La distancia me consumía, y mis lágrimas se derramaban sin cesar. Pensar en Josué me dolía, y mi corazón se desgarraba. No quería contarle, no quería preguntarle, pero el dolor era inevitable.
Cada mensaje que intercambiábamos era un alivio temporal, pero la soledad volvía a apoderarse de mí. Mi alma anhelaba su presencia, su sonrisa, su voz.
En momentos de debilidad, me preguntaba si valía la pena seguir luchando por nuestro amor. La distancia parecía insalvable, y mi corazón se cansaba de esperar.
Pero entonces, recibía un mensaje de Josué, y todo cambiaba. Su amor y su dedicación me fortalecían, y mi corazón volvía a latir con esperanza.