Un amor que viene de otro mundo (libro Uno)

Capítulo tres: Palacio estatal.

La ciudad subterránea se levantaba imponente entre las altas paredes de mármol negro que la rodeaban. No había luz del día, pero las cavernas gozaban de rocas de mármol incrustadas que dejaban en ridículo las bombillas eléctricas más poderosas creadas por los humanos.

Los edificios eran todos de color plateado y las luces eran celestes. Era un mundo lleno de energía. Sus vehículos se movían impulsados por electricidad inalámbrica al igual que sus maquinarias para obtener alimentos y cubrir sus necesidades básicas.

 Todo, giraba en torno a la electricidad inalámbrica que venía del generador que se hallaba en el edificio central de la ciudad.

El detalle—como toda materia— era que el recipiente que se encargaba de almacenar y repartir esa energía, estaba en sus últimas etapas. 

Sin ese generador, la civilización no sólo se sumiría en la oscuridad en todo los ámbitos, sino que también dejarían expuesto al universo ante los humanos.

Los atlantes no tenían los recursos naturales necesarios para fabricar un generador de alta potencia que pudiese cubrir toda la ciudad. El único planeta que poseía el mineral para fabricarlo, era Dabo.

No debía existir problema alguno. Ellos enviarían el mensaje, el generador sería fabricado, luego traído y finalmente instalado. 

¿Qué pasó? Los dabonianos se habían estrellado en el continente.

¡Entre los humanos!.

—¿Cómo ocurrió esto?— preguntó el sujeto mientras entraba al cuarto donde yacía el generador.

Un cilindro de acero de donde se enrollaban fibras gruesas de cobre se hallaba en medio de la habitación de paredes blancas. En la cima del cilindro, flotaba una enorme esfera con un circuito ordenado grabado en ella, similar a un laberinto circular sin salida alguna. El objeto desprendía chispas, rayos de color morado que sonaban al tener contacto con los dos paneles que guindaban del techo.

—Detectamos una eyección de masa coronal en el mismo instante en el que la nave de los dabonianos se estrelló en la tierra.

—Ondas de radiación de viento solar, ¿cómo es posible que no lo hayan pronosticado?.

—El universo hace lo que quiere. 

—No, el universo hace lo que se debe— ambos se giraron y de inmediato se arrodillaron ante el sujeto que a simple viste parecía un hombre pero que mientras más se le veía a detalle, más se le notaba que no lo era, al igual que todos los que se encontraban allí.

Su piel era blanca y lisa como el marfil porque nunca tenían contacto con el sol. Tenían una altura considerable. Siendo una especie que tuvo que adaptarse a la oscuridad durante miles de años, sus ojos eran negros en casi su totalidad gracias a sus pupilas dilatadas en todo momento.

Eran seres físicamente perfectos. El sueño inalcanzable del hombre.

—Alexander— dijo el sujeto agachando la mirada ante su superior en señal de respeto—. Disculpe.

—No hay nada que disculpar, es entendible que los jóvenes no comprendan la magnitud del poder y la influencia de los dioses y las divinidades— expuso sereno—. No deben temer de lo que ocurra a partir de ahora, el destino ha tomado su rumbo y a nosotros, sólo nos queda observar su desarrollo.

—Pero si ese generador cae en las manos equivocadas—

—Caerá donde deba— le interrumpió—.  No intervendremos. No lo hicimos antes y no lo haremos ahora. Sólo nos toca observar.

El sujeto se levantó enojado por las palabras de su superior. Estaba cansado de quedarse sentado y ver como los humanos acababan con todo a su paso. ¿Qué debían esperar? ¿Que acabaran con ellos también?.

—Observar...Siempre observamos y controlamos sin poder hacer nada, sin poder tocarlos. No sé en que estaba pensando esa—

—Mucho cuidado con lo que dices, Belial— le advirtió Alexander—. Sólo…manténganse al margen. Ya han visto que es lo que pasa cuando deciden ir en contra de su propia naturaleza. No caigan en ese error.

Salió de la habitación con el mismo sigilo con el que había llegado.  Él también estaba preocupado. ¿Qué era lo que estaban planeando las fuerzas cósmicas para ellos?.

●●●●


Uriel restregó su rostro una y otra vez. Señalaba a Zigor pero no decía nada, sólo bufaba y volvía repetir la acción.

¡Un humano tenía el artefacto más poderoso en ese planeta!.

¡Un desquiciado humano!.

—¿Dime cómo es posible?— preguntó finalmente cuando se calmó.


No podía alterarse, los animales se volvían locos cada vez que lo hacía, era por que siendo una deidad, su energía era demasiado palpable y esos seres vivos eran muy susceptibles.

—No lo sé.

—¿No lo sabes? ¡Tú lo hiciste!.

— Que haya ensamblado el generador no significa que sepa como funciona. De seguro los atlantes si tienen una explicación. Lo único que puedo decirte, es que esa humana no va a resistir mucho. Morirá al no poder soportar tanta recepción de energía. Su cuerpo no está preparado para eso.

Uriel volvió a restregar su rostro. Otro problema más. Los dabonianos no podían acabar con la vida de cualquier ser vivo, menos de un humano. 

¡Por la divinidad suprema, como detestaba a esas cosas!. 

Problema tras problema, sólo eso traían. 

—Debemos localizar a esa humana y quitarle el generador antes de que ocurra algo peor— Zigor asintió, de acuerdo con él.

Sentía la misma disposición de encontrar a la humana, no sólo por el generador, la mujer le había causado curiosidad. La energía que desprendía le resultaba atrayente. Evidentemente, no le diría eso a Uriel.

Encontraría a la humana y saciaría su curiosidad antes de dejar ese planeta.

●●●● 

—No puedo creer que hayamos dejado al pobre animal moribundo ahí.

—Tranquila, tía. De seguro el oso se lo come, no será carne perdida. 




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