Un amor, sin fin

La oscuridad de la intimidad

Me mantuve en contacto con Josué, y aunque siempre le expresé lo mucho que sentía por él, cada vez que terminábamos nuestras conversaciones, mis ojos lloraban. Tenía que escribir siempre a escondidas de mi pareja, que me mantenía presa en un solo llanto, un solo dolor. No soportaba el hecho de que yo quisiera a alguien más que a él.

Mis ojos lloraban de imaginarme qué sería la vida con Josué, cómo sería nuestra situación, cómo sería nuestro amor. Un amor que siempre profanaba en un solo sentimiento: amor.

Me preguntaba si algún día podríamos estar juntos, si algún día podríamos amarnos libremente. Pero por ahora, tenía que conformarme con conversaciones en secreto, con lágrimas en secreto.

Mi corazón estaba dividido en dos, entre el amor que sentía por Josué y la realidad que vivía con mi pareja. Pero mi alma sabía que el amor verdadero era el que sentía por Josué, y eso me daba fuerza para seguir adelante.

Mi intimidad con mi pareja me hacía sentir fría, como si estuviera sumergida en un hueco lleno de tinieblas. No veía la luz, solo me imaginaba que sentía algo real por Josué, pero sabía que no podría estar con él.

Cada vez que mi pareja me tocaba, me sentía como si estuviera traicionando a Josué, como si estuviera mintiendo a mi propio corazón. Me sentía vacía, sin pasión, sin amor.

En cambio, cuando pensaba en Josué, me sentía viva, me sentía llena de luz y calor. Me imaginaba que estaba con él, que lo abrazaba, que lo besaba. Me sentía libre, me sentía feliz.

Pero la realidad me golpeaba con fuerza, me recordaba que Josué estaba lejos, que no podía estar conmigo. Me sentía atrapada en una relación que no me llenaba, que no me hacía feliz.

Y así, me quedaba en la oscuridad, con solo mis pensamientos y mis sueños de Josué. Me preguntaba si algún día podría escapar de esa prisión, si algún día podría encontrar la luz y el amor que tanto anhelaba.

Me quedé con mi pareja por mis dos hijas, para que siempre estuvieran con su padre. Pero nunca pensé en la tristeza que me causaba, en el dolor que sentía cuando lo veía. Cada vez que tocaba mi cuerpo, mis lágrimas recorrían mis ojos. No quería que me tocara, no quería que él estuviera cerca de mí.

Me sentía como una prisionera en mi propia vida, atrapada en una relación que no me hacía feliz. Me sentía como si estuviera viviendo una mentira, como si estuviera fingiendo que todo estaba bien cuando en realidad no lo estaba.

Mi corazón pertenecía a Josué, pero mi cuerpo estaba con mi pareja. Me sentía dividida, me sentía rota. No sabía cómo salir de esa situación, no sabía cómo liberarme de ese dolor.

Mis hijas eran mi luz, mi razón para seguir adelante.

Y así, me quedé en esa tristeza, en ese dolor. Me quedé en esa relación que no me hacía feliz, me quedé con mi pareja por mis hijas. Pero mi corazón siempre perteneció a Josué.




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