Simplemente, no lograba entender cómo al pasar de los días, nuestra relación parecía ir reforzando. Todo iba de maravillas, me gustaba tanto recibir los mimos de Mariano.
Problemas parecían no haber... O al menos eso pensé.
—Lukas, estoy esperando fuera de tu casa ¿Aún no estás listo? —preguntaba un ansioso Mariano, mientras yo luchaba por ponerme un pantalón al mismo tiempo que sujetaba el teléfono entre mi hombro y mi oreja para poder escuchar lo que decía.
—Aún no termino —aclaré, luchando con el pantalón—, si quieres entra y espérame en la sala, porque estoy… mierda —doy un alarido de dolor luego de haberme golpeado en la rodilla con el cajón de mi escritorio, y, por inercia, dejé caer el celular—, no no no no, bebé, ¡¿dime que no te hiciste daño, Júpiter?! —digo con rapidez luego de haber tomado el celular entre mis manos y lo reviso con detenimiento.
Cabe recalcar que es el tercero que compran mis padres este año, y si daño uno más, me quedaré sin celular hasta finales del próximo año. En ese acuerdo quedaron ellos cuando entre los dos lo compraron luego de que les insistiera tanto.
«Sí influyó un poco el hecho de que estén divorciados y papá quiere mantener la comunicación conmigo.»
Después de verificar que todo estaba bien, que no había ningún daño en la pantalla, lo coloqué con suma delicadeza encima de la cama y me dispuse terminar de ponerme el pantalón. Sin previo aviso, Mariano entró agitado a mi habitación, la vergüenza parecía querer consumirme en el acto al verme tan expuesto frente a él, ni siquiera he terminado de ponerme el pantalón por completo.
—¿Qué fue lo que pasó, Lukas? —mi rostro es todo un dilema, estoy seguro de que me he puesto rojo al igual que mi cabello—, escuché que te caiste y se cortó la llamada —culminó con notable preocupación en su voz, y, por estar preocupado por el bienestar de Júpiter, olvidé que hablaba con este chico desesperado que no podía esperar a que terminara de alistarme.
—No me caí —suspiré—, solo me golpeé con el cajón de mi escritorio y se cayó mi amado Júpiter —me justifico al instante enseñándole mi celular, pareció negar ante mi ocurrencia.
—Creí que había sido algo peor —alzó su celular—, te llamaba y no respondías, tu mamá me dijo que podía subir a ver si pasó algo —me explicó y pude entender su preocupación.
—¿Estás bien, hijo? —mamá hizo aparición interrumpiendo este penoso momento—. Mariano te está esperando, no lo hagas esperar más —me señaló acusatoria, ingresando a la habitación haciendo este momento aún más vergonzoso para mí.
—Si, mamá, ya lo sé, por favor, salgan que me estoy vistiendo.
—Yo te concebí, bañé y crié ¿De qué te avergüenzas? Incluso, si ahora debo bañarte y ponerte pañales lo haré, mocoso —me regañó, Mariano rió disimuladamente, mis orejas ardieron intensamente.
—Está bien, está bien —alzo mis manos en rendición—, pero denme mi espacio.
—Bueno, cualquier cosa estaré en la cocina —Después de haber terminado, mi madre se retiró de mi habitación y Mariano cerró la puerta tras de sí para acercarse a mí.
«Esto no pinta bien.»
—¿Qué sucede, Mariano? —tartamudeo—. Necesito espacio para vestirme, permiso —la vergüenza me hace hablar torpemente, no tengo idea de qué es lo que se trae entre manos, pero lo que sea que intente hacer, no es buen momento.
«Y más que soy débil.»
Mar hizo caso omiso a mi reciente petición y siguió acercándose hasta quedar de rodillas frente a mí, con esa profunda y penetrante mirada concentrada en mis ojos. Mi pantalón que seguía a medio poner, con tan solo una pierna adentro y la otra a la mitad, seguí con detenimiento sus ojos que se posaron en mi rodilla izquierda.
—Lukas—me llamó por mi nombre.
—¿Uhmm? —respondí, perdido en su sedoso cabello castaño.
—Estás sangrando —dijo estás palabras revisando con detenimiento mi rodilla, para después alzar sus preocupados ojos hacia mí, conocía esa mirada tan característica de él desde que éramos unos niños, cómo me cuidaba cuando me lastimaba al jugar, aún recuerdo esa vez que lloró luego de que me caí de la bicicleta, y haberme hecho unos raspones y fracturado levemente la muñeca.
—Oh, no lo había notado —exclamo algo sorprendido de que ni siquiera sentí la sangre recorrer mi piel—, seguro me lo hizo el cajón cuando me golpeé, es que me preocupé más por el estado de Júpiter, jeje —bromeo tratando de sonar relajado y casual, pero la verdad es que muy dentro de mi estaba nervioso, y mi corazón era prueba de ello.
—Debes preocuparte más por ti, sabes que no me gusta que te lastimes —expresó con un dejo de preocupación , posando su mano en mi mejilla, dejando leves caricias en ella, me permití cerrar los ojos ante el gesto, como un gato que está siendo mimado.
—¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios? —preguntó mientras se ponía de pie.
—Está en el baño, el mismo lugar de siempre —respondo para verlo salir por la puerta, desapareciendo de mi vista, perdiéndose en el pasillo un instante. Mis ojos se quedaron clavados en la puerta por la que salió, que después, de esta misma entró con el botiquín en sus manos, caminó hacia mí y se arrodilló nuevamente.
Sacó la gasa y el desinfectante para aplicarlo alrededor de la herida limpiando todo rastro de sangre. luego, con una nueva gasa, desinfectó directamente la zona, y por inercia, dejé escapar de mis labios un leve quejido por el ardor. Mariano al notarlo se dispuso a soplar la herida, dónde sentí un poco de alivio.