Sin pensarlo, encontré una manera de estar cerca de él. Cerraba mis ojos y lo veía ahí, frente a mí. Sentía su presencia, su calor, su sonrisa.
Cada vez que llegaba a ese lugar, mi corazón latía con emoción. Lo besaba, tocaba sus labios, como la primera vez. La memoria de nuestra única vez juntos, hace un par de años, se revivía en mi mente.
Me sentía flotando, como en una nube, y volaba hacia él. La distancia desaparecía, y nuestro amor se hacía presente. En ese momento, nada más importaba.
La imaginación se convirtió en mi refugio, mi escapatoria. Me permitía estar con Josué, sin importar la distancia. Y aunque sabía que no era real, me sentía viva, me sentía amada.
En ese estado de ensoñación, todo parecía posible. Nuestro amor podía vencer cualquier obstáculo, cualquier distancia. Y yo sabía que, mientras tuviera esa imagen en mi mente, nuestro amor nunca moriría.