Cada vez que me despedía de Josué, le escribía una carta de amor, un pedazo de mi corazón que le entregaba para que lo llevara consigo. En esas cartas, le contaba mis sentimientos, mis sueños, mis miedos. Le decía cuánto lo amaba, cuánto lo extrañaba.
Pero la última carta fue diferente. Fue una despedida triste, un adiós que no sabíamos cuándo tendría un nuevo reencuentro. Josué se iba por un tiempo indeterminado, y yo me sentía desesperada.
En la carta, le escribí:
"Mi amor, mi corazón late solo por ti. Cada día sin ti es un vacío que no puedo llenar. Te extraño más que ayer, pero menos que mañana. Porque sé que mañana te extrañaré aún más.
Te dejo esta manzana roja como recuerdo de nuestro amor. Es como nuestro corazón, rojo y apasionado. Guárdala contigo siempre, y recuerda que te amo más que nada en este mundo.
No sé cuándo nos volveremos a ver, pero sé que nuestro amor es fuerte. Lo llevaremos en nuestros corazones, y nos mantendrá unidos a pesar de la distancia.
Adiós, mi amor. Adiós, mi corazón."
Le entregué la carta y la manzana roja, y Josué me abrazó con fuerza. Me susurró al oído que me amaba, que siempre me amaría. Y se fue, llevándose mi corazón con él.