomodo con mucho cuidado cuando lo que parece ser un álbum en la mano del pelinegro llama mi atención.

—¿Es un álbum de fotos?

Demian mira su mano, como si no esperara haberlo traído hasta aquí, y luego asiente.

—Son las fotos que toma mi madre.

—Tu madre es fotógrafa?

Él vuelve a asentir, tendiéndome el álbum.

—Le encanta la fotografía. De hecho, es ella quien toma las fotos de los modelos.

Empiezo a hojear el álbum, sonriendo cuando reconozco a un Demián pequeño en el jardín de su casa, en el árbol y otras partes de la casa, a veces acompañado de personas que no conozco.



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En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 06.05.2024

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