Luego de haber enterrado a su padre y haber dado su último adiós, decidí volver a hacer algo lindo por Josué. Quería sorprenderlo, quería hacer algo que lo hiciera sonreír de nuevo.
Pero cuando fui a su casa, me sorprendió al saber que él ya no estaba. No se encontraba ahí. Me dijeron que había regresado a su lugar natal, que había decidido irse lejos.
Eso me destruyó aún más. No podía creer que se hubiera ido sin decirme nada, sin despedirse. Me sentí vacía, me sentí perdida.
No iba a saber nada de él, no iba a poder verlo, no iba a poder abrazarlo. La distancia entre nosotros se había vuelto insuperable.
Me pregunté si había sido un error dejarlo ir, si había sido un error no luchar más por él. Me pregunté si lo volvería a ver algún día.
Y en medio de todo ese dolor y esa incertidumbre, supe que mi amor por él no había cambiado. Seguía amándolo, seguía necesitándolo. Y sabía que siempre lo haría.
Antes de irse, intercambiamos redes sociales, pensando que de esa manera podríamos mantener el contacto, podríamos saber el uno del otro. Pero para mí, eso no era suficiente. Quería volverlo a ver, quería volverlo a abrazar, quería volverlo a besar.
Pero la vida tenía otros planes. En sus redes sociales, me enteré de que él tenía una novia. Mi sonrisa cayó al suelo, mi corazón se partió en dos. Pero yo solo me mantenía firme, con la esperanza de volverlo a ver.
No podía creer que él hubiera encontrado a alguien más, que hubiera seguido con su vida sin mí. Aunque suene egoísta asi me senti, al mismo tiempo, no podía culparlo. Él merecía ser feliz, merecía encontrar el amor.
Y yo, ¿qué merecía yo? ¿Merecía seguir sufriendo, seguir amándolo en silencio? No lo sabía, pero sí sabía que no podía dejar de amarlo. Mi amor por él era más fuerte que cualquier obstáculo, más fuerte que cualquier distancia.
Así que seguí adelante, seguí viviendo, seguí amándolo. Y en el fondo de mi corazón, siempre mantuve la esperanza de volverlo a ver, de volverlo a abrazar, de volverlo a besar.