Un amor prohibido

30. Verdad oculta

Mi madre era una egoísta. Antes del ataque, su línea de modas e incluso conocer a Demián, ella ya tenía su egoísmo. Ese egoísmo que alimentó un deseo de fama y poder incontrolables y que muchas veces la había hecho poner como prioridad algo tan banal por encima de su propia salud física y mental. El mismo egoísmo que casi me mata.

Exigir el cambio de país y no solamente de identidad solo fue la punta del iceberg. Ella quería, no, anhelaba probar la fama que alguna vez escuchó y por la que había estado trabajando tanto, pero se había enamorado y Cara fue producto de ese amor, derrumbando sus sueños como modelo de pasarela. Todo por una comunidad de mente cerrada que la vio tener un hijo antes del matrimonio.

Luego vio una oportunidad en el modelaje infantil, para lo que Cara era perfecta, pero entonces...

Algo me duele fuerte en el pecho cuando, al intentar recordar a mi hermana, me doy cuenta con horror que no recuerdo más allá de sus luminosos ojos azules y su sonrisa borrosa.

¿Cómo era su voz? ¿Cómo sonaba su risa? ¿De qué tono de rojo era su pelo? Su color favorito era...

Me hundo lentamente en mi miseria, recordando, ya muy tarde para mi tranquilidad mental, que su color favorito era el café. El café de mis ojos.

Llorar ya no es suficiente, necesito irme. Que me deje de doler. Que deje de sentir lo que siento. Que muera. Si. Necesito morir. Ir con ella. Ver su cara. Escuchar su risa. Tocar su pelo. Mostrarle su color favorito.

Afuera escucho cuchicheos en el pasillo, ahogados, casi tanto como yo en un dolor que no recordaba tan inaguantable porque había estado enterrándolo. Siguen cuchicheando y, finalmente, hay silencio.

Podría sentirme agradecida, pero preferiría simplemente pensar que estoy sola, como todos estos años en los que solo hay personas a mi alrededor, pero no siento realmente su compañía. ¿Cómo lo había llamado mi psicóloga? Si, cierto. Depresión.

Iba y venía como mis recuerdos con Cara. A veces se callaba y se llenaba el vacío que sentía si tomaba las pastillas, pero cuando pensaba que me estabilizaba, que por fin empezaba a ser diferente, llegaba ese día del año y el ciclo comenzaba desde cero. Una y otra y otra vez. Hasta que me cansara lo suficiente y fuera la última.

Finalmente la puerta se entreabre, lo que corta mi hilo de pensamientos, dejándome horrorizada porque esta vez no se cumplió el año antes de la recaída. Mi tiempo se está acortando.

Escucho pasos, pero prefiero fingir que estoy dormida. Alguien se sienta junto a mi mientras escucho a Nessa hablar afuera.

—¿Ella está bien? ¿Por qué no me permiten pasar a verla? —pregunta, con cierto desespero en su voz.

—Enya necesita descansar, señora Callahan. Y usted también.

—Pero...

—En cuanto despierte, le hagamos la revisión de rutina y esté estable, la llamaremos.

Hay silencio, hasta que finalmente vuelve a hablar.

—Está bien, doctora.

Las pisadas se alejan y ya no se escuchan más voces. Ya no siento nada. La morfina empieza a acallar mis pensamientos. Y, finalmente, vuelvo a dormir.

***

Tengo sed y me duele mucho el cuello. Intento hacer algo, pero me siento muy débil. No puedo ni hablar. Pasan los minutos y logro entreabrir los ojos, pero nada más.

Evito bajo toda circunstancia mirar al lado izquierdo, donde hay una amplia ventana que deja pasar luz. Es un poco tenue debido a las cortinas, pero aún así mis ojos no están acostumbrados an ella. Pasan unos segundos más en los cuales me la paso miranda el techo blanco, cuando siento que alguien toma mi mano suavemente.

—Por favor despierta, Enya —Nessa dice, su voz quebrada por el llanto.

Dejo de mover mis ojos y me quedo viendo a un punto fijo, estática. ¿Ella llora por mí?

Hago todo lo posible por girar la cabeza en su dirección, y lo logro con más facilidad que antes. La imagen que capto hace una punzada dolorosa cruce por mi pecho.

Está mi tía Adara junto a mi padre, sentados en un sillón para dos, dormidos, y en una silla al lado de mi cama está Nessa con su mano entrelazada a la mía y la cabeza gacha.

Quiero apartar mi mano de la de ella, pero eso le alertaría que ya estoy despierta y no quiero por nada del mundo me hable. No ahora.

Vuelvo la cabeza a mi posición anterior y cierro los ojos. Las lágrimas que estaban acumuladas en mis ojos empiezan a caer, corriendo por mi cuello hasta perderse en la bata del hospital, y es cuando siento que ella se mueve a mi lado.

—¿Estás despierta? —la ignoro—. Yo... Llamaré a la doctora.

Me aprieta un poco la mano antes de soltarse y luego sale de la habitación. Tiempo después vuelve con la doctora. Ella me hace algunas revisiones con ayuda de tres enfermeros, y luego de decirme mi estado, colocarme más sedantes y ver que estoy estable, se van, dejándome otra vez con Nessa.

—Ahora que puedo hablar contigo, Enya, quiero decirte algo que debí de decirte hace mucho.

—Así que lo que necesitaba para que me quisieras era que intentaran matarme. Lo anotaré para cuando sienta que ya no me aprecias —escupo mis palabras con amargura.

—No, estás equivocada. Yo te quiero, Enya. Como no tienes idea, pero...

—Pero querías más la fama con la que soñabas desde joven.

—No es eso, Enya. Es complicado.

Por dentro quiero gritarle que me lo explique. Quería preguntarle por qué nunca pudo quererme o mirarme con cariño. Pero algo me detiene. Es el miedo. ¿Y si no tiene razones para justificarse y solo me odiaba? No podría perdonarla jamás.

La escucho llorar. Llora amargamente, pero sé dentro de mí que esa no es ni la mitad de la amargura que he sentido en mi vida.

—Yo perdí a mi hija esa noche —la escucho decir entre el llanto.

—Y yo a mi hermana, mi infancia, mi inocencia, mis sueños y mi vida. Pero no a mi madre, porque ahora comprendo que a ella jamás la tuve.



#3182 en Novela romántica
#1072 en Otros
#372 en Humor

En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 04.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.