Pasó el tiempo y decidí buscar a Josué nuevamente. Quería saber cómo estaba, quería saber si estaba bien. Eso era lo único que me mantenía siempre preocupada, el bienestar de Josué.
Me sentía culpable por haberlo dejado ir, me sentía culpable por no haber luchado por nuestro amor. Pero sabía que en mi corazón había sufrimiento por esta decisión, sabía que había renunciado a su amor por su bienestar.
Lo busqué en todos lados, hasta que finalmente lo encontré. Estaba bien, estaba vivo. Me sentí aliviada, me sentí feliz.
Supe que nada había cambiado. Seguía amándolo, seguía queriéndolo. Pero sabía que no podía estar con él, sabía que no podía arriesgar su vida nuevamente.
Así que me conformé con saber que estaba bien. Y él, sin saberlo, me dio el regalo más grande de todos, me dio la paz de saber que estaba vivo y que estaba bien.