Pasó el tiempo y formé un hogar con esta nueva persona. Me sentía amada, me sentía segura. Pero, ironía del destino, Josué se enteró de mi nueva vida y se sintió engañado.
Dejó de hablarme, dejó de escribirme. Me sentí vacía, me sentí como si hubiera perdido una parte de mí misma. Pero, al mismo tiempo, me sentía amada por la persona con la que había formado un hogar.
Me sentía dividida, me sentía confundida. No sabía qué hacer, no sabía qué sentir. Me sentía como si estuviera viviendo en dos mundos diferentes, dos mundos que no podían coexistir.
Pero, a pesar de la confusión, a pesar del dolor, sabía que debía seguir adelante. Sabía que debía seguir viviendo, seguir amando. Porque, al final del día, el amor es lo que nos hace humanos, lo que nos hace vivir.