Un amor prohibido

· 32. Malos recuerdos ·

—Nos odiamos —susurro mientras tengo una batalla interna conmigo misma.

—¿Nos odiamos? ¿Esa es tu respuesta?

—En ningún momento me hiciste una pregunta como para esperar una respuesta de mi parte —le ataco.

Ambos nos sumimos en un silencio. Demián vuelve a colocarse boca arriba en la cama, y yo cierro los ojos y organizo el torbellino que causó un chico solo con decir ese par de palabras.

Qué irónico, eh. Empezamos odiándonos y terminamos acostados en una cama, sin saber realmente lo qué sentimos el uno por el otro... O al menos sin saber cómo aceptarlo.

—Tú y yo nos odiamos.

—Los dos sabemos que las cosas han cambiado.

Muerdo mi labio inferior y volteo mi cabeza para poder verle la cara. Él ya no me mira, está sumido en su propio mundo donde su única respuesta a mis movimientos son susurros.

—Mi padre va a matarme cuando se entere.

Demián gira su cabeza en mi dirección, atrapándome en la decisión que veo en su mirada.

—Entonces hagamos que valga cada minuto.

Quiero caer. Quiero decir que si, después de todo ya no importa. Repetir ese beso no va a matarme, pero...

Arrugo la cara y gruño con fuerza.

—¿Por qué no aceptas el simple hecho de que entre nosotros pasa algo y dejas de atrasar lo inevitable?

—Tú no lo entiendes —me quejo. Es tan complejo que incluso a mí me cuesta.

—¿No lo entiendo o tú no quieres decepcionar a tus padres si lo intentas conmigo?

—No es eso —murmuro, sentándome de espacio para no lastimarme la pierna.

—¿Entonces qué? Dímelo Enya, porque no lo entiendo —exige él, molesto.

Las palabras no salen de mi boca cuando lo exijo, y antes de poder obligarme a mí misma a confesarlo, Demián se ha puesto de pie, recoge su computadora del suelo y camina hacia la puerta.

—¿A dónde vas?

Él se detiene, parece confundido, quizás tanto como yo.

—Voy a darte tiempo —dice, mientras abre la puerta—. Han pasado muchas cosas y no quiero presionarte, así que descansa. Ya es tarde y puedes pensar en eso mañana.

—Demián... —y la puerta se cierra sin dejarme terminar de hablar.

Antes de poder evitarlo estoy llorando. Me dio tiempo, lo que quería, pero...

Muerdo mi labio inferior, molesta conmigo misma y mi nariz pica, anunciándome que lloraré aún más.

Si, Demián, si quiero intentarlo. Lo que pasa es que no se hacer las cosas bien.

Abro la gaveta que está a mi lado para buscar el teléfono y marcarle a Dalia, cuando algo me distrae. Es mi encendedor. Es el mismo que usaba cuando me encontré con Demián en el patio.

Solamente lo rozo con mis dedos, recordando lo mucho que lo necesitaba para poder calmarme y distraerme, pero han pasado tantas cosas últimamente que no he tenido la oportunidad de usarlo.

Lo tomo con cuidado, y antes de que lo pueda soltar, un recuerdo me asalta.

· · ·

Narrador omnisciente.

Hace siete años, consultorio de la psicóloga infantil Georgia Spencer.

Desde que Enya llegó a este país extraño, no había dejado de llorar. Como lo hacía constantemente y por las noches, su descanso era nulo, lo que la hacía ver imperfecta ante las cámaras.

—¿Y que me recomienda para que no se le vean las ojeras?

La psicóloga parpadeó dos veces seguidas y luego rio. Seguro que era un chiste. Acababa de decirle a una madre que su única hija tiene tanta ansiedad que llora sin control y se muerde las uñas hasta sangrar y lo único que parece importarle es como hacer que se vea más bonita.

—Enya necesita salir del foco de las cámaras por un tiempo, señora Callahan. No sabemos lo que provoque su ansiedad, así que...

—No, no, eso no.

—Señora Callahan, la trajo echa un manojo de nervios. No dejaba de temblar y murmurar cosas sin sentido. La niña necesita ayuda urgente. Necesita alejarse del detonante.

La señora Callahan lo sabía, y mejor que nadie, pero no le importaba, pues dejar el modelaje, por el mínimo tiempo que fuera, la haría perder clientes. Y no, eso jamás. Se sentía horrorizada de solo pensar en que su sueño se iría y no sabría si volvería.

Así que tendría que cambiar de psicóloga y cambiar de historia. No sería tan difícil. Lo había hecho las últimas veces que no había conseguido las respuestas que quería.

La señora Callahan tomó a su hija, pagó la sección y busco otro psicólogo al otro lado de la ciudad. Se quedaba sin rincones a los que huir, pero Nessa pensaba que Enya crecería y aprendería a controlarse. Solo era mientras tanto.

Así que habían terminado en aquella clínica donde había cambiado la historia otra vez. Enya había cooperado, como siempre, presa de la maldad de su madre, y había terminado por mentir sobre la causa de su ansiedad.

La nueva psicóloga había encontrado que había algo extraño en ellas. Tenía la sensación de hablar con el títere de un malvado titiritero cuando hablaba con la dulce y angelical pelirroja, así que por el momento solo le dio una pelota antiestrés con la creencia de que en un futuro ella le diría la verdad.

Entonces se acabó el tiempo de la sección y fue el momento de despedirse. Enya eligió la pelota roja como el cabello de Cara y se la llevó a casa. Durante todo el camino la apretó con fuerza, pero esta jamás se rompió.

Estaba aliviada por eso, después de todo su nueva doctora le había dicho que ella era tan fuerte como esa pelota.

Cinco años después...

"Soy tan fuerte como esa pelota", se repitió Enya una y otra vez en su cabeza mientas veía el relleno gelatinoso esparcirse por el suelo y ser absorbido por la alfombra cara de Nessa.

Durante poco más de cinco años la pelota había resistido ante cualquier tipo de situación, pero había cedido ante la presión de su madre, justo como ella.



#18153 en Novela romántica
#11159 en Otros
#1554 en Humor

En el texto hay: amorprohibido, amorodio, pasadodoloroso

Editado: 13.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.