La nostalgia me envolvía cada día, trayendo consigo recuerdos de Josué. Su presencia, su sonrisa, su voz... Todo en él transmitía paz y amor. Me sentía afortunada de haber encontrado a alguien como él.
Su voz era mi refugio, mi santuario. Cada nota, cada inflexión, me hacía sentir que estaba cerca de él. Me repetía que era la voz más hermosa que yo podría haber escuchado, y yo creía que era cierto.
Mis amigos me decían que estaba loca, que escuchaba sus mensajes de voz mil y una veces, pero no me importaba. Cada vez que lo escuchaba, sentía que mi corazón latía con emoción.
"Te amo", me decía Josué en sus mensajes. "Eres mi todo, mi razón de ser".
Y yo respondía, con lágrimas en los ojos: "Te amo también, mi rey. Eres mi paz, mi amor".
La distancia parecía desvanecerse cuando escuchaba su voz. Me sentía conectada a él, como si estuviéramos en el mismo lugar.
Un día, Josué me envió un audio especial. "Escucha esto cuando estés triste", me dijo. "Quiero que sepas que siempre estaré contigo".
Lo escuché una y otra vez, hasta que las lágrimas se secaron y una sonrisa se dibujó en mi rostro. Su voz era mi medicina, mi cura para el alma.