En la distinguida y apacible ciudad de Villanueva, la familia De la Vega se erguía como un pilar de la alta sociedad. El Dr. Ricardo De la Vega, un hombre de carácter imponente y reconocido prestigio, había construido una vida de éxito y respeto, tanto por su destreza médica como por su firmeza en los principios. Junto a su esposa, la elegante y carismática Doña Isabel, conformaban un matrimonio admirado por todos.
La mansión De la Vega, situada en las afueras de Villanueva, era una joya arquitectónica de estilo colonial. Con sus amplios jardines, llenos de flores exóticas y fuentes ornamentales, la casa reflejaba la opulencia y el buen gusto de sus propietarios. Los salones interiores, decorados con muebles antiguos y obras de arte, hablaban de una historia de generaciones de refinamiento y tradición.
El Dr. Ricardo era un hombre de hábitos rigurosos y una disciplina inquebrantable. Desde temprano en la mañana, su rutina comenzaba con una caminata por los jardines, seguida de un desayuno frugal y luego su partida al hospital donde trabajaba. Era conocido por su dedicación incansable y su habilidad para tratar casos complejos, lo que le había ganado no solo el respeto de sus colegas sino también el afecto de sus pacientes.
Doña Isabel, por otro lado, era el alma de la vida social de la familia. Su porte elegante y su cálida sonrisa la hacían el centro de atención en cualquier evento social. Organizaba reuniones benéficas, cenas y fiestas que eran la envidia de la alta sociedad de Villanueva. Aunque su vida parecía perfecta, Doña Isabel también llevaba las riendas de la casa con una mano firme, asegurándose de que todo funcionara con la precisión de un reloj suizo.
Isabelita, la hija menor de los De la Vega, era la joya de la familia. Con sus quince años recién cumplidos, se preparaba para la gran fiesta que sus padres habían organizado en su honor. Isabelita era una joven de belleza delicada y una inteligencia vivaz. Su cabello oscuro y rizado caía en cascadas sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y determinación. Aunque estaba acostumbrada a la vida de privilegio, Isabelita también anhelaba algo más, una chispa de aventura y romance que aún no había encontrado en su vida cuidadosamente orquestada.
Sus hermanos mayores, Alejandro y Lucía, habían seguido caminos distintos. Alejandro, el mayor, había seguido los pasos de su padre en la medicina, convirtiéndose en un prometedor cirujano. Su seriedad y dedicación lo hacían el orgullo de su padre, aunque a menudo sentía la presión de vivir a la altura de las altas expectativas familiares. Lucía, en cambio, se había casado con un diplomático y vivía en el extranjero, regresando solo en ocasiones especiales como la fiesta de cumpleaños de Isabelita.
La relación entre Isabelita y sus padres era compleja. Mientras su madre la mimaba y la trataba como a una princesa, su padre mantenía una postura más distante y exigente. Isabelita admiraba a su padre y deseaba su aprobación, pero también sentía una creciente necesidad de encontrar su propio camino, lejos de las sombras imponentes de sus padres y hermanos.
Los días previos a la fiesta fueron una vorágine de preparativos. Doña Isabel supervisaba cada detalle, desde la elección de las flores hasta el menú de la cena. Isabelita, aunque emocionada, también se sentía abrumada por las expectativas. La fiesta no solo marcaba su entrada en la adolescencia, sino también su presentación oficial ante la sociedad de Villanueva.
El día de la fiesta, la mansión De la Vega se transformó en un escenario de ensueño. Las luces colgaban de los árboles, iluminando el jardín con un resplandor mágico. Las mesas estaban decoradas con manteles de encaje y candelabros de plata, y la música de un cuarteto de cuerdas flotaba suavemente en el aire.
Isabelita se preparaba en su habitación, asistida por su madre y una criada. Vestía un elegante vestido de seda blanca, con detalles de encaje que acentuaban su figura juvenil. Mientras se miraba en el espejo, no podía evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo. Sabía que esta noche sería el comienzo de algo nuevo, aunque no podía imaginar hasta qué punto su vida estaba a punto de cambiar.
El Dr. De la Vega, con su porte autoritario y su mirada penetrante, observaba con satisfacción los preparativos. Para él, esta fiesta era una reafirmación de su estatus y un testimonio del éxito y la cohesión de su familia. Sin embargo, en su corazón, también albergaba un temor silencioso: el de perder el control sobre su hija menor, quien estaba a punto de convertirse en una mujer.
Así, la familia De la Vega, envuelta en una mezcla de tradición, amor y expectativas, se preparaba para una noche que quedaría grabada en la memoria de todos. Una noche que marcaría el inicio de una serie de eventos que cambiarían sus vidas para siempre.