El sol se levantaba sobre Villanueva, anunciando un nuevo día lleno de promesas y expectativas. En la mansión De la Vega, la actividad comenzaba temprano. Los preparativos para la gran fiesta de cumpleaños de Isabelita estaban en pleno apogeo y cada miembro del personal tenía un papel crucial que desempeñar.
Doña Isabel era una presencia constante y autoritaria, supervisando cada detalle con la precisión de un director de orquesta. Se aseguraba de que las flores frescas, escogidas especialmente del invernadero, fueran dispuestas con elegancia en los jarrones de cristal que adornarían los salones y el jardín. Las rosas blancas y lilas, favoritas de Isabelita, se mezclaban con orquídeas exóticas, llenando el aire con su fragancia dulce y sutil.
El menú de la cena había sido cuidadosamente seleccionado para satisfacer los paladares más exigentes de la alta sociedad. Los mejores chefs de la región fueron contratados para preparar una variedad de platos exquisitos, que iban desde canapés delicados hasta un banquete principal con carne asada y mariscos frescos. Para el postre, se preparaban pasteles y tartas decoradas con frutas y crema, obras maestras de la repostería que prometían deleitar a los invitados.
Isabelita, aunque abrumada por la magnitud de los preparativos, no podía evitar sentirse emocionada. Sus quince años representaban un hito importante en su vida y la fiesta sería su gran debut ante la sociedad de Villanueva. Mientras Doña Isabel la ayudaba a seleccionar su vestido, un hermoso traje de seda blanca con detalles en encaje, Isabelita sentía una mezcla de nerviosismo y alegría.
"Recuerda mantener siempre la cabeza alta y la espalda recta," le aconsejaba su madre mientras ajustaba los pliegues del vestido. "Esta noche, todos los ojos estarán puestos en ti. Debes representar a la familia con dignidad y gracia."
El Dr. De la Vega, aunque menos involucrado en los preparativos, también tenía grandes expectativas para la noche. Para él, la fiesta no solo celebraba el cumpleaños de su hija, sino que también reafirmaba el estatus de su familia en la sociedad. Su influencia y reputación se reflejarían en el éxito del evento, y estaba decidido a no permitir ningún contratiempo.
Mientras tanto, el personal de la mansión trabajaba incansablemente. Los jardineros podaban los setos y arreglaban las flores del jardín, creando un entorno de cuento de hadas para la velada. Las criadas pulían los candelabros y preparaban las habitaciones para los huéspedes que se quedarían a pasar la noche. Los mayordomos revisaban una y otra vez las listas de invitados, asegurándose de que todos los detalles estuvieran en orden.
Uno de los aspectos más emocionantes de la noche sería la música. El Dr. De la Vega, amante de la música criolla, había insistido en contratar a un grupo local conocido por su habilidad para tocar este género. La música criolla, con sus ritmos alegres y melodías nostálgicas, sería el alma de la fiesta, transportando a los invitados a una atmósfera de alegría y celebración.
José Miguel, el joven cantante del grupo, también se preparaba para la noche. Sabía que esta presentación podría ser una gran oportunidad para él y su grupo. Aunque provenía de un entorno humilde, su talento y pasión por la música lo habían llevado a ser reconocido en varias ciudades. La invitación para tocar en la fiesta de los De la Vega era un honor y una oportunidad que no podía desaprovechar.
En su modesta habitación, José Miguel afinaba su guitarra y practicaba los versos que había compuesto especialmente para Isabelita. Su mente estaba llena de imágenes de la joven que había visto solo en fotografías, una visión de belleza y gracia que esperaba conocer esa noche. Aunque sabía que sus mundos eran diferentes, había algo en la música que los unía, una esperanza silenciosa de que sus canciones pudieran tocar el corazón de Isabelita.
Con cada hora que pasaba, la expectativa crecía. Los invitados comenzaron a llegar a la mansión, vestidos con sus mejores galas, listos para disfrutar de una noche de esplendor y elegancia. Los coches de caballos y los automóviles de lujo se alineaban frente a la entrada, dejando bajar a damas y caballeros que intercambiaban saludos y comentarios sobre la magnificencia del evento.
Dentro de la casa, Isabelita se miraba en el espejo una última vez, asegurándose de que cada detalle de su apariencia fuera perfecto. Su corazón latía con fuerza, lleno de emoción y anticipación. Sabía que esta noche marcaría un nuevo comienzo en su vida, aunque no podía prever los giros y desafíos que el destino le tenía preparados.
La fiesta estaba a punto de comenzar, y con ella, una serie de eventos que cambiarían la vida de Isabelita y de aquellos a su alrededor para siempre. La mansión De la Vega brillaba con luz propia, lista para acoger a la alta sociedad de Villanueva en una noche que prometía ser inolvidable.