Desde el incidente han pasado dos semanas, para ser exactos. Dos semanas en las que intento no moverme mucho, pues el doctor me advirtió que, si no tomo el debido reposo, la pierna podría durar casi el doble para estar completamente sana. O peor, tener que ser amputada. Ya me la he lastimado demasiado.
Todo sigue su "curso normal" a mi alrededor. Mi padre y Nessa están trabajando desde casa a pedido de la policía, pues en estos días ha empezado el juicio contra el hombre con que Nessa engaño a mi padre, el asesino que contrató para eliminarme y Sadashi, o cual sea su verdadero nombre. El juicio podría tardar años, pero hasta ahora nosotros tenemos la ventaja.
—Te toca. Recoge los dados.
Miro el tablero con una ceja alzada. No recuerdo que Dalia estuviera tan cerca de la victoria, pero como comentar eso sería aceptar que mi mente no está aquí —cosa que me niego a hacer debido a que Dalia insiste en que mi mente está en Demián—, tomo los dados y los tiro.
—Un doble seis —anuncio con una gran sonrisa en mi boca.
—Hey, eso es trampa, tira de nuevo.
—No es cierto. Me viste tirar los dados de manera legal.
—No, es que parpadee.
—¿Parpadeaste? —ella asiente, haciéndome reír—. Mentirosa.
Ella se carcajea antes de tomar un sorbo de soda.
—Bien, juega tu doble seis, pero luego no me hables.
Tomo una de mis fichas para moverme, pero no lo hago. En cambio, a mi mente llega otra vez aquella tarde. Los golpes, los gritos... Dalia. La miro y ella me devuelve la mirada, sonriendo.
—Vamos, no te sientas mal. Igual voy ganando.
—Yo lo siento mucho, Dalia —antes de poder terminar de disculparme, mi voz se quiebra y una lágrima traicionera corre por mi mejilla.
—No, pelirroja, no es tu culpa. Por un carajo, deja de llorar o empezaré a llorar yo también.
—Lo siento. Lo siento tanto...
—Ya basta, por favor. Te has disculpado un millón de veces y siempre terminamos llorando. Comprende que no importa, ninguno de estos golpes importa, no si estas bien. Yo estaría dispuesta a dar mi vida por ti.
Otra lágrima se desliza por su mejilla, y finalmente ambas rompemos en llanto.
—¿Qué haria yo sin ti, Ricitos? —repito sus palabras de aquella vez.
—Espero que no tengas que saberlo, Pelirroja.
La abrazo con fuerza, como si me la fueran a arrebatar de entre mis brazos y pronto me encuentro sollozando como bebe en sus brazos. No sé con certeza cuando supe que Dalia sería mi mejor amiga por siempre, pero lo que sí sé es que haré lo que sea para que se quede aquí conmigo.
Y a pesar de lo que había pasado en las últimas semanas, ella en ningún momento me hizo hacer sentir culpable por lo que le había pasado. En cambio, me ha apoyado mucho, tanto que hasta le conté lo que pasó con Cara.
Aunque ella me es de apoyo, lamentablemente no puede venir a verme mucho, pues los oficiales de protección a testigos no quieren que haya demasiadas personas alrededor de la casa.
Un par de minutos después nos alejamos y empezamos a reírnos de lo rápido que pasamos de jugar parchís a llorar como bebes. Me seco las lágrimas de la cara mientras Dalia organiza las fichas que se salieron del tablero, cuando alguien toca la puerta varias veces y ambas sabemos que ya es hora de partir.
Después de dos horas cualquier persona que no resida en la casa —sin contar a mi tía Adara, que ahora vive con nosotros—, debe irse. Sin excepción.
—Bueno, hasta aquí llegó todo —Dalia dice, poniéndose de pie—. Pero que conste que yo gané.
Miro las fichas desordenadas y aprovecho la oportunidad.
—No creo. No se ve nada con claridad.
Dalia mira el tablero mientras yo rio por lo bajo. Cuando me mira, no puedo evitarlo y estallo en carcajadas. Ella sonríe, aunque finge estar molesta.
—Mejor me voy de aquí. Hay puro tramposos y pelirrojos.
Nos damos un último abrazo y la veo irse, dejándome sola. Y si no es con ella o mi padre, prefiero que sea así. Al menos mientras pienso en lo de Nessa, porque, aunque no lo quiera, está en mi mente.
Y hablando de ella. Nessa ha cambiado mucho después del incidente. Intenta pasar tiempo conmigo y conocerme. Por lo general lo evito, pero si almorzamos o cenamos juntos ella siempre está ahí, preguntando cosas.
Ahora sola en la habitación mis ojos caen en la ventana de enfrente y la parte más triste de esta historia. Demián perdió a Pastor. Sé que le duele y que lo extraña, pero nunca habla conmigo sobre ello, de hecho, ya no sale ni siquiera a cortar el césped como solía hacerlo. Ni siquiera sale, que es diferente.
Me siento mal por él. No es precisamente la persona más solitaria del mundo, pero cuando llegaba a casa solo estaba Pastor para él. Después de que ya casi nunca lo veo todo es diferente de una manera tan agobiante para mí, porque jamás pensé que podría extrañarlo.
Compruebo la hora y suspiro con alivio. Antes de que Dalia llegara me dio tiempo a mandar todo lo que tenía pendiente de la universidad, a la que asisto virtualmente para tener algo en que distraerme.
Ya hice todos mis pendientes, he leído alrededor de ocho libros desde que salí del hospital y memoricé el lugar de los nuevos y viejos objetos de mi habitación. Oficialmente no tengo nada que hacer.
No puedo pararme y mucho menos jugar con Blue como lo hacía antes, y como podría lastimarme sin querer, la mantienen afuera de mi habitación, así que hablar con ella no es opción.
Suelto un bufido y me tapo el rostro.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué...?
El sonido del motor de un auto interrumpe mi dilema sobre qué hacer con tan limitadas opciones. Intento mirar por la ventana como puedo, queriendo ver quién es, pero no logro ver nada.
Pasan aproximadamente dos minutos, y solo en ese momento es cuando veo movimiento en la habitación de Demián después de dos semanas.
Las ventanas polarizadas se abren, revelando a Alexandra, quien parece estar discutiendo con él. Le habla al pelinegro mientras él se encuentra acostado en su cama sin ponerle mucho caso.