Skyler
No dormí en toda la noche. Me sentía un invitado indeseado en mi propia casa. Esta habitación me incomoda. La cama es demasiado alta, el colchón demasiado blando. La habitación, demasiado pequeña. ¿Por qué la diseñé así? Mejor habría ampliado la biblioteca.
Tomo el teléfono. Necesito valor para ver la reacción a la noticia de mi relación con Mía. También me intriga si alguien creerá en la sinceridad de nuestros sentimientos y apoyará esa absurda maratón de body positive.
Contengo la respiración, como si estuviera a punto de subir a una montaña rusa, activo el internet y entro en las redes sociales. Normalmente se encarga mi equipo de prensa: ellos responden comentarios, publican el contenido planificado y gestionan colaboraciones. Yo casi nunca escribo nada por mi cuenta.
—No puede ser… —no doy crédito a mis ojos. Enciendo la lámpara y me acomodo porque hay tantos comentarios que podría leerlos hasta el amanecer—. ¿De verdad lo creyeron? ¡Qué ingenuos!
Claro, la crítica es inevitable. Algunos llaman a mi relación la ruina de sus esperanzas y lamentan la pérdida de otro soltero codiciado. Otros me acusan de mal gusto porque “podría haber encontrado a alguien mejor” (aquí concuerdo). Pero el porcentaje de negatividad es mínimo. La mayoría nos apoya, desea felicidad y colma de cumplidos a Mía, que claramente no los merece.
Escribo el hashtag #meamo.
—¡Maldita sea!
¡Más de tres mil publicaciones en un solo día! No quiero ver tantos cuerpos raros. Lo importante es que la idea de Karina funcionó. Mis ingenuos fans mordieron el anzuelo como peces hambrientos. Hasta da un poco de pena que sean tan crédulos.
Todo parece ir bien. Mi aura empieza a limpiarse. Con suerte pronto volverán a comprar entradas para mis conciertos. Pero… no siento alegría ni alivio. No es como un juicio que se cierra gracias a un buen abogado sin pérdidas para mí. Es una nueva forma de vida que me obliga a convivir con un incómodo malestar y con alguien de quien preferiría mantenerme alejado.
Si pudiera retroceder el tiempo… me habría mordido la lengua.
Para calmar la mente, voy a mi miniestudio. Me pongo los auriculares, agarro la guitarra y toco la melodía de una nueva canción, intentando encontrar los acordes finales del estribillo. El trabajo es la mejor medicina. Me duermo al amanecer, allí mismo.
El nuevo día trae nuevas pruebas. Primero, me duele el cuello por dormir en la silla. Segundo, mi teléfono no deja de sonar con mensajes. Tercero, debo volver a tratar con mi vecina.
Después de estirarme un poco, salgo del estudio. Mi nariz capta de inmediato un aroma que nada tiene que ver con mis ambientadores. Es extraño, inoportuno y dolorosamente nostálgico. Sacudo la cabeza para espantar recuerdos de infancia que se me meten en la mente como metástasis.
—¿No sabes lo que es una campana extractora? —le grito a Mía, que anda en la cocina—. ¡Vas a apestar mis muebles!
—¿Con qué? ¿Con crepes de vainilla y queso?
—¡Sí!
—No exageres.
Me detengo en medio de la sala, preparándome para resistir el golpe que le ha dado a mi cocina perfecta. Hay comida por todas partes: harina, masa, un montón de cuencos, sartenes y quién sabe qué utensilios. En la barra, pensada para cócteles, hay un plato con una torre de crepes. Al lado, una taza humeante de cacao y una papilla extrañamente tentadora.
Quiero decirle todo lo que pienso de este restaurante clandestino, pero recuerdo mi obligación con los fans. Enciendo la cámara del móvil y grabo, comentando:
—Una mañana perfecta se ve así. Mi amada, un desayuno delicioso y la calidez que ahora llena cada rincón de nuestro hogar.
Mía lanza un beso al aire y desea a todos un buen día. Publico la historia, y, escarmentado, me aseguro de no haber activado el directo antes de guardar el teléfono en el bolsillo trasero. Ahora sí puedo ser yo mismo.
—¿De dónde salió toda esta comida? —señalo la montaña de colesterol e hidratos que ha traído a mi casa.
—Mientras dormías, fui al supermercado.
—¿Y decidiste ensuciar mi cocina al instante? ¿No podías hacerlo más… discreto? ¡Te has instalado como si fuera tu casa!
—Estaba grabando un blog. Resulta que a la gente le encanta ver cómo la novia de Skyler prepara el desayuno. ¡Ya tiene un millón de vistas!
—¡No olvides limpiar después y ventilar la casa! —me siento a la mesa. Tengo hambre. Mi estómago parece pegado a la columna—. ¿Qué es eso? —asiento hacia la cazuela—. Parece raro.
—Gachas de arroz con manzanas, receta especial de mi madre. Se parece al pudín inglés. Y de postre, crepes rellenos de queso y pasas.
—En el desayuno hay que comer proteínas —apunto, estirando la mano hacia un crepe, pero Mía aparta el plato y coloca en su lugar un recipiente desechable de mi servicio de comida.
—Entonces come tu proteína. Mis platos no los mereces.
Fingo que ni lo quería. Tragando saliva, abro el envase. Pavo, brócoli, aguacate y un puñado de quinoa.
—¡Esto sí que es comida! —me convenzo a mí mismo. Mejor muero antes que admitir que estaré pensando en sus crepes mientras simulo disfrutar del insípido pavo—. Fue un error rechazar mi dieta.
—El error fue portarte como un imbécil. Ahora desayunaría contigo —dice mientras se sirve la papilla. Desde fuera parece tan apetecible que lucho por no robar la cazuela y huir con ella al jardín. La comería escondido tras un rosal.
—Ya me las arreglaré.
—Claro, claro.
Devoro mi desayuno a toda prisa y subo al segundo piso. Mi plan para hoy: reducir nuestra interacción al mínimo. Y de ser posible, no ver qué prepara para el almuerzo.