Pasaron los meses, años y perdí toda comunicación con Josué. No sabía nada de él, ni siquiera si estaba bien. La incertidumbre me consumía, pero sabía que tenía que seguir adelante.
Decidí hacer mi vida, enfocarme en mis estudios y mis pasatiempos. Intenté llenar el vacío que Josué había dejado, pero nada parecía funcionar. Mi corazón siempre estaba con él, siempre recordaba su sonrisa, su risa, su mirada.
A veces, me encontraba sonriendo sola, recordando algún momento que habíamos compartido. Otras veces, me sorprendía llorando en silencio, extrañándolo con todo mi ser.
Pero la vida seguía, y yo seguía con ella. Aprendí a vivir sin Josué, pero nunca olvidé lo que sentíamos. Mi corazón siempre guardó un lugar especial para él, un lugar que nadie más podría ocupar.
Y aunque intenté enamorarme de nuevo, aunque intenté olvidar, Josué siempre estuvo presente en mis pensamientos, en mis sueños, en mi corazón. Era como si una parte de mí siempre estuviera conectada a él, siempre estuviera esperando su regreso.
Pero la vida es así, impredecible y cruel a veces. Y yo solo podía seguir adelante, con la esperanza de que algún día, de alguna manera, Josué y yo nos volveríamos a encontrar.