El tiempo pasó y la creciente ansiedad de Isabelita la condujo a un estado de constante nerviosismo. Aunque intentaba actuar con normalidad, su cuerpo comenzaba a traicionarla. Su vientre, aunque aún apenas visible, le recordaba constantemente la verdad que ocultaba. La preocupación de Alejandro, su hermano mayor, creció al ver los cambios en ella. Decidió hablar con su madre, Doña Isabel, sobre sus sospechas, convencido de que algo serio estaba sucediendo.
Una mañana, Doña Isabel encontró a Isabelita en su habitación, mirando por la ventana con una expresión de tristeza. Decidida a obtener respuestas, se sentó junto a su hija y le tomó las manos.
"Isabelita," comenzó con suavidad, "tu hermano y yo hemos notado que algo te preocupa. Por favor, dime qué está pasando. Sabes que siempre puedes confiar en nosotros."
Isabelita sintió que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Sabía que no podía ocultar la verdad por más tiempo. Tomando una profunda respiración, decidió confesar lo que había estado ocultando.
"Mamá," dijo con voz quebrada, "estoy embarazada."
El rostro de Doña Isabel se transformó de preocupación a shock. Aunque siempre había imaginado que Isabelita podría tener algún romance, nunca había pensado que llegaría a este punto.
"¿Quién es el padre?" preguntó con una mezcla de incredulidad y preocupación.
"José Miguel," respondió Isabelita, apenas capaz de pronunciar el nombre de su amado. "El cantante de la fiesta."
Doña Isabel cerró los ojos, tratando de procesar la información. Sabía que su esposo reaccionaría con furia, y el escándalo que esto podría traer a la familia era inimaginable.
"Debemos hablar con tu padre," dijo finalmente, con voz temblorosa. "Pero primero, debes prometerme que te mantendrás fuerte. Esto no será fácil."
Esa noche, en el gran salón de la mansión De la Vega, se reunió la familia. Isabelita, con el corazón latiendo desbocado, se enfrentó a su padre con la verdad.
"Papá," comenzó con valentía, "tengo algo que decirte. Estoy embarazada de José Miguel, el cantante que conocí en mi fiesta de cumpleaños."
El Dr. De la Vega se levantó de su silla, su rostro enrojecido de ira y desdén. La noticia lo golpeó como un puñetazo, y no podía creer que su hija, su preciada Isabelita, hubiera hecho algo tan imprudente.
"¡Esto es inaceptable!" gritó, su voz resonando en las paredes del salón. "¿Cómo has podido hacer algo tan deshonroso? ¿Qué va a decir la sociedad? ¡No permitiré que arruines el nombre de nuestra familia!"
Isabelita sintió que sus fuerzas flaqueaban, pero se mantuvo firme. Sabía que debía luchar por su amor y por el futuro de su hijo.
"Papá," dijo con voz quebrada pero decidida, "José Miguel y yo nos amamos. Estamos dispuestos a enfrentar las consecuencias juntos. Por favor, comprende que esto no es algo que pueda cambiar."
El Dr. De la Vega, cegado por la furia y el miedo al escándalo, tomó una decisión drástica. Con voz fría y autoritaria, ordenó a Isabelita que se sometiera a un aborto, una solución que consideraba necesaria para proteger el honor de la familia.
"No hay otra opción," dijo con firmeza. "Debes deshacerte de ese niño. No permitiré que nuestra familia sea objeto de burla y escarnio."
Isabelita sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. La idea de perder a su hijo y de someterse a una operación que iba en contra de todo lo que sentía y creía la llenó de terror y desesperación. Sabía que no podía permitirlo, pero las fuerzas en su contra eran abrumadoras.
A pesar de sus súplicas y protestas, el Dr. De la Vega la llevó a una clínica clandestina, lejos de las miradas indiscretas de la sociedad de Villanueva. Allí, con el corazón destrozado, Isabelita se sometió al procedimiento, sabiendo que su vida y la de su hijo estaban en juego.
Durante la operación, las complicaciones surgieron rápidamente. El procedimiento, llevado a cabo en condiciones precarias, resultó en una tragedia. Isabelita, la joya de la familia De la Vega, perdió la vida junto a su hijo no nacido. La noticia de su muerte se extendió rápidamente, sumiendo a la familia y a la comunidad en un estado de shock y luto.
El Dr. De la Vega, consumido por el dolor y la culpa, buscó un culpable en su desesperación. Decidió acusar a José Miguel de haber planeado el aborto, usando su influencia y recursos para asegurarse de que el joven fuera arrestado y condenado.
José Miguel, devastado por la pérdida de Isabelita y su hijo, fue encarcelado injustamente. Desde la prisión, reflexionó sobre la crueldad de la vida y la injusticia que había sufrido. Su amor por Isabelita seguía siendo su única fuente de fuerza, y decidió contar su historia a un compañero de celda, quien más tarde la relataría en una canción que resonaba con tristeza y verdad.
La familia De la Vega quedó destrozada por la tragedia. Doña Isabel se sumió en un profundo duelo, mientras Alejandro y los demás hermanos intentaban encontrar una forma de seguir adelante. El Dr. De la Vega, aunque consumido por la culpa, se aferraba a la creencia de que había actuado por el bien de la familia, sin darse cuenta del daño irreparable que había causado.
La historia de Isabelita y José Miguel se convirtió en una advertencia sobre los peligros del prejuicio y la intransigencia. Su amor, aunque trágicamente breve, dejó una huella imborrable en todos los que conocieron su historia. La canción que relataba su romance y su dolor se convirtió en un himno de esperanza y un recordatorio de que el amor verdadero trasciende cualquier barrera, incluso la muerte.