Luego de ese día, Mariano y yo, somos pareja. Nadie más sabía de esta relación, solo nosotros, aún tenemos dieciséis y seguimos cursando el inicio del tercer año en secundaria. Todo parecía normal, como si nada realmente hubiese cambiado, seguíamos actuando de la misma manera frente a todos.
O al menos yo creía que nada había cambiado.
Como cada día que asistíamos a clases, Mariano y yo compartimos asiento, esto era una de esas tantas cosas que nunca han cambiado en nuestros años de amistad y que a ambos nos reconfortaba. Entre tanto, él se concentraba en la lectura, leyendo acorde con la maestra de literatura, yo prestaba atención a lo que hacía Johan, quien estaba dos sillas más adelante de nosotros en la segunda fila, parecía muy sumergido en la historia, que por cierto yo ni idea de que trata.
—Lukas, ¿puedes decirme qué le dijo la golondrina al príncipe luego de que este decidiera renunciar a sus ojos? —preguntó de pronto la maestra dirigiéndose a mí, y todos giraron a verme, incluido Johan y Mariano. Mi rostro estaba caliente de la vergüenza al ser repentinamente el foco de atención de todos en el salón, y más teniendo en cuenta de que no sabía la respuesta de aquella inesperada pregunta. Mi corazón late desenfrenadamente al sentir las miradas que penetran mi nuca, y esas pequeñas pero aún audibles burlescas risas, trato de ocultar mi rostro apenado mirando mis manos encima del pupitre.
Eso no me hará invisible de todos modos.
—¿Yo? —contesté ridículamente mientras me señalaba a mí mismo con el lápiz que sostenía, y que anteriormente mordisqueaba.
—No, yo. —Respondió sarcásticamente la maestra, alargando la “o” en “no” y todos no dudaron en reír, solo pude agachar la mirada muy avergonzado.
—Yo puedo decirle, maestra. —Dijo Mariano, alzando su mano, y lo miré de reojo a lo que él me sonrió y me susurró un «no te preocupes» para luego prestar atención a la maestra.
—Está bien, Mariano, dime. —La maestra le cedió la palabra, en espera de su ansiada respuesta.
—La golondrina le dijo: «Ahora estás ciego. Por eso, me quedaré con vos para siempre.» — Recitó la frase tal cual para luego tomar mi mano por debajo de la mesa que compartimos.
— ¡Te felicito, Mariano! Has estado prestando atención —, exclamó alegre la maestra para luego de explicar a profundidad aquella frase, continuar con el resto de la lectura.
—A partir de ahora, si no vas a prestar atención a clases, mírame a mí. —Susurró cerca de mi oído, haciendo que mi cuerpo se estremezca en una descarga eléctrica al sentir su aliento rozar mi oreja izquierda, causando que, de modo automático, mis mejillas se ruborizen.
—Deja de molestar, ya aprendí la lección. —Le respondo de vuelta en un susurro, tratando de ocultar mi rostro de su juguetona mirada que me desnudaba hasta el alma.
Luego de eso, me di cuenta de que Johan aún me estaba observando con detenimiento detrás de aquellos lentes. En ese momento, me percaté de que Mariano aún sostenía mi mano bajo la mesa, la aparté con miedo a ser descubiertos por alguien más y entonces, me dispuse a escribir en mi cuaderno, lo que la maestra escribía en el pizarrón.
Las clases culminaron con normalidad y Mariano y yo tomamos camino rumbo a casa; somos vecinos, y nuestros hogares quedan al lado del otro, por lo que siempre ha sido nuestra ruta y camino entre charlas, pero hoy, el silencio parecía ser el monarca a nuestro alrededor.
—Lukas, hace calor ¿compramos helados en la tienda de siempre? Yo te invito. —Dijo de la nada mientras me miró para luego tratar de refugiarse en la sombra de su mano que puso frente a su rostro para ocultarse de los rayos del sol.
—Sí, se me antoja, además, también tengo calor, de paso me compras una dona de chocolate. —Digo posicionándome frente a él, deteniendo su paso para convencerlo de comprarlo.
—Si me das un abrazo, lo pensaré. —Dijo esquivando mi mirada.
—Estamos en público, nos pueden ver. —Respondo apenado ante su ocurrencia.
—Ven —insistió, tomando mi mano y llevándome a rastras a ese callejón que, en ciertas ocasiones, tomábamos como atajo para ir a casa cuando no queríamos caminar mucho—, ahora sí, aquí no hay nadie que nos vea. —Prosiguió diciendo, acorralándome contra la pared, para luego alejarse un poco y extender sus brazos, esperando mi iniciativa.
«Te pasas de listo.»
Como si de una orden se tratara, me apresuré hacia él, rodeándolo en un abrazo que claramente fue correspondido. La diferencia de altura entre nosotros siempre fue notoria, ya que yo siempre me caractericé por ser el más bajito de los dos, besó mi cabeza con dulzura y me apretó aún más en sus brazos.
—¡Ya, Mariano, pareces garrapata! Hace calor. —Forcejeo en un vano intento de salir de su agarre.
¿Cómo rayos es tan fuerte? Se supone que tenemos la misma edad, además de que es de contextura delgada, no puedo ser tan débil ¿O sí?
—Un poquito más y ya, quiero grabar cada momento en mi mente.
—¿Quién te entiende? ¿No te estabas quejando del calor?
—Pues, contigo lejos, siento frío. —Solo pude reír ante su tonta ocurrencia.
—¿Es suficiente? Vamos por mi helado y mis donas ¿sí? —le exigí en un puchero, él tomó mis mejillas y depositó un rápido piquito en mis labios, para después, tomar mi mano y salir caminando por el largo callejón y luego volver a tomar distancia frente a la sociedad.