Un amor prohibido

26. El beso

A la mañana siguiente.

Me desperezo, empujando todo lo que tengo a mis lados, como normalmente suelo hacer cada mañana. Mi alarma suena, anunciándome que deben ser las seis de la mañana. Tiro la mano al lado derecho, buscando mi teléfono, pero este no parece estar en esta mesita de noche.

¿La he cambiado de lugar? ¿Cuándo?

Me remuevo en la cama varias veces, intentado apagar el horroroso sonido de esa alarma, que, a diferencia de la mía, en la que suena Stiches, esta solo es un pitido repetitivo... Oh, no.

Los eventos de la noche anterior me llegan a la mente, espabilándome al instante. Miro a mi lado, solo para confirmar la estupidez que cometí ayer, pero no veo a nadie a mi lado. En el baño escucho el sonido de un cepillo dental contra los dientes de alguien.

No recordaba que Demián era surdo hasta que vi la alarma del otro lado de lado de la cama. Me siento en la cama y la apago. Restriego mis ojos para ver mejor, pero no hay mucho que ver. La habitación está a oscuras.

Me pongo de pie, y arrastrando los pies llego hasta la puerta del baño. Toco la puerta dos veces, pero no obtengo respuesta del pelinegro.

—Oye, ¿Te estás duchando?

—No.

—Ah... Pues deberías.

Del otro lado oigo su risa ronca.
—Estas mal, Callahan.

Arrastro mis pies de vuelta hacia la cama y me acuesto en el lugar en el que durmió Demián. Solo en ese momento es cuando veo la hora realmente.

¿¡Las cinco de la madrugada!?

En ese mismo instante la puerta del baño se abre, dándole paso a Demián con una toalla enrollada en su cintura y la luz cegante del baño. O al menos cegante para mí, que acabo de despertar.

—¡Son las cinco! —no pierdo la oportunidad de gritarle (susurrarle, realmente) al pelinegro—. ¿Qué clase de persona se despierta a las cinco?

Demián niega, riéndose de mis quejas mientras camina hacia su armario, por lo que supongo que sería ropa. Cuando me doy cuenta de que no me hace caso, me acomodo en la cama e intento volver a dormirme, pero no lo logro, en cambio una idea muy tonta que tenía sobre Demián llega a mi mente. Pensé que sería como esos chicos que puedes encontrar en cualquier libro. Esos que duermen sin camiseta y que siempre intentan llevarse a la protagonista a la cama.

Río en alto por ese pensamiento, pues prácticamente fue lo que hizo conmigo.

—¿Sabes? —giro la cabeza en dirección al armario del Engendro—. Acabo de recordar algo.

—¿Algo como qué? —pregunta.

—Algo como mi sandalia.

Demián sale de su closet con la ropa ya puesta.
—¿Qué sandalia?

Me siento de golpe, arrugando la nariz inconscientemente y cruzando los brazos.

—Mi sandalia. Ya empiezo a levantar sospechas por ir descalza o con zapatos de vestir por la casa.

—No tengo nada tuyo —él se limpia de su culpa.

—Pero...

—Tenemos un trato, Callahan —dice mientras entra sus manos en los bolsillos de su jean azul.

—Es mía —me quejo.

—Pero tenemos un trato —repite, imitándome.

—Entonces cóbrame ahora. Quiero mi sandalia —digo, mientras me acerco a él, supongo que para "intimidarlo".

Increíblemente —es sarcasmo, obvio— no funciona si alguien más bajito que tú, más débil y encima con un yeso intenta intimidarte.

Demián se repasa los labios con su lengua y luego señala arriba. Miro hacia el techo y me horrorizo al ver mi sandalia colgando de su techo, como si fuera un planeta del sistema solar.

—¡Es mi sandalia! —grito, señalándola.

—No grites, vas a despertar a mis padres. Y si lo es, pero solamente la tendrás cuando me des lo que quiero.

Creo que se le salió el lado mafioso al Engendro.

Entrecierro los ojos en su dirección.
—¿Algo como qué?

—Algo como un beso —me copia el gesto.

Separo mis labios, y no sé si es por el deseo de besarlo o por lo sorprendida que me encuentro. Aun así niego.

—Te va a caer un rayo por malicioso.

—Y a ti te va a llevar el mismísimo diablo por pecadora, pero aquí estamos.

Contengo las ganas que tengo de saltarle encima y besarlo como nunca he besado a nadie... No, no, no, esa no soy yo. Esa fue Patricia.

Trago grueso y retrocedo.

—Siempre he sabido que eres malvado...

Demián aprieta los labios para evitar carcajearse y se acerca a mí, dando un paso más de los que doy yo, que tampoco son muy largos por culpa del yeso que traigo.

—Te reíste cuando se quemó mi casa, me aventaste de un acantilado en un campamento de exploradores y pusiste pegamento en mi silla en quinto y dices que yo soy el malvado.

—Tenía una buena razón para eso. Además...

—¿Segura que las razones eran buenas? —me pregunta el pelinegro, a solo un paso de mi —al ver que me quedé en silencio, lo toma como una victoria—. Lo que pensé. Ahora, en lo que estábamos...

Demián se sube a su cama y quita la sandalia, luego vuelve a su lugar inicial y la coloca frente a mis ojos, pero cuando levanto la mano, dispuesta a tomarlo, lo alza un poco más.

—Al menos intenta fingir que no estas tan ansiosa por hacerlo como yo.

La poca luz que entra del baño a la habitación lo ilumina pobremente, dándole roces suaves a su rostro.

¿De dónde salió ese sentimiento? ¿De dónde salieron estas ganas de acercarme a él y volver a sentir su cuerpo contra el mío?

Mi duda hace recapacitar a Demián, que termina por entregarme la sandalia, y al instante me arrepiento. Claro que me arrepiento. Me arrepiento de nunca hacer lo que quiero, porque según mis padres ellos saben lo que es mejor para mí, pero, sobre todo, me arrepiento de nunca permitirme pensar por mí misma.

Muerdo mi labio con fuerza, viendo a Demián sentarse en su cama. Se pasa las manos por el cabello, pareciendo confundido.

—Esa vez en tu habitación —empiezo—, cuando casi me besaste y yo me aparte...



#2816 en Novela romántica
#1113 en Otros
#331 en Humor

En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 06.05.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.