Los Fortunato esperaban en el gran salón a los Calero. Sergio estaba molesto, puesto que quería ir con Sebastián a la sala de juegos, pero sus padres le insistían en que debían de quedarse en el salón con ellos a esperar. La forma de expresar Sergio su descontento, era desparramando su cuerpo en una de las sillas, arrugado su ropa y actuando como si estuviera inconsciente. Muy distinta era la forma de actuar de Sebastián, quien estaba calmado, sentado erguido al lado de su madre y sin hablar, siendo un niño modelo, dócil, además de gentil, prácticamente perfecto en su comportamiento, ya que jamás cuestionaba a sus padres, además de atractivo, con facciones similares a Sergio, pero él tenía ojos color almendra como su padre Agustín y el cabello castaño oscuro.
— Señores, sus invitados acaban de llegar — anuncia el mayordomo a los Fortunato.
— Gracias. Háganlos pasar — pide Agustín
El mayordomo hace una inclinación y se retira.
— ¡Vamos Sergio, levántate! — le daba Amelia un tirón en la manga de su hijo.
Sergio de mala gana se levanta y se queda al lado de Sebastián.
Ingresan al salón Don Manuel Calero en compañía de su esposa, Doña Leona Calero y su hija Emelina, que caminaba de manera erguida y orgullosa, pero no cabía duda que estaba asustada de estar en casa de aquellos extraños, pero se relaja y una pequeña sonrisa adorna su rostro al ver que había dos muchachos de su edad en aquel salón.
Emelina tenía la tez clara, con mejillas rosadas y labios carmesí que le daban una apariencia adorable. Todo aquello lo resaltaba sus ojos negros que le daban un toque de inocencia y el cabello negro con suaves rizos que estaban acomodados en un tocado. Al verle Amelia y Celenia, ambas sonreían, al saber que tendrían a aquella niña tan adorable a su cuidado.
Mientras las familias charlaban en el salón, a la espera de la cena, Emelina miraba cada tanto a los muchachos que estaban ahí, esperando que alguno se acercara para conversar y para que esa velada no fuera tan aburrida, pero luego de pasado unos minutos desechó la idea, puesto que el chico de cabello rubio le daba miradas con fastidio y el chico de pelo oscuro ni siquiera la miraba, se mantenía estático observando algún punto a la distancia, mientras aquella niña se preguntaba si realmente era un muchacho o quizás una estatua.
Durante la cena, se sirvieron faisán con salsas de manzana y naranjas, acompañado de patatas. Las señoras Fortunato hablaban con Emelina para conocerla más, ya que, durante la cena, se da el anuncio que ellas serían sus tutoras en costura, bordados y como mantener organizada una mansión, además de tomar algunas clases con el maestro que les impartía lecciones a los hijos de los Fortunato.
Emelina se sentía a gusto y aceptada con aquellas señoras que le hablaban de manera tan afectuosa y pensaba que seguiría hablando con ellas al regresar al salón después de cenar, pero les dijeron a aquellos dos muchachos que fueran a la sala de juegos y que le inviten para enseñarle la mansión.
Mientras caminaban por el pasillo, Sergio y Sebastián charlaban despreocupadamente, como si aquella niña que los seguía desde atrás no existiera. Al entrar en un salón, los varones seguían charlando mientras se acercaban a un juego de mesa que hacía ruidos con una campana, mientras que Emelina entra de manera tímida y se queda en una esquina alejada de ellos.
Ya pasando el tiempo, la joven estaba aburrida y miraba aquel salón caminando por él y mirando lo que había en los muebles, mientras escuchaba como el chico rubio reía de manera estridente al jugar con el otro chico aquel juego de mesa. De una de las esquinas, Emelina ve una araña de largas patas tratándose de ocultar, probablemente había entrado cuando las ventanas estaban abiertas y ahora no sabía cómo salir. Toma un vaso de cristal y un libro que se encontraba en una mesa y cuidadosamente hace subir a la araña encima del libro, y el vaso lo coloca boca abajo para capturarla sin asustarla, dirigiéndose a la ventana y abriéndola con intención de liberarla, pero antes de poder hacer algo, escucha a uno de los muchachos que le advierte.
— No se abren las ventanas después de las 6 de la tarde, se enfrían las habitaciones.
Emelina se gira para ver que el muchacho de cabello negro le hablaba y responde rápidamente
— Solo sacaré a una araña, luego cerraré la ventana
— ¿Una araña? ¿De verdad? — decía emocionado Sergio corriendo hacia aquella niña para verlo
También se le acerca Sebastián para ver lo que había capturado aquella niña en el vaso de cristal, mirándolo con desagrado, en cambio Sergio lo miraba asombrado y sonreía.
— Debiste de matarla apena la viste — reprochaba Sebastián
— Pero está asustada, la liberaré — decía calmadamente Emelina
— ¿Cómo sabes que está asustada?
— Se le nota, porque esta estática
— Pero cuando la sueltes, puede saltar y picarte, puedes morir por su veneno...
— No, mira... es una araña negra y amarilla, es una argiope, no es venenosa, solo una pequeña araña de jardín que come insectos...
Emelina guarda silencio y se sonroja al ver la expresión de ambos chicos que le miraban impresionados de que ella supiera sobre el arácnido. Rápidamente una sonrisa decora el rostro del muchacho rubio.
— ¿Te gustan las arañas? — preguntaba alegre Sergio
— Oh no — agitaba rápidamente sus manos Emelina en forma de negación — solo lo leí en algún libro y lo recordé
La expresión de aquella niña hacia comprender a Sergio que estaba guardando un secreto, quizás porque no a todas las personas les gusta reconocer que le atraen los insectos.
— Yo la sacaré por la ventana — decía Sergio, tomando el vaso con el libro y llevándolo a la ventana
— No hagas eso, mátala — insistía Sebastián
— Tío, que malo eres — reía Sergio aproximándose a la ventana y liberándola. Pronto hace una exclamación de susto, girándose rápidamente — Oh no... se subió a mi mano, me va a morder ¡CUIDADO TÍO, TOMA!