Un amor, sin fin

La realidad y el dolor

Pero en algún momento, tendríamos que despertar de ese sueño tan profundo y volver a la realidad. Y esa realidad era dura, era cruel, era el dolor de la pérdida.

El día del entierro de su madre llegó, y Josué se preparó para enfrentar el dolor de despedirse de ella. Me pidió que no lo acompañara, que quería estar solo en ese momento. Pero yo no pude dejarlo ir solo. Lo seguí a distancia, sin que él lo supiera, porque no quería que nada le pasara.

Cuando llegamos al cementerio, vi a Josué caminar solo, con la cabeza baja y los hombros caídos. Me duele verlo así, me duele saber que está sufriendo tanto. Pero no me acerqué a él, respeté su espacio, su dolor.

Después del entierro, Josué se sentó en una banca, solo, con la mirada perdida en el horizonte. Yo me acerqué a él, sin hacer ruido, y me senté a su lado. No dije nada, solo lo abracé, lo sostuve. Y él no me rechazó, no me pidió que me fuera. Simplemente me aceptó, me dejó estar ahí para él.

En ese momento, supe que nuestro amor era más fuerte que nunca. Que podía enfrentar cualquier cosa, cualquier dolor, cualquier pérdida, siempre y cuando estuviéramos juntos.

Pensé que el dolor había llegado a su punto máximo, pero me equivoqué. Al llegar a la casa de su abuela, lo invité a almorzar, le preparé una comida especial, algo que sabía que le gustaba. Me desvelé en esa comida, puse todo mi amor, todo mi cariño. Sentí que necesitaba hacerlo, sentí que necesitaba estar ahí para él.

Pero justo cuando pensábamos que las cosas no podían empeorar, recibimos la noticia que su padre también había fallecido. El mundo de Josué volvió a caer, su dolor se intensificó, su tristeza se profundizó.

Me sentí impotente, no sabía cómo ayudarlo, cómo consolarlo. Solo pude abrazarlo, sostenerlo, dejar que llorara en mi hombro. Y él lo hizo, lloró como nunca antes, como si todo el dolor del mundo hubiera caído sobre él.

En ese momento, supe que nuestro amor sería puesto a prueba, que tendríamos que enfrentar juntos el dolor, la tristeza, la pérdida. Pero también supe que estaríamos juntos, que no lo dejaría solo, que lo sostendría en cada momento.

A pesar de los momentos difíciles que estaba pasando con el papá de mis hijas, nada me impedía estar con Josué en su momento más frágil. No me importaba nada más que el consuelo de Josué, su bienestar, su dolor.

Me sentía como si mi corazón se hubiera partido en dos, una parte con mis hijas y la otra con Josué. Pero sabía que en ese momento, Josué necesitaba de mí más que nunca.

Así que me quedé con él, lo abracé, lo consolé, lo sostuve. No me importaba nada más que estar ahí para él, que ser su refugio, su apoyo.

Y en medio de todo ese dolor, algo cambió entre nosotros. Nuestro amor se hizo más fuerte, más profundo. Nos dimos cuenta de que no había nada más importante que estar juntos, que apoyarnos mutuamente en los momentos difíciles.




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