En mi trabajo, mis compañeras se habían convertido en confidentes de mi historia con Josué. No podía hablar de nada más, tan absorbida estaba por nuestro amor. Ellas escuchaban con atención, conmovidas por la profundidad de nuestros sentimientos.
"Es la historia más bonita que hemos escuchado", decían. "A pesar de la distancia, de la imposibilidad, ustedes han encontrado una forma de estar juntos".
Y tenía razón. Por dentro, nosotros habíamos creado un mundo donde la distancia no existía. Nuestros corazones latían al unísono, nuestros pensamientos se entrelazaban. Sabíamos que un día, nuestra historia tendría un final feliz.
Mis compañeras se reían cuando les contaba sobre los mensajes de voz que escuchaba mil y una veces, sobre los sueños que compartíamos, sobre los peluches que nos representaban. Pero también se emocionaban, porque veían la sinceridad en mis ojos.
"¿Cómo hacen para mantener la llama viva?", me preguntaban.
"Es fácil", respondía. "Josué es mi alma gemela. Nuestro amor es más fuerte que cualquier obstáculo".
Un día, una de mis compañeras me dijo: "Tu historia me hace creer en el amor verdadero. Me hace creer que todo es posible".
Sonreí, sabiendo que nuestra historia inspiraba a otros. Y en ese momento, supe que Josué y yo estábamos haciendo algo especial, algo que trascendía la distancia y el tiempo.