Luego de nuestras conversaciones diarias, me quedaba mirando hacia el techo de mi habitación, perdida en mis pensamientos. La pregunta resonaba en mi mente: "¿Será que alguna vez la vida nos dará la oportunidad de poder estar juntos?"
Pero la duda no me consumía. La esperanza era mi faro, mi guía en la oscuridad. Sabía que los sueños se pueden hacer realidad, y que la vida puede sorprendernos en cualquier momento.
"La esperanza es lo último que se pierde", me decía a mí misma. Y con esa frase, me aferraba a la posibilidad de un futuro juntos.
Día a día, mi corazón latía con emoción al pensar en Josué. Nuestros sueños compartidos, nuestras conversaciones, todo me hacía creer que nuestro amor era posible.
En momentos de debilidad, recordaba sus palabras: "Nuestro amor es demasiado fuerte para que la distancia nos separe". Y eso me daba fuerza para seguir adelante.
La habitación se convertía en un espacio de reflexión, donde mi corazón y mi mente se unían en una sola oración: "Que algún día estemos juntos, que algún día podamos vivir nuestro amor en realidad".
Y con esa oración, cerraba los ojos, sonreía y dejaba que la esperanza me envolviera.